Esta semana, los fanáticos del Estado Islámico han matado a un hombre porque amaba las ruinas. Es decir, era un arqueólogo. Se llamaba Jaled al Asad y tenía 83 años. Los medios lo presentan piadosamente como un académico de renombre, como si solo la excelencia justificase el escándalo por su muerte. La verdad es más conmovedora, pienso yo: Asad era más bien un erudito local.