¿Quién, de entre nosotros, no hubiera dispuesto una módica cantidad de dinero por asistir, a través de una buena mirilla de Zoom, al apasionante 'brainstorming' en el que los gerifaltes (y gerifaltas) de Hollywood diseñaron la gala de los Oscar del año más atípico para el evento tradicionalmente más predecible del cine mundial? Imaginamos una sesión tensa, acalorada y extremadamente inclusiva: una barahúnda de propuestas peregrinas en varios acentos y tonos sobre la que, ya de madrugada, un viejo hombre blanco hetero se alzara dando un