Las imágenes dejan el cuerpo helado. Un silencio sepulcral, solo interrumpido por el constante pitido de las máquinas y el sonido de los respiradores acompaña el paseo de una enfermera por su lugar de trabajo, la planta de terapia subintensiva del hospital de San Marco de Zingonia (Bérgamo, Lombardía). En los pasillos, decenas de pacientes, descansando con mascarillas. En el interior de las salas, otros conectados a respiradores. Uno de ellos, saca las fuerzas suficientes para saludar a la cámara, un momento que sobrecoge al espectador.