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Dejemos la economía en manos de los que saben

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La izquierda debería dejar de lado su agenda y asumir de una vez las recetas recomendadas por los grandes referentes globales. Los guardianes de la ortodoxia y los grandes actores del establishment hace mucho que vienen advirtiéndonoslo: Hay que evitar los experimentos con las cosas de comer y dejar la economía en manos de los que saben.

¿Y quién sabe? Si algún ingenuo se atreve a formular esta pregunta, corriendo con ello el riesgo de parecer un indocumentado, las sugerencias del establishment político, económico y mediático, suelen pivotar siempre alrededor de los mismos referentes a los que debemos hacer caso: los grandes organismos multilaterales de apariencia técnica, como el FMI, la OCDE y el Banco Mundial; el Financial Times, biblia periodística del capitalismo global; los bancos centrales, Bruselas —siempre rigurosa frente a nuestra supuesta tradición atávica manirrota—- y Alemania, la quintaesencia de la buena gestión.

Por duro que pueda parecer, y ante el agravamiento de la situación económica por la pandemia de la covid19, quizá es la hora de admitir que la izquierda no está a la altura del momento. ¿Y si al final fuera verdad que no sirve para gestionar la economía y que hay que hacer caso a estos grandes referentes globales, que sí saben lo que hay que hacer?

¿Les hacemos caso? Veamos:

El FMI llama a subir los impuestos a los más ricos y a las empresas rentables

La OCDE considera que una de las grandes prioridades del momento es lograr que las multinacionales globales paguen muchos más impuestos y dejen de beneficiarse de los enormes agujeros de los sistemas fiscales nacionales.

El Banco Mundial subraya que ahora los poderes públicos deben centrarse como sea en aumentar la inversión pública para reactivar la economía comatosa, sin obsesionarse con la deuda, y ello a pesar de que su economista jefa es nada menos que Carmen Reinhart, halcón antideuda. 

Todos los bancos centrales insisten en la misma línea de fomentar políticas fiscales muy expansivas y ello a pesar de que al frente del Banco Central Europeo está Christine Lagarde, que desde el FMI imponía austeridad máxima hace nada.

El Financial Times abandera la necesidad de adoptar un nuevo contrato social, como se hizo tras la II Guerra Mundial, que garantice una red de protección social mucho mayor que la actual, y subraya que contener la inflación, el déficit y la deuda forma parte de un paradigma antiguo, que ya ha sido incluso “enterrado”.

Las prioridades de Bruselas ya nada tienen que ver con la austeridad, sino con cómo aumentar la inversión pública y movilizarla para cambiar las bases de la economía y empujar hacia la transición energética.

Alemania lidera ahora la respuesta keynesiana a la crisis, en buena medida gracias a la existencia de una muy potente banca pública que financia el tejido productivo local y regional y con una gran concertación social, puesto que los sindicatos se sientan en los consejos de administración de las grandes empresas y participan de sus decisiones estratégicas.

Ciertamente, ya va siendo hora de que “el Gobierno más a la izquierda de Europa” renuncie a su agenda propia y siga de una vez las recomendaciones de los que sí saben de economía.

En el contexto de emergencia actual habría que dejar de lado los experimentos, como resistirse a subir los impuestos porque “ahora no es el momento” o moverse con extrema cautela para no saltarse ni un milímetro las reglas de la ortodoxia económica y fiscal.

El Gobierno debería dejar pues entre paréntesis su agenda propia y seguir con humildad  las recetas liberales del FMI, la OCDE, el Banco Mundial, el Financial Times, los bancos centrales, Bruselas y Alemania: subir impuestos a los ricos y a las empresas rentables, poner el foco en las multinacionales que no pagan al fisco, colocar en el centro de la política económica un nuevo contrato social que combata la exclusión y la desigualdad, apoyado en un gran plan de inversión pública de inspiración keynesiana que empuje hacia la transición energética con el apoyo de instrumentos de banca pública potente y con la participación de los trabajadores.

¡Ay, la izquierda!, siempre prisionera de sus principios. ¿Se atreverá esta vez a escuchar con humildad a los grandes referentes globales?