Un intelectual de Menéame

Hace años que soy recluso de mi propia genialidad. Tal es así, que llegó un momento en el que decidí que no quería volver a salir de casa. ¿Para qué? Menéame tiene todo lo que necesita un intelectual de mi categoría; un tótem del siglo 21. 

Podría incluso decirse que Menéame es mi trabajo. En un día normal, me gusta madrugar y no levantarme más tarde de las 12. Me preparo un café con leche (multicultural, como me gusta llamarlo) y empiezo a revisar las novedades. Si bien es cierto que no soy administrador, tengo el suficiente karma como para justificar cierta altanería cuando alguien de Los Otros osa desafiarme; porque desafiarme a mí es desafiar a Menéame que, a su vez, es desafiarme a mí. Somos uno. “In Menéame, unum sumus”, o algo así.

En definitiva, que más que ir noticia a noticia, simplemente busco por etiquetas aquellas que pueden ir más en contra de lo que pienso que es correcto. Como es lógico, no tengo tiempo para leer todos y cada uno de los envíos, pero no me tiembla el dedo a la hora de cortarles el grifo de karma e impedir que lleguen a portada. Imagínese usted que llegan y la gente empieza a beber terminología e ideologías que, digamos, no son acorde a lo que yo esperaría de mi página web; de mi amada; de mi raison d’être. 

En ocasiones, me veo involucrado en debates con otros usuarios (de menor categoría intelectual, evidentemente) y me veo obligado a dedicar gran parte de mi horario laboral a intentar hacerles cambiar de opinión o, cuando el llamarles “fachas” o “trolls” no lo consigue, usar mi báculo kármico para limitar su poder de publicar comentarios. 

Espero que tamaña excomunión, sólo digna de bárbaros y bandidos, les haga recapacitar y empezar a pensar correctamente. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tiene la vida sin Menéame? 

Ah, Menéame. Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. No permitiré que nadie te mancille con ideologías que menoscaben tu naturaleza; mi naturaleza. 

Eres mía.