La peliaguda idea de la propiedad

Pocas ideas tienen tanta necesidad de modularse como la de la propiedad. Por eso los maniqueos lo pasan tan mal con este concepto: si la propiedad llega a todo, estamos en la selva. Si la propiedad no llega a nada, estamos en la cárcel.

La propiedad original de un ser humano es su cuerpo y su fuerza de trabajo. Cuando esta propiedad es mediatizada por las autoridades o las leyes, estamos ante la esclavitud o la servidumbre. Cuando el Estado puede disponer de tu persona, ya sea en el trabajo o ya sea alistándose obligatoriamente en sus fuerzas armadas, estamos ante un fenómeno esclavista.

Por mal que suene, no es más grave llevar a cien mujeres a una granja, violarlas y obligarlas a tener hijos para la patria, que llevar a cien chavales a una trinchera y obligarlos a dejarse hacer picadillo por la artillería enemiga. Ambos, en efecto, son casos de esclavitud y expropiación del propio cuerpo.

Sin embargo, tampoco es posible la vida en sociedad sin unas mínimas reglas de lo que cada cual puede reservarse para sí mismo y lo que debe poner a disposición de la comunidad. Este ha sido siempre uno de los mayores debates de la política como disciplina del conocimiento: ¿Cual debe ser el alcance de lo común? ¿Hasta qué punto somos deudores de los demás y hasta qué punto podemos exigirles una cesión de su soberanía personal?

En Occidente la solución que se ha dado a esta pregunta es ecléctica: a nivel material, todo puede ponerse al servicio de la comunidad, pero la comunidad debe pagar una contraprestación a su propietario particular. Queremos hacer un pantano o una autopista, lo hacemos con o sin tu permiso, peor nos obligamos a pagar el valor de lo que tenías. El debate, luego, se centra en cual es ese valor, pero se trata de un tecnicismo menor que, en realidad, no supone un gran problema.

El verdadero debate surge cuando hablamos de propiedades no materiales. En qué casos la ley está por encima de tu conciencia. En que´caso nos da igual tu opinión o no, porque la sociedades lo primero. En qué casos podemos apropiarnos de tu tiempo, de tus convicciones o hasta de tu futuro.

¿Los órganos de un difunto, válidos para un trasplante, son de verdad propiedad de sus familiares si el cesante no dejó nada escrito? Pues vete saber. Y cualquier decisión que se tome puede tener corolarios inesperados.

Porque lo único que sabemos del futuro, es que es imprevisible. Y más nos vale que siga así...