VOX según los medios: Una visita a su sede

A medida que me iba acercando a su centro de operaciones, podía ver las vallas electrificadas que rodeaban la zona. A unos 100 metros de la entrada, había un enorme toro de Osborne que hacia sombra a una improvisada plaza de toros donde ondeaban (hasta donde pude contar) 14 banderas españolas, pero bien podría haber 88.

Al entrar en el recinto, vi en el patio a un grupo de niños posicionados frente a una serie de cachorros de golden retriever. Al grito de “¡Viva la muerte!”, uno a uno iban degollando a los cánidos. Alterado, me acerqué corriendo pidiendo explicaciones.

El hombre frente a ellos, aparentemente de alto rango, me explicó que el fin de tal actividad era formar a futuros miembros de VOX pues, según él, “así es como se hace a un español”. Acto seguido, y sin saber exactamente cómo, sacó de su chaqueta a la cría de un gato y le partió el cuello mientras susurraba “muera la inteligencia”. Antes de continuar mi camino, aprovechó para darme su teléfono, invitándome a una partida de caza que tendría lugar la próxima noche.

Seguí mi camino hacia la entrada del cuartel, y justo en el centro del patio pude ver una titánica estatua de 20 metros de Francisco Franco, hecha completamente de oro. En ese mismo momento, empieza a sonar desde unos altavoces la canción “El Novio de la Muerte”.

Dentro del cuartel, veo que todos están vestidos con el uniforme de la Guardia Civil, incluyendo capa y tricornio. Se acerca a mí un hombre que se hace llamar J. Manill Rastay y me saluda con un “Por la Gloria de España y de Jesús, que todo lo sabe y todo lo ve, misericordioso” y continúa con un “rechazo completamente el aborto”, a pesar de no haber dado pie a tal comentario.

Me dice que el líder está esperándome en su despacho y le sigo a través de un largo pasillo donde puedo ver cuadros de Fernando VII, Ramiro II de Aragón, Pedro I de Castilla y, cómo no, Francisco Franco.

Llegamos entonces frente a una enorme puerta de cuatro metros de altura. Al abrirse, suena el himno de España con la letra de Eduardo Marquina.

Presidendo una enorme mesa de mármol, veo a Lucifer, de piel escarlata y ojos de ébano, terminando de sorber los jugos intestinales de un niño paralítico con Síndrome de Down, catalán, judío, y de origen magrebí. En cuestión de segundos, pone su atención en mí y me dice:

“Por favor, siéntate. Es un placer conocerte. Soy Santiago Abascal”.