Quienes se oponen a la eutanasia y al suicidio asistido arguyen que su legalización abriría la espita del abuso, tanto por parte de los allegados, que podrían hacer pasar por eutanasias lo que no son más que homicidios de conveniencia, como del propio solicitante de una muerte digna, a quien niegan la capacidad de discernir entre su verdadera voluntad y su mero desánimo. Reconozco que esos argumentos merecen atención, pero, como defensor de la muerte digna, me interesa desactivarlos, y voy a intentarlo aquí con ayuda de la ciencia.