Patria, la guerra que nadie ganó en Euskadi

Retrato social de las dos caras de un conflicto, de los que siempre ha adolecido esta España post-franquista, Patria describe lúcidamente la simultaneidad del sufrimiento, las dos caras de un horror. Y lo hace con un pulso firme y honesto, sin ápice de equidistancia, ni parcialidad, sin artificios, sin cortapisas, sin miedo, sin pensar en las sensibilidades de aquellos que nunca sufrieron el terrorismo, acercándose hasta el tuétano de toda la sociedad vasca que vivió aquellos 50 años de asfixia y espanto. Porque, aunque el caso del que se habla nunca existió y Patria es una novela/serie que bucea hasta lo más hondo de los sentimientos de cada personaje, es a la vez el mayor ejercicio de objetividad que se ha hecho hasta la fecha sobre el conflicto vasco.

"Solo fuera de Euskadi la gente cree que ETA perdió la batalla. Todos los vascos perdimos la guerra", esa frase fue pronunciada por Maixabel Lasa, viuda del político vasco Juan María Jáuregui, tras reunirse con el asesino de su marido y describe a la perfección el leitmotiv de la novela de Aramburu, maravillosamente llevada a la televisión por la HBO.

Todo es gris, húmedo y frío en Patria pero a la vez uno puede oler la sangre de esas heridas que nunca cicatrizan. Los procesos de paz solo traen el silencio y la tranquilidad para los que nunca fueron víctimas, pero el horror, las ausencias, los traumas y el recuerdo solo se van cuando uno muere. Y es de eso de lo que habla Patria.

El guión respeta, y supera, la para mí sobrevalorada novela de Aramburu y, aunque solo he visto los dos primeros capítulos, únicos estrenados hasta el momento, puedo decir, sin temor a equivocarme, que probablemente estemos ante la mejor serie española de la historia. Los actores rayan a un gran nivel, la ambientación es detallista y tan opresiva como la trama. Los silencios y las miradas hablan más que las palabras. Poco más se puede hacer mejor en este maravilloso producto de la HBO. Tal vez, el único pero que podemos poner no es a los creadores, ni al escritor, sino a la escasísima madurez de un público, de una sociedad, una gran parte de la cual, no va a ser capaz de escuchar y contemplar lo que nunca sufrió, por miedo a que eso pueda llevarlos a algo remotísimamente cercano a comprender.