Hace unos meses un par de organizaciones cristofascistas, de esas que siguen viviendo entre el siglo V y el XV —o sea, la Edad Media, ese periodo cuyo fin, nada casualmente, coincide con la invención de la imprenta– y que usan como disculpa al superhéroe de ficción llamado Cristo para intentar preservar la ignorancia, el miedo y el fascismo, me intentaron poner una denuncia “por los delitos de provocación a la discriminación, injurias, calumnias y contra la integridad”.