Quienes participan en la tauromaquia no disfrutan por el sufrimiento, sino a costa del sufrimiento. Esta es una distinción muy relevante. No disfrutan sabiendo que sus víctimas sufren, sino que precisamente ignoran dicho sufrimiento, para concentrarse en la estética o en la emoción que motiva el espectáculo. No es sadismo ni crueldad. Es especismo.