Sus incitaciones abstractas y generales a la violencia podrán parecernos execrables, pero ni tenían el propósito ni la capacidad de alimentar acciones violentas inmediatas. Por tanto, no deberían ser sancionadas, mucho menos con una pena de cárcel: basta con que sean públicamente repudiadas. Por otro lado, debería ser evidente que censurar toda expresión que potencialmente pueda incentivar la violencia daría lugar a una censura radical de muchas ideologías políticas, creencias religiosas, narrativas históricas o incluso opiniones deportivas.