Una mañana fría a principios de 2016, estaba parada al lado de mi hija de 6 años frente al espejo del baño. Estábamos jugando con pintura para el rostro: rayas amarillas, puntos verdes y una mancha azul por aquí y por allá. De pronto, mi hija hundió el dedo índice en el pequeño bote de pintura blanca y, mientras se pintaba los cachetes, dijo: “Mira, mamá, así me preparo para cuando Trump sea presidente. Para que no sepan que somos mexicanas”.