En la pausa de la mañana, la mujer del tatuaje en el cuello a la que Junqueras buscó para besar cariñosamente cuando se anunció el receso, se derrumbó en el comedor de un restaurante cercano al Tribunal Supremo. Compartía mesa de menús (12€) junto a un hombre —pagó él— y otra mujer mientras comentaban en catalán lo que había pasado en la sala hasta el momento. "¿Qué tal?". Ella respondió tapándose la cara con las manos. Me pregunté si eso era bueno o malo para los intereses del Estado y supuse que íbamos ganando, la Constitución, quiero decir,