LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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8 preguntas para ligar

Creo que en este sitio le va a hacer algún bien a alguien así que lo comparto. Está pensado para ligar con mujeres, pero estoy convencido de que funciona igual o casi igual (de bien o de mal) con hombres.

Las preguntas que vienen a continuación provocan respuestas concretas, establecen la atmósfera adecuada, y pueden ponerte en el camino para que descubras sus valores finales. Te ayudarán a conocer a la mujer y alterarán su estado de ánimo obligándola a profundizar en su mente consciente e inconsciente para encontrar respuestas.

1. ¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

2. ¿Qué es lo más raro que has hecho en tu vida?

3. ¿Qué característica destacarían tus amigos al describirte?

4. ¿Cómo crees que soy? (Buena pregunta para obtener información útil y, a lo mejor, satisfacer sus deseos. Escúchala con atención.)

5. ¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de la infancia? (Aunque no sea positivo, se abrirá a ti.)

6. ¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes del colegio? (Con suerte, tendrá algo que ver con un chico. Si no es así, sigue intentando sacar a relucir algo de tipo sexual.)

7. ¿En que época de tu vida tenías más amigos? (Hazle recordar los buenos tiempos.)

8. ¿Cuál ha sido el momento más feliz de tu vida? (Con suerte, será de tipo sexual; si es así, sigue sin perder ni un minuto. Puede ser que esté coqueteando contigo.)

Tony Clink

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Lo peor de que te invadan los alemanes

«Lo peor de que te invadan los alemanes es lo que madrugan esos cabrones. Cuando te invaden los alemanes, las tropas ocupantes están de patrulla desde las siete de la mañana, o antes, pidiendo papeles y tocando los huevos al personal. En cambio, si te hubiesen invadido los españoles, podrías hacer lo que te diera la gana hasta las once y pico, por lo menos, y sólo estarías invadido de lunes por la mañana a viernes al mediodía: una invasión moderada. A lo mejor por eso los españoles nunca conseguimos invadir más que países de mierda, o convertir en países de mierda los que alguna vez invadimos, que esa es otra posibilidad...»

La libertad huyendo del pueblo. Javier Pérez F.

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En cierto pueblo...

"En cierto pueblo de Siberia todos los osos son blancos. Tu vecino fue a ese pueblo y vio un oso. ¿De qué color era el oso? "

Aleksandr Románovich Lúriya, neuropsicólogo y médico ruso.

Explicación: Luria describió esta falacia lógica en uno de sus viajes para visitar un poblado indígena en el centro de Asia. Quería descubrir si existía una suerte de razonamiento lógico que fuera usado en todas las culturas y sociedades. Curiosamente, la respuesta más habitual entre los miembros de ese pueblo fue: “No lo sé, ¿por qué no se lo pregunta a mi vecino?”.

psicologiaymente.com/reflexiones/frases-alexander-luria

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La trampa de la diversidad

Cuando los independentistas catalanes convocaron una butifarrada festiva para reivindicar su lucha, un sector vegano protestó al tratarse de una comida con carne que no contemplaba su dieta. Existe un movimiento, los antinatalistas, que, indignados ante el «capitalismo terrible y despiadado» que vivimos, propugna no luchar política y organizadamente, sino no tener hijos para así acabar con la especie humana. Cuando el periodista Antonio Maestre usó el titular «Mierda animal sobre los restos de las víctimas» para denunciar que en un pueblo de Granada habían instalado un establo de ganado sobre las fosas que podrían albergar más de 2000 represaliados por el franquismo, algunos lectores le acusaron de «especista», es decir, de discriminación a los animales por considerarlos especies inferiores.

¿Estamos insinuando que no debemos respetar a estos grupos? Por supuesto que no. ¿Estamos planteando que sus reivindicaciones son incompatibles con las movilizaciones originales? Pues quizá sí si la diversidad se convierte en una competición de protagonismos en detrimento de luchas y causas que deberían ser más unitarias. Y de eso trata el libro La trampa de la diversidad, de Daniel Bernabé.

Desde los años sesenta vivimos un repliegue ideológico en el que hemos ido abandonando la lucha colectiva para entregarnos a la individualidad. El gran invento de la diversidad es convertir nuestra individualidad en aparente lucha política, activismo social y movilización. La bandera deja de ser colectiva para ser expresión de diversidad, diversidad hasta el límite, es decir, individualidad. En inglés, unequal quiere decir «desigual». Los hombres y mujeres que luchaban por una sociedad más justa combatían la desigualdad. El nuevo giro, que denuncia Daniel Bernabé, es que «unequal» también significa «diferente». Ahora se reafirma y reivindica la diferencia sin percibir que, tras ella, podemos estar defendiendo lo que siempre combatimos: la desigualdad, unequal. Bernabé nos explica:

Margaret Thatcher supo conjugar ambas acepciones y confundirlas, transformar algo percibido por la mayoría de la sociedad como negativo, la desigualdad económica, en una cuestión de diferencia, de diversidad. Ya no se trataba de que fuéramos desiguales porque un sistema de clases basado en una forma económica, la capitalista, beneficiara a los propietarios de los medios de producción sobre los trabajadores, sino que ahora teníamos el derecho a ser diferentes, rebeldes, contra un socialismo que buscaba la uniformidad.

El neoliberalismo ha estado décadas reivindicando el derecho a la diferencia y a la individualidad, frente a lo que ellos llamaban la uniformidad colectivista y socialista, que tanto rechazaban. En cambio, la izquierda entendía que, frente a la individualidad, la desigualdad, la diferencia, había que esgrimir la lucha colectiva (o nos salvamos todos, o no se salva ni Dios), que la unidad nos hace fuertes, que nadie se debe quedar atrás, que queremos derechos para todos, que los convenios laborales son colectivos y no contratos individuales. Ahora, dice Bernabé, «nuestro yo construido socialmente anhela la diversidad pero detesta la colectividad, huye del conflicto general pero se regodea en el específico».

Parece que más que buscar a tus iguales para sumar fuerzas, intentamos buscar nuestras diferencias para afirmarnos según lo que comemos, lo que deseamos sexualmente, a quien rezamos, con lo que nos divertimos, cómo nos vestimos. Somos veganos, budistas, pansexuales, naturistas, friganos, antinatalistas… No se trata de no respetar esos estilos de vida, bien claro lo deja Bernabé, sino de advertir de la simbiosis entre esas competencias en el mercado de la diversidad y el neoliberalismo:

El proyecto del neoliberalismo destruyó la acción colectiva y fomentó el individualismo de una clase media que ha colonizado culturalmente a toda la sociedad. De esta manera hemos retrocedido a un tiempo premoderno donde las personas compiten en un mercado de especificidades para sentirse, más que realizadas, representadas.

Todo ello a costa de abandonar nuestro sentimiento de clase y, por tanto, las luchas colectivas que pasan a un segundo plano para ser absorbidas por esas identidades. Owen Jones ya advertía cómo en el Reino Unido la izquierda se había entregado a las reivindicaciones identitarias de las minorías en nombre de la diversidad y la tolerancia, todo con especial atención al lenguaje y las formas, pero sin prestarlo a las necesidades sociales de la clase trabajadora, concepto que desapareció en la división de razas, religiones y culturas. Como consecuencia, el sector trabajador blanco y protestante, en lugar de buscar su igual de clase entre las otras razas y religiones, se vio despreciado por la izquierda multicultural y terminó en manos de quienes se dedicaron a aplaudirles su raza y su religión: la ultraderecha.

Daniel Bernabé nos precisa que la «diversidad puede implicar desigualdad e individualismo, esto es, la coartada para hacer éticamente aceptable un injusto sistema de oportunidades y fomentar la ideología que nos deja solos ante la estructura económica, apartándonos de la acción colectiva». En este libro nuestro autor nos desvela lo que llama «la trampa de la diversidad: cómo un concepto en principio bueno es usado para fomentar el individualismo, romper la acción colectiva y cimentar el neoliberalismo».

De hecho el uso y abuso que de la diversidad está haciendo el mercantilismo es espectacular. Así, una mera tienda de juguetes eróticos consigue un reportaje titulado como «Una eroteca vegana, feminista, transgénero y respetuosa con la diversidad relacional y corporal» (Eldiario.es, 22 de marzo de 2016). En la Semana de la Moda de Nueva York una casa de diseño presentaba «una transgresora propuesta», según calificaba la prensa; un mensaje de «diversidad y tolerancia», en palabras de la empresa. En su nota de prensa afirmaba que su objetivo era que «todas las diferencias, incluso si no se comprenden completamente o no se está de acuerdo con ellas deben ser toleradas; todas las criaturas merecen espacio bajo el sol». Quería trasladar con su propuesta «el deseo individual de transformarse y convertirse en la mejor versión de uno mismo». ¿Y qué presentaba tras su canto a la transgresión, la tolerancia y la diversidad? Pelucas para vaginas. No, no es una errata de imprenta lo que ha leído. La firma Kaimin presentaba en Nueva York unas pelucas que simulan vello púbico desfilando a la vez que se proyectaban vídeos con imágenes de diversas vaginas (El Español, 20 de febrero de 2018).

Un anuncio de Benetton presentará imágenes de personas de diferentes razas, eso sí, todos jóvenes, guapos, limpios y bien alimentados. La diversidad nunca es de clase. En un reportaje sobre las elecciones estadounidenses los reporteros nos explicarán la diferencia de comportamiento para votar entre los hombres y las mujeres, entre los protestantes y los musulmanes, entre los blancos, afrodescendientes y latinos; pero no se pararán a exponer la diferencia de voto entre los directivos de Wall Street y los estibadores del puerto de Nueva York. En nuestras series de televisión vemos un emigrante, un gay, un vegetariano… y, con ellos, toda la conflictividad cotidiana presentada de forma banal, pero nunca aparece uno de los protagonistas volviendo del trabajo indignado porque su jefe no le paga las horas extras o porque ese mes lleva encadenados cinco contratos de dos días de duración. No existe la clase trabajadora, y menos todavía el conflicto social de clase. Pero la serie será percibida como progresista porque nos ha presentado y ensalzado la diversidad como baluarte de pluralidad, tolerancia y vanguardia ideológica. De ahí que pidamos presencia de mujeres, emigrantes, LGTB y jóvenes en un debate televisivo sin plantearnos si todos los elegidos tienen el mismo ideario. Si repasamos los titulares de un periódico de línea progresista descubriremos que las noticias y conflictos en torno a la diversidad tienen más presencia que las noticias referentes a las injusticias materiales. El conflicto mediático y político gira en torno a una drag queen en el carnaval; unas Reinas Magas en la cabalgata; una discusión sobre la llegada de refugiados, sin explicar el origen de su guerra; o la situación de los cerdos en una granja, mientras ignoramos la explotación que sufren los trabajadores de ese mismo lugar.

Todo eso tiene su correlación en el comportamiento de los políticos y de los votantes. La política se convierte en un supermercado donde lo que vende es el envase en lugar del contenido. Los candidatos y los proyectos pierden el contenido y se uniformizan para intentar pescar todos en el caladero de la clase media. Empezamos vaciando de significados la política para competir en el mercado de las preferencias ciudadanas. Así, Theresa May lucía un brazalete de Frida Kahlo porque mola como símbolo feminista (cuando en realidad era comunista), Barack Obama aparece en un icónico cartel a modo de plantilla de arte callejero y la izquierda española lanza GIF de gatos en Twitter.

Por su parte, la clase media, en realidad la mayoría de las clases, ansía diferenciarse del resto, reafirmándose en su identidad. Nada mejor para ello que una oportuna oferta de diversidades, inocuas para el capitalismo, individualistas y competitivas entre ellas cuando buscan presencia en los medios, reconocimiento de los políticos y significación social. Como señala el autor, los ciudadanos reniegan de participar en organizaciones de masas donde su exquisita especificidad se funde con miles para luchar por un programa electoral global, «temen perder su preciada identidad específica, que creen única». El mercado de la diversidad y su aparato ideológico les ha hecho creer que son tan exclusivos, tan singulares que no pueden soportar la uniformidad de una disciplina unitaria de lucha social por un objetivo global. Basta ver en los perfiles de Twitter que, cuanto más políticamente incorrecto se autocalifica un usuario más retrógrada suele ser su ideología.

Bernabé también nos habla del auge de la ultraderecha. Tal como ya indicamos anteriormente en el razonamiento de Jones, mientras «la izquierda secciona a los grupos sociales intentando dar protagonismo a todos los colectivos que pugnan en ese mercado identitario», la ultraderecha construye grupo en torno al discurso de la honradez, la decencia y la invasión del diferente.

Guy Debord alertó en 1967 de que vivíamos en la sociedad del espectáculo. Pasolini, a principios de los setenta, auguraba que el culto al consumo lograría una desideologización que nunca consiguió el fascismo. En 1985, Ignacio Ramonet acuña el término «golosina visual» para referirse a los mecanismos de seducción de los medios audiovisuales. Todas esas agoreras previsiones en su momento resultaron revolucionarias, el tiempo les ha dado la razón y ahora son aceptadas sin discusión. En este libro Daniel Bernabé nos trae otra: la trampa de la diversidad, que se une a las anteriores con el objeto de seguir desmovilizando, o mejor dicho, movilizando con humo, a la izquierda y la clase trabajadora. Qué término tan extraño ya, ¿verdad?, clase trabajadora. Una columna suya sobre este tema escrita en la revista La Marea me cautivó hasta el punto de plantearle la posibilidad de desarrollar el asunto a lo largo de un libro. No imaginaba que nos podría sorprender con estas clarificadoras ideas presentadas con tanto respeto hacia las minorías como contundencia en sus argumentos.

Introducción de Pascual Serrano.

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé.

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Autistas

Cuentan que en una institución especializada en niños autistas, en Inglaterra, encontraron que una de las internas, de 14 años, estaba especialmente inquieta. Pensaron que podía ser cosa de la edad, o quizás hormonal, y la hormonaron. En otros tiempos le hubieran dado bromuro o una ducha fría. Algo hemos mejorado.

Seguía inquieta.

Tras muchos exámenes, le dieron ansiolíticos, y su situación mejoró ligeramente, pero no llegó a corregirse del todo.

El problema no llegó a solucionarse hasta que, varios meses después, alguien descubrió que tenía una piedra en uno de los zapatos que le ponían a diario.

Así funcionan las cosas.

Sedados. James Davies

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Artículo 428 del Código Penal franquista. 1945. "Asesinatos por honor"-"Venganza de Sangre"

El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con pena de destierro.

Si les produjere lesiones de otra clase, quedará, exento de pena.

Estas reglas son aplicables, en análogas circunstancias, a los padres respecto de sus hijas menores de veintitrés años y sus corruptores, mientras aquéllas vivieren en la casa paterna.

El beneficio de este artículo no aprovecha a los que hubieren promovido, facilitado o consentido la prostitución de sus mujeres o hijas.

Fuente: www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1945/013/A00427-00472.pdf

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No soy gay...

No es que sea homosexual. Es que las mujeres me resultan cronofágicas.

El sexto continente. Daniel Pennac.

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Opiniones de un gobernador nazi en la Francia ocupada

Aquel día habían quedado para comer, a la una en punto, pero Pedro se presentó en Arrás a las diez y media de la mañana. En casa de Berger le dijeron que el señor Hopper ya había pasado también por allí y que lo habían remitido a la comandancia militar, porque el señor gobernador tenía una mañana muy ocupada.

              Pedro dio las gracias y se dirigió a la Comandancia, a escasos trescientos metros del domicilio del gobernador.

              Los guardias de la entrada le dieron severamente el alto y le pidieron la documentación. Pedro la entregó con tranquilidad y declaró que el gobernador lo estaba esperando. Un guardia se dirigió al interior del edificio y dos minutos después , le pidió que lo acompañase.

              —Buenos días, señor Ríos. Sabía que llegaría más o menos a esta hora —lo saludó Berger, tras la mesa de su despacho. Sentado enfrente estaba Hopper, que se levantó para estrechar la mano al pintor español.

              —Ni yo mismo esperaba estar aquí tan pronto —repuso Ríos.

              —Eso es porque usted no se sabe de memoria el horario de trenes, como yo. Porque ha venido usted en tren, ¿no es así?

              —Sí, es cierto.

              —Pues nuestros trenes siempre llegan a la hora. Con guerra o sin guerra. Debería usted saberlo. Siéntese, por favor.

              —Gracias —repuso Pedro, acercando una de las sillas que había junto a la pared—. De todas maneras, los guardias han estado un poco lentos y torpes. No todo es perfecto en su Reich...

              Berger se echó a reír.

              —Bien observado. Sin embargo, se habrá fijado que cada vez hablan mejor francés.

              —Eso sí.

              —¡Porque la mayoría son franceses! A los nuestros los están enviando a Rusia. Cualquier día , los franceses descubrirán que se están ocupando a sí mismos  y tendremos un problema, pero mientras se dan cuenta y no, estiramos nuestras tropas como podemos.

              —No me diga...

              —Pedimos diez mil voluntarios para auxiliares de policía y se presentaron cien mil.

              —Es increíble.

              —En absoluto. Aquí está usted, comunista y español, aguantando mis impertinencias. ¿Y sabe por qué? Porque, en el fondo, reconoce que ahora vive mejor que antes. Y eso les pasa a muchos franceses, que estaban hartos del desorden, de la corrupción y de la arbitrariedad de los poderosos.

              —Y ustedes, por supuesto, no son arbitrarios... —ironizó Hopper, introduciéndose en la conversación.

              —¡Pues claro que sí! Nosotros hacemos lo que nos da la gana, sin explicaciones  y amenazando con las armas a quien tenga algo que decir. ¡Pero nosotros somos el enemigo! ¡Eso es lo que la gente se espera del enemigo! Cuando duele realmente es cuando te lo hacen los tuyos, a los que tú pagas para servirte y ves como diariamente se sirven de ti. Que te maltraten los militares ocupantes es casi normal  y,  además, ofende menos, porque son extranjeros. Si un soldado alemán le da una bofetada a un hombre, le dolerá, pero se olvidará en un par de días. Pero si esa misma bofetada se la da su vecino, le guardará rencor para toda la vida. ¿No lo entienden?

              —Sí, claro, pero no es lo mismo una bofetada que el fusilamiento de un hijo, o el ahorcamiento de un pariente. ¿Puedo preguntarle cuántas penas de muerte ha firmado desde que está aquí? —preguntó Ríos, irritado por la falsa campechanía del alemán. Detestaba a aquella clase de hombres, que fingían burlarse de todo para escupir su bilis.

              Berger suspiró.

              —Se lo puedo decir exactamente. Noventa y una.

              —¿Y después de noventa y una muertes, puede aún decir que los franceses están más contentos con usted que con la situación anterior?

              Berger se alisó las puntas de su bigote.

              —Sí, lo afirmo. Porque he firmado noventa y una penas de muerte. Pero no se imagina usted cuántas denuncias he pasado por alto. Ahora, con el tiempo, ya van llegando menos, pero al principio, recibía diez o doce denuncias diarias. Durante un año entero. Vecinos que denunciaban a sus vecinos, ajustes de cuentas por tierras, ajustes de cuentas por mujeres, ajustes de cuentas por negocios, ajustes de cuentas por ofensas del siglo pasado. Comencé numerándolas, pero cuando llegué a las tres mil , me aburrí y preferí dejar de contarlas. ¿No se lo cree? Las tengo archivadas.

              Pedro Ríos bajó la vista. Sabía que en España había sido igual.

              —Le creo.

              —Hace bien, porque es la pura verdad. Todo el que tiene una cuenta pendiente con alguien quiere utilizarnos a nosotros para saldarla. Y luego, por supuesto, los asesinos seremos nosotros, y con razón, porque no niego que, entre los míos, hay muchos a los que les divierte el asunto, pero le doy mi palabra de honor de que, por cada fusilamiento, hay cincuenta denuncias que se han ido a enmohecer al archivo. ¿Cómo se cree usted que perseguimos a los judíos en este país?

              —Pues buscándolos en el censo, por supuesto —repuso Hopper.

              —¡Qué va! —despreció Berger con un gesto—. Ni uno de ellos está tan loco como para permanecer localizable en el mismo domicilio que tenía antes de la guerra. Los vamos cogiendo según los van denunciando sus vecinos, o con más frecuencia aún, los dueños de las propiedades colindantes a las de los judíos. La cuenta que hacen está clara: «Si muere Aarón, yo me quedo con su casa, con su parcela, o con su sastrería y además, por cuatro perras». Y denuncian a Aarón si se enteran de algún modo de dónde se ha metido.

              —Ya, así es la miseria humana... —se lamentó Pedro.

              —Pero no nos quieren sólo por miseria. A veces también nos aprecian por nuestra grandeza —aseguró Berger.

              —¿Por su grandeza?

              —Sí, se lo aseguro. Usted es un pintor famoso y nuestro común amigo, Hopper, un rico industrial americano, pero la gente común no está en una posición tan buena como la suya.

              —¿Y eso qué tiene que ver?

              —Es muy sencillo. Durante años, durante siglos, los ricos se impusieron a los pobres en todas partes. Se quedaron los mejores puestos, heredaron las mejores plazas de la administración y cerraron el paso a los de abajo. Los profesores, los jefes de todos los departamentos de la administración, los jueces y hasta los jefes de policía procedían de una serie de familias selectas y beneficiaban a los suyos. No había ni una opción de ascender verdaderamente , como no fuese haciéndose cura.

              —Eso es el malo de la sociedad burguesa. Habla usted como un marxista —señaló Pedro.

              —Pues no lo soy. Pero es cierto: las élites se defendían entre sí  y no sólo para impedir el paso a los de abajo: cada vez que surgía un conflicto, de cualquier tipo, siempre tenía la razón el de la clase social superior. Daba igual que se tratase de lindes de tierras, de derechos de riego, de alquiler de edificios, de derechos de venta o producción en una fábrica. Siempre era igual. Era inútil acudir a los tribunales, porque la razón siempre la llevaba el rico contra el pobre, siempre el poderoso contra el desheredado.

              —¿Y ha cambiado eso?

              —¡Pues sí! Porque a nosotros nos importa todo un carajo, ¿no se da cuenta? Nosotros somos los amos del país porque lo hemos conquistado por las armas. No le debemos favores a nadie y no hacemos cuenta de los favores que tendremos que pedir mañana, cuando queramos que a nuestro hijo se le apruebe una oposición para un buen puesto. A nosotros nos importa todo tres pimientos, y hacemos lo que nos da la gana, porque queremos y cuando nos parece. ¿Puede haber alguien más imparcial?

              Hopper se echó a reír y Pedro lo secundó.

              —Es usted un maestro de la propaganda —alabó el americano.

              —¡En absoluto! Lo que les digo es rigurosamente cierto. ¿Saben a lo que dedico yo la mitad de mi tiempo? ¿Saben a lo que lo dedican la mayor parte de los comandantes de ciudades como esta? A ejercer de tribunal de apelación. La gente está aprovechando la ocupación para llevar a los tribunales los casos que nunca se hubiese atrevido a llevar antes. Los pobres, sobre todo, confían en nosotros, porque no conocemos a nadie  y nos da igual a quién damos la razón. Los pobres vienen por centenares a quejarse de lindes de fincas, de canales de riego, de paredes medianeras con otros propietarios más ricos, porque nosotros no sabemos quién es quién y a menudo sentenciamos a su favor, cosa que no sucedía antes ni en sus mejores sueños. Y sin gastos de abogados: vienen, cito a ambas partes, pido los planos, trazo una línea recta y asunto arreglado en diez minutos. Si acerté, está  bien. Y si no, también, porque no se puede apelar a ninguna parte. ¿O creen que yo quiero complicarme la vida con media docena de chopos plantados en un lugar que no he visto nunca? Pues los franceses, sobre todo los pobres, lo saben y hacen cola una mañana entera para que les devuelvan un gallinero, porque saben que es ahora o nunca.

              —Por lo que dice, les acabarán echando de menos el día que se vayan —ironizó Pedro Ríos.

              —Usted no, seguramente, porque seguirá siendo rico y famoso en cualquier lado. Pero los pobres puede que sí...

La libertad huyendo del pueblo. Javier Pérez F.

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Fragmento de un artículo reproducido por el diario alemán Leipziger Stadtzeiger

"El deseo de captar los reflejos evanescentes no solamente es imposible como se ha demostrado por las investigaciones alemanas realizadas, sino que el solo deseo de conseguirlo es ya una blasfemia. Dios creó al hombre a Su imagen y ninguna máquina construida por el hombre puede fijar la imagen de Dios. ¿Es posible que Dios hubiera abandonado Sus principios eternos y hubiese permitido a un francés de París, dar al mundo una invención del diablo..?"



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Cervantes nos odiaba a todos

«Los poetas, de acuerdo con su naturaleza, que es cabalmente una naturaleza de artistas, es decir, de hombres raros y excepcionales, no ensalzan siempre lo que merece ser ensalzado por todos los hombres, sino que prefieren lo que justo a ellos, en cuanto artistas, les parece bueno.

De igual modo, raras veces son afortunados sus ataques cuando cultivan la sátira. Cervantes habría podido combatir la Inquisición, mas prefirió poner en ridículo a las víctimas de aquélla, es decir, a los herejes e idealistas de toda especie.

Tras una vida llena de desventuras y contrariedades, todavía encontró gusto en lanzar un capital ataque literario contra una falsa dirección del gusto de los lectores españoles; combatió las novelas de caballería. Sin advertirlo, ese ataque se convirtió en sus manos en una ironizacion general de todas las aspiraciones superiores: hizo reír a España entera, incluidos todos los necios, y les hizo imaginar que ellos mismos eran sabios: es una realidad que ningún libro ha hecho reír tanto como el Don Quijote. Con semejante éxito, Cervantes forma parte de la decadencia de la cultura española, es una desgracia nacional.

Yo opino que Cervantes despreciaba a los hombres, sin excluirse a sí mismo; ¿o es que no hace otra cosa que divertirse cuando cuenta cómo se gastan bromas al enfermo en la corte del duque? Realmente, ¿no se habría reído incluso del hereje puesto sobre la hoguera? Más aún, ni siquiera le ahorra a su héroe aquel terrible cobrar conciencia de su estado al final de su vida: si no es crueldad, es frialdad, es dureza de corazón lo que le hizo escribir semejante escena final, es desprecio de los lectores, cuyas risas, como él sabía, no quedarían perturbadas por esta conclusión.»

Friedrich Nietzsche

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Por qué no vemos marcianos

Si nunca hemos entrado en contacto con extraterrestres es porque en nuestra simulación su existencia no está programada.

La anomalía. Herve Le Tellier

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Hay muchas formas de llorar

Aquellos dos niños que un día habían sido amigos desaparecieron por el desagüe de la memoria, que tanto sirve para recordar como para olvidar.

Viendo las partículas en suspensión, ajenas a toda gravedad, Fermín recordó, o la ironía recordó por él, lo que Demócrito decía del alma. Y lo que Demócrito decía era que el alma es un cierto tipo de elemento caliente, de forma esférica, comparable a una de esas motas de polvo que se dejan ver gracias a la luz de las rendijas.

He aquí incontables almas bostezando en el aire, sonrió Fermín. Pero se le torció la sonrisa, en esa distancia corta que lleva a la mueca, cuando se imaginó a sí mismo como una mota de polvo esférica y caliente, sólo visible gracias a un fugaz venablo de luz. Ese dardo tenía nombre y se llamaba Ana.

Cuando falleció el marido de Ana, y eso había sucedido un año antes, a punto estuvo de darse de puñetazos en los ojos para hacerles llorar. Hasta que asumió la realidad de que no estaba triste y pidió perdón a Dios.

En el lenguaje de su tío, ser tonto era ser cobarde. Si eres bueno, Fermín, venía diciendo, es por tu cobardía y no por tu valor. Tu bondad empieza donde tu miedo.

El alma de Xistra, pensó, era como un carcaj de flechas llevado en bandolera por una amazona superviviente.

Hay quien introduce barco en una botella. También he visto quien mete escaleritas. Pero el arte que más cautiva es el de meterse uno mismo. Cuando la botella se seca y tú estás dentro, echas de menos no tener la compañía de un barquito o una escalerita. La vida, desde el fondo de la botella, es como el haz de luz de una linterna de policía en los ojos. A mí me costó mucho, muchísimo trabajo, alzar la mirada, quizá porque no tenía ningún interés en hacer esa ruta de regreso a la vida. Me daba más miedo la gente que la bebida.

Citas de "Ella, maldita alma" Manuel Rivas

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El niño cinco mil millones

En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etc. Muchos países, en ese día eligieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto.

Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño 4.999.999.999.

El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exahusta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en si mismo ganas de pensar o creer.

Una semana después el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado.

Mario Benedetti del libro 'Despistes y franquezas'

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Las cosas siempre se han hecho así...

«Un equipo de científicos colocó a cinco monos en una jaula y, en su interior, una escalera y, sobre ella, un montón de plátanos. Cuando uno de los monos subía a la escalera para coger los plátanos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre el resto. Después de algún tiempo, cuando algún mono intentaba subir, los demás se lo impedían a palos. Al final, ninguno se atrevía a subir a pesar de la tentación de los plátanos. Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos.

Lo primero que hizo el nuevo fue subir por la escalera, pero los demás le hicieron bajar rápidamente y le pegaron. Después de algunos golpes, el nuevo integrante del grupo ya no volvió a subir por la escalera. Cambiaron otro mono y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo en la paliza al novato. Cambiaron un tercero y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fueron sustituidos.

Los científicos se quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos. Ninguno de ellos había recibido el baño de agua fría, pero continuaban golpeando a aquel que intentaba llegar a los plátanos. Si fuese posible preguntarle a alguno de ellos por qué pegaban a quien intentase subir a la escalera, seguramente la respuesta sería: “No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así”».

La verdad se equivoca. Santiago Pitarch.

El libro se puede descargar gratuitamente AQUI por cortesía del autor.

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Sobre hacerse investigador

«Ustedes son ciento veinte… la mayoría conseguirá el DEA… este diploma es un papelucho que estaría pintiparado en un retrete… público… de las afueras… cortado en cuatro pedazos. Pero ¿cuál es el sueño que persiguen? Ingresar en el “Paraíso de los Elegidos”, quiero decir en un laboratorio del CNRS El enchufe ideal para todo estudiante listillo que con buen criterio prepara ya su jubilación. ¿Cuál es el destino que les espera durante este año de estudios? Mamar la leche de la ciencia en vez de la de sus novias y todo ¿para qué?, para alcanzar El Dorado, la panacea de todos los vagos y maleantes; el título de funcionario del Estado para toda la vida con seguro social, prima de transporte, retiro asegurado, promociones diversas, plus de pelo en pecho, condecoraciones académicas, campamentos para los niños, seguro de erección garantizada… y aburrimiento infinito hasta que se mueran más chochos aún que el pobre Oppenheimer en Princeton. ¡Pues vaya juventud chisgarabís y desmirriada! ¿Y éste es el ideal de la muchachada en la flor de la vida que cantaban nuestros poetas más cursis en aquellas épocas exaltantes en que se sabía escribir en verso y bailar el tango? Seré franco: en el mejor de los casos, cinco de ustedes serán nombrados investigadores del CNRS Pero ¿qué es ser investigador si no se publica? ¡Un cero a la izquierda! Y un ladrón que le roba al Estado las perras que tanto necesita para fabricar bombas de neutrones y fajas de diputados y un atracador que despoja al pobre contribuyente de sus ahorros que destinaba a comprar décimos de lotería y fotos pornos. ¿Quién de entre los cinco heroicos y gloriosos investigadores —que Homero cantará sus virtudes— llegará a publicar? Si nos referimos a las estadísticas establecidas con los curriculum vitae de sus predecesores (secreto que les revelo confidencialmente y que está más protegido que los planes de la NASA)… dos de cada cinco, es decir ¡sobre los ciento veinte! Pero ¿dónde publicaron hasta hoy estos dos privilegiados del destino y del favoritismo?… En revistas francesas o italianas. ¡Pipí caca! Estas revistas son tan prestigiosas como las suecas sobre tauromaquia. Sólo se es un investigador serio, que puede cobrar su sueldo sin avergonzarse, si se publica en la Physical Review o en la Physical Review Letters…. Y como soy generoso, o en la revista inglesa para snobs Nature, siempre y cuando en este caso escriban un resumen de divulgación. ¡Y paren el carro! Pero ¿quienes entre ustedes pondrá su pica de andar por casa en el Flandes de la Ciencia? Aparte de un servidor, uno de cada diez generaciones lo logra por estas regiones nuestras de salvajes y analfabetos. Les doy un consejo de amigo: no pierdan el tiempo, un año es muy largo, váyanse al laboratorio farmacéutico de Basilea a masturbar ratones o a Johannesbourg a fabricar misiles para la defensa de la raza blanca; así ganarán dinero y honores… o bien, deslumbren a una rica noruega gorda y romántica explicándole la teoría de la relatividad con lo del tren que sube… que sube…»

La torre herida por el rayo. Fernando Arrabal.

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Eso es vivir...

Vivíamos a cuerpo de rey. Bebíamos como cosacos. Nos amaban mujeres de bandera. Gastábamos a espuertas. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, el odio con odio.

Me gustaban mis compañeros porque nunca me habían defraudado. Era gente sencilla, sin formación. Pero, a ratos, me dejaba boquiabierto lo extraordinarios que podrían llegar a ser. Y, en aquellos momentos, le daba las gracias a la Naturaleza por haberme hecho un ser humano.

Me gustaban los maravillosos amaneceres de primavera, cuando el sol retozaba como un chiquillo, derramando por el cielo colores y centelleos. Me gustaban los cachazudos ocasos de verano, cuando la tierra exhalaba chicharrina y el viento acariciaba con ternura los campos olorosos para refrescarlos.

Me gustaba también el otoño abigarrado, embelesador, cuando el oro y la púrpura caían de los árboles y tejían tapices floreados sobre las veredas, mientras unas neblinas canosas se columpiaban, colgadas del ramaje de los abetos.

Me gustaban también las gélidas noches de invierno, cuando el silencio convertía el aire en una masa pegajosa y la luna meditabunda adornaba la blancura de la nieve con diamantes.

Y vivíamos entre aquellos tesoros y aquellas maravillas, envueltos en colores y centelleos, como niños extraviados que de pronto despiertan en un cuento de hadas. Vivíamos y luchábamos, pero no por unos despojos de existencia, sino por la libertad de ir de un sitio a otro y trabar amistades… En nuestras cabezas bramaban los vendavales, en nuestros ojos jugueteaban los relámpagos, bailaban las nubes y se reían las estrellas. Salvas de carabinas nos daban la bienvenida y nos despedían, muchas veces anunciando una muerte que bailaba impotente a nuestro alrededor sin saber a quién raptar primero.

A menudo, el placer de vivir me dejaba sin aliento. De vez en cuando, los ojos se me empañaban sin que viniera a cuento. De vez en cuando, alguien soltaba una imprecación soez y, al mismo tiempo, me obsequiaba con una sonrisa infantil y me tendía una mano callosa y fiel.

Se pronunciaban pocas palabras. Pero eran palabras de verdad, que yo podía entender fácilmente a sabiendas de que no eran juramentos ni palabras de honor y, por tanto, podían darse por seguras…

Así los días estúpidos y las noches alocadas, que Alguien nos había regalado en recompensa de algo, galopaban entre serpenteos de colorines.

Y, por encima de todo aquello, por encima de nosotros, de la tierra y de las nubes, en la zona norte del cielo, corría el extraño Carro…, reinaba la magnífica, la única, la embrujada Osa Mayor.

El enamorado de la Osa Mayor. Sergiusz Piasecki

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Ya no se pueden leer las calles

Hubo un tiempo en el que yo me creía capaz de leer las calles de mi ciudad. Me creía capaz de escudriñar sus rampas y pasajes, sus depósitos humeantes, y hallar algún sentido a las cosas. Pero ahora ya no me creo capaz. O bien he perdido la capacidad, o tal vez las calles se estén volviendo más difíciles de leer. O ambas cosas. No puedo leer libros, que se supone son fáciles, fáciles de leer. Nada de extraño, entonces, que no pueda leer las calles, que, como todos sabemos, son difíciles y duras —revestidas de metal, reforzadas con macizo hormigón armado—. Y cada vez más difíciles, más duras. Analfabetas ellas mismas, las calles son ilegibles. Sencillamente, ya no se dejan leer.

Campos de Londres. Martin Amis

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Majestad... ¡Vaya porquería de título!

«Dime, ¿qué significa que un hombre como él, Bonaparte, soldado, caudillo del ejército, el primer capitán del mundo, quiera ser llamado majestad? ¡Ser Bonaparte y hacerse llamar Sire! Eso es aspirar a rebajarse; pero él, en cambio, cree elevarse equiparándose a los reyes. Prefiere un título a un nombre...

Pobre hombre, que no fue capaz de aprender de César, que hizo de su nombre un título superior al de los reyes.»

Memorias de Ultratumba. Chateaubriand

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Te lo haremos con cuidado

La sociedad capitalista relega a sectores enteros de su ciudadanía al vertedero, pero muestra una delicadeza exquisita para no ofender sus convicciones ni cuestionar su afirmación identitaria.

T. Eagleton. Cultura.

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La tortura

-Usted está en contra de la tortura, supongo.

-No: en invierno ayuda a pasar la tarde.

Memorias de Ultratumba. Chateaubriand.

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Tenderloin

Hogar de los servicios sociales y bares de estilo ilegal, este céntrico barrio de San Francisco es más conocido por ser el centro neurálgico de los mendigos de la ciudad, y de todos los problemas derivados de su presencia. Los viajeros más aventureros encontrarán tascas donde comer barato, impresionantes edificios históricos y coloridos murales que reflejan la diversidad de los personajes del barrio. Los artistas y los habitantes de Tenderloin son conscientes de la riqueza arquitectónica y la diversidad de su barrio, y trabajan para redefinirlo como el auténtico corazón de la ciudad.

Descripción que Airbnb hace de Tenderloin, un barrio de San Francisco.

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La delación

Breslau, 1933. Un piso de pequeños burgueses. Una mujer y un hombre, de pie junto a la puerta, escuchan. Están muy pálidos.

LA MUJER: Ahora están abajo.

EL HOMBRE: Todavía no.

LA MUJER: Han roto la barandilla. Estaba ya sin conocimiento cuando lo sacaron del piso arrastrando.

EL HOMBRE: Yo sólo dije que no era aquí donde se escuchaba en la radio emisiones extranjeras.

LA MUJER: Sólo dijiste eso.

EL HOMBRE: No dije nada más.

LA MUJER: No me mires así. Si no dijiste nada más, es que no dijiste nada más.

EL HOMBRE: Eso digo yo.

LA MUJER: ¿Por qué no vas a la comisaría y dices que no tuvieron visitas el sábado?

Pausa.

EL HOMBRE: No voy a ir a la comisaría. Lo han tratado como bestias.

LA MUJER: Le está bien empleado. ¿Por qué se mete en política?

EL HOMBRE: No hubieran tenido que romperle la chaqueta. No era para tanto.

LA MUJER: La chaqueta es lo de menos.

EL HOMBRE: No hubieran tenido que rompérsela.

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Terror y miseria del Tercer Reich. Bertolt Brecht

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Los ex-hippies

La rebelión contra las tradiciones y la conformidad había pasado en diez años, de 1968 a 1978, del ámbito político al ámbito estrictamente personal y ¿cómo se estaba manifestando esta ansia por la individualidad? A través del consumo. Los exhippies necesitaban seguir sintiéndose diferentes, pero como el activismo político y la acción colectiva eran percibidos como inútiles ahora gastarían su dinero para expresar su individualidad. Este ser uno mismo mediante el consumo entraba en contradicción con el sistema de producción en masa, de ahí que algunos productos, identificados por las más variopintas razones como especiales o peculiares, fueran más exitosos entre esta capa de población que otros, independientemente de su calidad, funcionalidad y precio.

El VALS categorizaba a los consumidores en una gráfica con dos ejes, el vertical donde estarían los recursos y el horizontal donde estarían las motivaciones primarias. Así se obtendrían ocho tipologías de consumidores:

● Innovadores: Estos consumidores están a la vanguardia del cambio, tienen los ingresos más altos y una autoestima tan alta que pueden permitirse en cualquiera o todas las autoorientaciones. Están ubicados arriba del rectángulo. La imagen es importante para ellos como una expresión de gusto, independencia y carácter. Sus elecciones de consumo están dirigidas a las «cosas buenas de la vida».

● Pensadores: Estos consumidores con recursos altos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por ideales. Son profesionales maduros, responsables y bien educados. Sus actividades de ocio se centran en sus hogares, pero están bien informados sobre lo que sucede en el mundo y están abiertos a nuevas ideas y cambios sociales. Son consumidores prácticos y tomadores de decisiones racionales.

● Creyentes: Estos consumidores con bajos recursos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por ideales. Son consumidores conservadores y predecibles que favorecen los productos locales y las marcas establecidas. Sus vidas se centran en la familia, la comunidad y la nación.

● Triunfadores: Estos consumidores con recursos altos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por los logros. Son personas exitosas orientadas al trabajo, que obtienen su satisfacción de sus empleos y familias. Son políticamente conservadores y respetan la autoridad y el statu quo. Son favorables a productos y servicios establecidos que muestran su éxito a sus pares.

● Luchadores: Estos consumidores con bajos recursos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por los logros. Tienen valores muy similares a los triunfadores, pero tienen menos recursos económicos, sociales y psicológicos. El estilo es extremadamente importante para ellos, ya que se esfuerzan por emular a las personas que admiran.

● Experimentadores: Estos consumidores con recursos altos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por la autoexpresión. Son los más jóvenes de todos los segmentos, con una edad media de veinticinco años. Tienen mucha energía, que invierten en ejercicio físico y actividades sociales. Son consumidores ávidos que gastan mucho en ropa, comida rápida, música y otras actividades juveniles, con especial énfasis en nuevos productos y servicios.

● Creadores: Estos consumidores con bajos recursos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por la autoexpresión. Son personas prácticas que valoran la autosuficiencia. Están enfocados en lo familiar y tienen poco interés en el mundo en general. Como consumidores, aprecian los productos prácticos y funcionales.

● Supervivientes: Estos consumidores tienen los ingresos más bajos. Tienen muy pocos recursos para ser incluidos en cualquier autoorientación del consumidor y, por lo tanto, se ubican debajo del rectángulo. Son los más viejos de todos los segmentos, con una edad promedio de sesenta y un años. Dentro de sus limitados recursos, tienden a ser consumidores leales a la marca

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé

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El trabajador como variedad humana

Cuando publiqué en la revista La Marea el artículo que dio pie a este libro, «La trampa de la diversidad, una crítica al activismo», una de las respuestas más inquietantes que recibí fue la de una mujer joven, por lo que pude ver, feminista activa y con conciencia política desarrollada. Lo que me vino a decir fue que no hacía falta haber montado aquella polémica para pedir que se hiciera más caso a los trabajadores. Gracias a esa contestación, el fenómeno, simplemente esbozado en aquel texto, se volvió tan diáfano como preocupante.

Para esta joven, el concepto «trabajadores» no hacía referencia a la clase social, sino a un grupo muy concreto de hombres, españoles, blancos, de mediana edad, heterosexuales, cis, omnívoros, con mono azul y, presuntamente, seguidores del Real Madrid. En el mercado de la diversidad que ella sin darse cuenta asumió estaban los gais con sus cosas de gais, los musulmanes con sus cosas de musulmanes y los trabajadores con sus cosas de trabajadores, ya saben, piquetes en Duro Felguera y asambleas fumando tabaco negro y vistiendo chaquetillas de lana. Y posiblemente, en este universo, también estarían las feministas, que seguramente no responderían a las mujeres con conciencia política de sí mismas, sino a las mujeres jóvenes muy parecidas a ella.

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé.

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Nuestras manías....

Mientras que cada vez somos más previsibles, nos parecemos más al estar moldeados por la persuasión del mercado, nunca hemos necesitado tanto ser tan diferentes, pensarnos tan diversos. Esta ansiedad por la diferencia se manifiesta en el consumo, tanto de bienes materiales como de bienes intangibles, pero ocupa todas las parcelas de la vida, incluso las más íntimas.

Tentaciones, el suplemento de tendencias de El País que empezó a mediados de los noventa como una revista cultural con ánimo independiente, lo que no era más que un eufemismo para tratar la conversión de la contracultura de las tres anteriores décadas en producto de consumo, fue una referencia para la juventud que quería diferenciarse del resto. Así, quien no encajaba con Los 40 Principales o Cadena Dial, las radio-fórmulas de pop comercial de PRISA, podía leer Tentaciones, que funcionaba más que como una publicación de crítica cultural como un ente prescriptor, es decir, su fin no era informar al público si tal producto cultural era bueno o malo de acuerdo con unas categorías consensuadas, sino si tal o cual producto cultural era necesario para ser una persona especial.

En 2017, Tentaciones sigue siendo un suplemento de prescripción cultural, pero además ha ampliado sus horizontes a casi todas las facetas cotidianas necesarias para ser cool. Entre ellas el sexo que, si bien siempre ha sido un buen material comercial periodístico, hoy se utiliza para acentuar la enorme diversidad de la que parece que disfrutamos. Tentaciones dedicó artículos al contouring, el maquillaje y la cirugía vaginal para que este órgano sea estéticamente agradable (desconocemos con base en qué criterios); a Wikitrans, la guía definitiva para no perderse en las nuevas sexualidades; a la atracción sexual hacia los globos; a la gente que quiere tener sexo en el baño de un avión; se preguntaron si las cosquillas eran el nuevo porno; nos hablaron de las mujeres que tenían orgasmos mientras conducían para ir a trabajar; nos descubrieron la dendrofilia, el stationary fetish, la ficciofilia, la anortografofilia y el medical fetish, es decir, la excitación sexual por los vegetales, el material escolar, los personajes de ficción, las faltas de ortografía y el material médico[3].

Quizá algún lector o lectora de este libro se excite acariciando únicamente el tapete de ganchillo de una mesa camilla, lo cual nos parece estupendo. No se trata aquí de hacer mofa de las prácticas sexuales, por muy inverosímiles que resulten, o mucho menos de condena, siempre que sean consensuadas entre adultos. Sí de hacer notar la enorme ansiedad que destila todo el asunto. Lo sexual también parece haberse convertido en una extensión de las identidades frágiles, habiéndonos convertido en consumidores de singularidades como forma de acentuar nuestra diferencia. Por otro lado, en 2015 en España, 48 niñas de entre diez y catorce años y 5751 adolescentes de entre quince y diecisiete años fueron madres y un 40 por 100 de los nacimientos primerizos fueron de mujeres de cuarenta años o más[4]. Aunque, evidentemente, no vamos a reducir la sexualidad a la reproducción, destaca la poca atención que despiertan temas como una deficiente educación contraconceptiva o unos padres primerizos cada vez más mayores, consecuencia directa no de una decisión personal sino de las precarias condiciones laborales. Así, los temas materiales parecen salir de la agenda pública mientras que el fetiche de la peculiaridad se asienta en ella.

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé.

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