En toda la franja, pero especialmente en Shijaia, los cadáveres de gente indefensa y un número todavía incuantificable de heridos, se amontonan en calles y casas, a la espera de que las ambulancias puedan llegar a recogerlos. Israel no lo permite, el bombardeo es incesante y brutal. Disparan de forma indiscriminada contra hogares, mezquitas, escuelas, niños, mujeres, contra todo lo que albergue vida. Los rostros desolados de los familiares llorando a sus muertos son fiel reflejo de esta masacre.