Nos tranquilizaría pensar que son una anomalía monstruosa, que nada tiene que ver con nosotros, pero la realidad es que pueden ser nuestro vecino, nuestro hermano o nuestro hijo. La manada está extendida y normalizado su comportamiento rastrero. La cultura de la violación está tan normalizada que ni los presuntos agresores ni sus colegas se plantean que aquello lo fuera, como ninguno de los futbolistas ni de los compañeros a los que llegó el vídeo se plantearon destruirlo según el deseo de la chica. La voluntad de la mujer no existe.