Que parezca que discutimos mucho y muy fuerte

Uno de los sueños de los Dptos. de marketing es conseguir que la propia oferta de bienes o servicios de la empresa sea la que genere la demanda. El asunto, que involucra toda una discusión histórica con importantes implicaciones en economía política (vamos a abstenernos hoy de entrar aquí más a fondo) viene de lejos: dependiendo de la respuesta, las inversiones y recursos se posicionaran en una u otra parte de la cuestión.

Más allá de este debate clásico, diremos que cualquier empresa preferiría que su propia oferta crease la demanda: conseguir esto fue lo que encumbró, por lo visto entre otras cosas, a ese para algunos ya ser mitológico llamado Steve Jobs al olimpo de los dioses del mercado. Si el producto que ofrezco tiene como respuesta una demanda inmediata, mis riesgos de inversión quedarán anulados. Que sea uno mismo quién produzca la demanda a partir de su oferta es ciertamente beneficioso: las inversiones las realizaré en función a mis expectativas, incluso sin tener que atender a la demanda presente del mercado al que me dirijo. El producto que ofreceré estará determinado por mis selecciones. A esto se le viene a llamar en ocasiones “demanda sintética” (por contraposición a la “orgánica”): crear en el cliente unas necesidades que no tienen que ser las que en un principio este demande de forma fáctica. No crean que esto no tiene mérito, en esto se basa en buena parte toda nuestra economía actual.

¿Y qué tiene que ver todo esto con lo que ustedes leen en el título de este artículo? Vamos a ello:

Imaginen lo siguiente: un gobierno eficiente, nos da lo mismo local, regional o nacional, un gobierno capaz de atacar los problemas que vayan surgiendo y que gracias a su acción consiguiera evitar que estos afectasen a sus ciudadanos. Vamos a poner un ejemplo muy explícito y bastante utilizado: un gobierno que ante una amenaza terrorista constante fuera capaz, gracias a sus decisiones y acciones tomadas, de evitar cualquier atentado.

Creo que la mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo en decir que esto sería lo deseable: que los partidos políticos, en los gobiernos o en la oposición, fueran capaces de poner sus esfuerzos en la resolución de los problemas reales a los que la sociedad se enfrenta. Sin embargo alguno diría que la política actual tiene más de marketing contemporáneo que de otra cosa, y que sus Dptos. de estrategia, esos mercenarios que hoy son contratados por unos y mañana por otros, no se preguntan cosas muy diferentes a lo que se preguntan los Dptos. de marketing de las empresas que ofertan productos y servicios: ¿cómo van los votantes a valorar nuestras acciones si no son conscientes de las continuas amenazas de atentado que gracias a nosotros no llegarían a consumarse, como crear entonces "producto político"?, ¿cómo evitar exponerse al riesgo de la gestión ineficaz de problemas orgánicos, cómo reducir ese coste de inversión?... Y la respuesta, me temo, no es muy diferente tampoco a lo que muchas empresas buscan: crear una demanda sintética. Presentar un producto determinado por sus propias selecciones, fácil de manejar, que incluso invite al resto de partidos a utilizarlo, a competir por este, a subirse al carro.

Y así, entre “que te cierro” y “que no me cierres” va transcurriendo la función de hoy. Un nuevo pase del teatro político, donde el gremio parece ya hace meses haber determinado cual es el producto que el cliente debe consumir: aquel que nos permita hacer y deshacer, decretar y no decretar, denunciar y no denunciar. Aquel que dé la imagen de que podemos operar sobre el problema. No vaya a ser que tengamos que poner la inversión en la demanda y no en la oferta.

Que parezca que discutimos mucho y muy fuerte.