Una historia chunga (muy chunga)

Hace ahora treinta y dos años.

Unos amigos esperaban su primer hijo y les dijeron que venía con síndrome de Down. Amiocentesis, creo recordar el palabro. Así se llamaban las pruebas. O quizás en aquella época eran otras. No sé. Alguno habrá por aquí que lo sepa.

El caso es que por convencimiento religioso, ético, moral o lo que fuera, decidieron tenerlo, asegurando que lo iban a querer igual. Y creo que cumplieron.

El segundo hijo, una niña, tuvo el mismo problema. La predisposición a que el problema sea recurrente tiene también un nombre, pero ese ni lo intento. Y la tuvieron también.

Cada cual toma sus decisiones, digo yo, y se responsabiliza de ellas. Nada que decir, en primera instancia. La cuestión es que ella, la madre, falleció en 2014 de un cáncer de mama, y el padre ha muerto hace un mes, de un infarto, o dicen que de otra cosa. Dicen. Cuando dicen, y no confirman, ya sabéis lo que imaginamos en este país.

¿Y ahora qué?

Los dos hijos son mayores y bastante dependientes. ¿Quién tiene que hacerse cargo de ellos? ¿Qué clase obligación han impuesto esos dos a sus familiares o a la sociedad entera? ¿Es legítimo este comportamiento?

No tengo pro aquí fama de humanista, así que poco puede ya importarme el reproche de unos cuantos. Lo digo: me parece que la de esta gente, esta pobre gente, ha sido una negligencia criminal y un atentado contra la Sociedad. Me parece que se han portado como una fábrica que explota los beneficios y deja la contaminación a los demás. Externalidades, le llaman. Me parece que se han comportado como dos canallas egoístas que hubieran hecho mejor adoptando un gato.

El debate sigue abierto en la pequeña comunidad que conoce esta historia. Los hijos, claro que sí, tienen derechos, pero la carga la llevamos todos porque sus padres decidieron cargarnos con ella. Porque sí.

Y esto sucede, amigos, cuando a cada cual se le exige según su capacidad y a cada cual se le otorga según su necesidad: que las necesidades pueden crearse de la nada, porque sí, porque yo lo valgo y me apetece. Porque las necesidades, las que nos permitimos crear, no tienen fin.

No fue mala suerte: lo sabían. Lo esperaban. Les dio igual y ahora se han muerto. Y el tío de los chavales, ya no tan chavales, dice que no quiere saber nada y que incluso llegará a los tribunales para defender su derecho a no saber nada. Porque no. Porque él también tiene derecho a tomar sus decisiones. Como su hermana. Y su decisión está tomada. NO.

Acaba el baile. Comienza la tragedia.