Tres meses enferma de COVID-19. Crónica de una odisea en curso

El 12 de marzo amanecí con escalofríos, molestia en un ojo y una sensación extraña en el pecho. No le di importancia y me puse a preparar las clases de la tarde. Esa semana me había propuesto no coger más el autobús, dados los rumores de que había algunos casos de contagio del COVID19 en Mánchester, donde resido con mi familia desde hace varios años. La primavera estaba queriendo llegar, habían remitido las lluvias y mi bici llevaba meses criando telarañas en la cocina. Mientras ponía la bici a punto, noté unos escalofríos más intensos. Me puse el termómetro. 37.4. Me entró el canguelo. Llamé a la jefa de departamento y le conté que tenía unas décimas. “¿Y si es El virus?”. Lo dije a media voz, sin darme mucho crédito a mí misma. Más aún, sabiendo que apenas había casos en el RU. Ya sería mala suerte… Parecía que mi bici iba a tener que esperar una semana más… “Quédate en casa. Cubrirán tus compañeros tus clases. Avisa a Recursos Humanos de que vas a faltar esta semana”. Recursos Humanos: “How can I help you?” 5 largos segundos de pausa seguidos de un: “… you mean you suspect you have Covid19?”. Era claramente la primera empleada en dar ese parte.

 A la mañana siguiente amanecí algo peor. Me había subido la fiebre y seguía encontrándome mal. El ojo izquierdo muy seco y enrojecido. La sensación rara en el pecho se hizo más evidente. Lo sentía como frío, irritado. Llamé a la línea habilitada por el NHS para dar información sobre el tema. Mi principal intención era solicitar un test. Por aquel entonces, todavía confiaba bastante en la eficiencia inglesa. Para mi asombro, no me preguntaron de dónde llamaba, ni hicieron el mínimo esfuerzo en registrar mis datos, síntomas, o averiguar con quiénes había estado en los últimos días. Tan sólo me preguntaron si había viajado a China u a otro lugar de riesgo en los últimos quince días, o si había estado en contacto con un infectado. “No” a la primera pregunta, “no lo sé”, a la segunda (“¿cómo quiere que lo sepa?”, me faltó decir). Quise continuar la conversación a propósito de la segunda pregunta y contarles que trabajo en un entorno universitario, con estudiantes procedentes de todas partes del mundo (muchos de ellos de Wuhan, de hecho), para ver si así me hacían el test. Pero no me dejaron continuar. “Por precaución, auto aíslate una semana”, me dijeron. “Qué poca voluntad de impedir que esto se desmadre”, pensé para mí.

Desde el primer momento sentí que aquello no era una gripe. No tenía mocos, ni dolor de garganta. Tampoco tos. Sólo fiebre y escalofríos constantes. Y la molestia extraña en el pecho derivó en una sensación de tener pequeños cristales en los pulmones. El fin de semana mi hija tenía un cumpleaños. Informamos en el chat de padres el motivo de por qué no íbamos. Nadie respondió. En esos días a los ingleses les sonaba a chino todo aquello. Como si no fuera con ellos. Nosotros teníamos muy presente todo lo que estaba pasando en España. Pero aquí parecía que no había llegado ni el eco. De hecho, ni siquiera recomendaban que todos los que vivían en la casa del afectado se aislaran también. Con la que estaba cayendo en España e Italia, con la que había caído en China, y aquí estábamos en la fase “lávate las manos al son de cumpleaños feliz, twice”.

 Un vecino había dejado helado a mi marido, justo la semana anterior al comienzo de mis síntomas, con la siguiente frase: “He visto en la tele que sois famosos… Parece que el virus ese está en España”. Me ahorro comentarios.

Ese lunes 16 de marzo nuestros hijos ya no fueron al colegio por decisión nuestra. Tuvieron que pasar muchos días para que se cerraran los colegios aquí y se declarara el confinamiento de la población. Boris, en su delirio darwinista, apelaba a la selección natural y a la necesidad de lograr inmunidad de rebaño. Aunque eso supusiera sacrificar a unos cuantos abuelitos. Me subió la fiebre cuando oí sus declaraciones.

Lo que iba a ser una semana de autoaislamiento se convirtió en un mes entero en cama y en una odisea que dura hasta hoy y no tiene visos de cambiar. Me puse peor: fiebre alta continuada, cansancio, malestar general, dolor en el pecho, dolores de cabeza terribles, escalofríos, náuseas, insomnio, palpitaciones. Pero nada de tos ni sensación de ahogo. No era el cuadro clásico de coronavirus, aparentemente. De hecho, la segunda semana me apareció un nuevo síntoma muy extraño e inquietante que me ha acompañado durante los últimos meses y me está afectando a la cordura: una sensación a veces como de hormigueo y otras como de presión en la frente, constante, día y noche.

 Esos días, mi marido empezó también a notar dolor y presión en el pecho. Y él sí que tuvo algún episodio de falta de aire, además de bradicardia de 40 ppm, síntoma que no figuraba en ningún lado, pero que era imposible ignorar. Por suerte, mejoró pronto y pudo tirar del carro en casa. Nuestros dos hijos tuvieron fiebre un par de días, pero nada más. Yo seguí desde la cama todo lo que estaba pasando en el mundo, asustada. No conocía ningún caso en mi entorno, y la sensación de aislamiento era total. Tuve días muy malos. Lo más difícil fue no poder recibir consejo médico. Los centros de salud cerraron y sólo atendían llamadas de pacientes que no tuvieran síntomas de coronavirus. Y la línea de atención a afectados del virus estaba siempre saturada. Llevábamos un año de muchas lluvias y cielo gris perpetuo, pero justo durante el confinamiento, hubo unas semanas de tregua con luz y calor. Así que tras casi tres semanas encamada, sin salir de mi habitación más que para ir al baño, decidí salir al jardín de casa a coger unos rayitos de sol. Pero tuve un episodio de falta de aire y taquicardia que me asustó bastante, y volví a la cama, acojonada. Ante la impotencia de ver que mi fiebre persistía y que no mejoraba, me planté en urgencias al día siguiente de este episodio. Entre la nebulosa que tenía en la cabeza, la imagen de calles desiertas y el panorama en el hospital, sentí que estaba en medio de un apocalipsis zombi. Me sacaron sangre, pero no me auscultaron. Según el médico de guardia, eso implicaba contacto con el paciente. Me quedé muda. El test si eso ya tal… “Sólo lo hacemos a los que ingresan”, me dijo. Los resultados de la analítica no mostraron nada anormal, así que de vuelta a casa. A seguir igual. Porque nada cambió desde entonces.

Después de ese día, mis llamadas al centro de salud no cesaron. Dos tratamientos de antibióticos, un spray nasal por sospecha de sinusitis (por lo de la molestia en la frente), dos análisis más de sangre. Todo aparentemente normal en los resultados. Sólo la vitamina D bajo mínimos, como era de esperar, tras un invierno tan gris. Suplementos de 20.000 IU al canto. Ninguno de estos tratamientos me ayudó a mejorar. El 10 de mayo, dos meses después de empezar con síntomas, mi marido y yo al fin pudimos hacernos el test de COVID19. Resultado negativo, como no. Era raro que diéramos positivo después de tanto tiempo. Pero la fiebre seguía, la molestia en la cabeza no se iba. Y ya empecé a preocuparme y a pensar que quizá fuera otra cosa. Cada vez que llamaba al centro de salud me tocaba hablar con un médico diferente y siempre me quedaba con la sensación de que no me creían. Imposible que me refirieran a un especialista para hacer más pruebas. Así que no me quedó otra opción que acudir a un centro privado. Me hicieron una resonancia magnética de la cabeza. Gran alivio al recibir el resultado y ver que estaba todo bien. Ya no me cabía duda de que esto tenía que ser definitivamente El virus. Pero, ¿de dónde viene esta molestia en la frente? Nadie sabe. ¿Y la fiebre? ¿Estos síntomas son el resultado de los últimos coletazos del virus o de una reacción al virus? ¿Una inflamación post-vírica, quizá? ¿Puedo seguir contagiando después de tanto tiempo? A día de hoy es un misterio. Mi siguiente paso será hacerme el test de anticuerpos.

Ha llovido mucho desde entonces, y el mundo parece que empieza a volver a andar. Pero yo sigo en el día de la marmota. La fiebre sigue, 24/24. Nunca se fue. Oscila entre 37.4 y 37.8. Y algunos días tengo picos de 38. El cansancio extremo y la falta de energía me tienen anulada. Los dolores de cabeza y palpitaciones son frecuentes. Lo peor es la presión de la frente, siempre ahí. A esto se suman nuevos síntomas que vienen por olas (dolor de espalda, irritabilidad, niebla mental, episodios de ligera falta de aire, aletargamiento, incapacidad para concentrarme o hilar pensamientos).

“Covid long haulers”, así es como nos llaman a los que seguimos surfeando esta maldita ola. En estas últimas semanas en el Reino Unido se han publicado varios artículos en periódicos de tirada nacional y en el British Journal of Medicine con testimonios de casos como el mío. Entre ellos, este del profesor de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, Paul Garner (blogs.bmj.com/bmj/2020/05/05/paul-garner-people-who-have-a-more-protra). 

Gracias a ese artículo encontré un grupo de afectados que siguen con síntomas desde marzo. Y bendito grupo. Me ha salvado de la locura. De estar sola en esto, de repente me encuentro con más de 700 personas que están en la misma situación, arrastrando una cola de síntomas inhabilitantes e inquietantes. Batallando contra una bestia negra y con la incertidumbre más absoluta acerca de lo que nos depara esta enfermedad a corto o a largo plazo. Todos con la certeza de que estamos en la proa de un mismo barco a la deriva, sin timón, y cuyo timonel es prácticamente ignoto. Todos con síntomas muy diversos, no precisamente los típicos que acuñan las autoridades sanitarias. Todos ninguneados por un sistema sanitario que aún no reconoce o no da crédito a nuestro cuadro, sencillamente porque estamos, muy a nuestro pesar, a la vanguardia.

Me da la sensación de que en España tampoco hay mucho reconocimiento de estos casos. Sólo se habla de los hospitalizados, los curados y los asintomáticos. Pero muy poco he leído sobre gente que sigue arrastrando síntomas durante meses. Me gustaría aprovechar para correr la voz y contactar con gente que esté en una situación parecida. Puede ser una buena forma de dar a conocer esta realidad. Por favor, Meneantes, si alguno estáis pasando por algo parecido, conocéis casos similares o tenéis más información sobre este tema, please, comentad abajo o compartid esta crónica. Gracias por haber llegado al final de este artículo.