En The Psychology of Nationalism, Joshua Searle-White señala que la potenciación de la identidad y la autoconfianza, en un mundo de dudas e inseguridades interiores, es el mecanismo psicológico que alimenta el nacionalismo. Identificarse con una nación, inventada o imaginada, permite al individuo ganar autoestima, atribuirse las cualidades, nunca defectos, que el discurso nacionalista asigna a esa idealizada colectividad. Para ello es necesario crear un enemigo contra el que definirse, alguien a quien traspasar todos los males, vicios, defectos