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Esta mujer se adentró en la selva del Amazonas con 41 personas para encontrar a su marido. Solo regresó ella

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¿Qué se puede hacer por amor? Si hacemos caso a la historia, prácticamente de todo. Esta es precisamente una historia de amor, pero no una cualquiera, probablemente sea una de las más grandes jamás contadas. La de una joven que conoció a un hombre y se embarcó en la odisea de encontrarlo en la zona más inhóspita del planeta.

A mediados del S. XVIII, el joven geógrafo Jean Godin des Odonais había decidido regresar junto a su familia a su Francia natal. El hombre vivía en Perú desde 1736, cuando llegó como parte de una pequeña expedición científica. Los azares de la vida hicieron que Godin se quedara mucho más de lo esperado. De hecho, allí conoció a su esposa, Isabel Godin, una joven de una familia aristocrática de la zona con la que tuvo dos hijos (y un tercero en camino).

En realidad, Jean llegó a Perú como un joven aprendiz de un pequeño equipo de científicos franceses a quienes se les había otorgado el extraño privilegio de viajar por las tierras coloniales españolas y portuguesas en Sudamérica. Su objetivo era viajar a Perú y realizar mediciones cerca del ecuador que, en comparación con los cálculos similares realizados en el Ártico, resolverían un debate absurdo sobre qué tipo de esfera tenía nuestro planeta.

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En cualquier caso, el problema para el investigador con el viaje de vuelta a casa que tenía entre manos era que viajar en aquella época poco tenía que ver con cómo lo hacemos ahora. Realmente era un desafío, y por eso razonó que lo mejor sería que él e Isabel acudieran río abajo hasta la desembocadura del Amazonas para luego encontrar espacio en un barco de regreso a Francia.

Sin embargo, el investigador sugirió explorar previamente la ruta a lo largo del Amazonas hasta la Guayana Francesa, donde podría examinar mejor las opciones y luego regresar con Isabel y sus hijos cuando lo hubiera resuelto todo. Así, en marzo de 1749, Jean se fue, dejando atrás dos hijos y una esposa embarazada.

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Isabel veía como las semanas se convertían en meses, y los meses en años, uno, dos, tres… así hasta diez años. Durante este tiempo, la esposa del investigador no sólo sufrió la completa desaparición de noticias de su marido, también vio como uno a uno, sus tres hijos perecían por culpa de la viruela. La hija de Jean jamás llegó a conocer a su padre.

Isabel tenía a su familia para consolarla tímidamente, y siempre pensó que Jean seguiría con vida en alguna zona perdida de ese viaje de reconocimiento que inició solo. Decía, y así quedó registrado en numerosas cartas, que su marido la amaba tanto como ella a él, y que si existía la más mínima posibilidad de que estuviera vivo, el hombre la estaría esperando.

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Los diez años de espera pronto se convirtieron en quince, y fue justo por estas fechas cuando un rayo de luz cambió su historia. Le llegaron noticias, más bien rumores, de que había un bote esperándola en un afluente del Amazonas para que recogerla.

Cuanto más preguntaba por la historia, más quería creer en ella. Al parecer, una extranjera estaba esperando a la esposa de un francés que estaba estacionado en la capital de Cayena, en la Guayana Francesa. Las órdenes de la tripulación eran esperar a que ella los encontrara y luego llevarla por el Amazonas junto su esposo.

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Por inverosímil que parezca el relato, Isabel lo creyó y estaba decidida a llegar hasta allí para averiguarlo. No sabía en cuál de los muchos afluentes del Amazonas podría haber atracado el barco, si es que existía, así que envió a su sirviente con media docena de indígenas para llevar a cabo una misión de reconocimiento.

Dos años después, Isabel recibe la noticia de su sirviente que estaba esperando: efectivamente, había un bote esperándola en una misión jesuita llamada Lagunas. La tripulación, con un capitán portugués, llevaba cerca de tres años esperando pacientemente mientras Isabel recibía noticias de su viaje. Quizás más importante que eso, tras dos décadas sin saber de Jean, finalmente recibió una actualización: cuatro años antes, en el momento de la partida del barco en el Amazonas, Jean Godin des Odonais estaba vivo aunque, según lo que le contaban, muy mal de salud. Además, no había ninguna garantía de que todavía estuviera vivo.

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Sea como fuere, Isabel no dudo ni un instante. Debía ir a la Guayana Francesa en el barco portugués. La acompañarían sus dos hermanos, Antoine y Eugenio, y su sobrino Joaquín, que tenía alrededor de once años. Estaría asistida por cuatro sirvientes junto a 31 personas de varios grupos indígenas para ayudar a navegar y remar las canoas una vez que llegaron al río. Por último, se sumaron tres misteriosos franceses que pidieron regresar a Francia, uno de ellos decía ser médico.

El 1 de octubre de 1769, Isabel y un séquito de 41 personas se embarcaban en la aventura de encontrar a Jean veinte años después de su partida.

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Un viaje sin retorno

La primera parte del viaje, a través de la espectacular cordillera, era peligrosa. La ruta estaba resbaladiza y llena de acantilados, y la mayoría de las veces estaba lloviendo. El grupo se apresuró a seguir siguiendo los barrancos de ríos secos. Por su parte, Isabel, aunque acostumbrada a una vida de ocio exclusiva, estaba decidida a no quejarse.

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Diez días después de iniciarse la aventura, ocurre un hecho extraño. La expedición debía llegar a una zona donde recuperarían canoas y suministros, pero mientras más cerca estaban, más silenciosa estaba el área, normalmente habitaba por indígenas. De repente, los 31 indígenas comienzan a correr al bosque y desaparecen. Los otros 11 miembros pronto se dan cuenta de por qué los nativos habían abandonado el viaje: la viruela.

La zona había sido devastada por la enfermedad, y los supervivientes habían prendido fuego al lugar para detener el virus y luego huyeron en las mismas canoas destinadas a Isabel y el resto. Como resultado de ello no había nada para Isabel y sus diez compañeros.

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¿Qué hicieron? Isabel tomó la iniciativa y dijo que había que continuar. Esa noche durmieron en la zona y al día siguiente envió a varios hombres del grupo para buscar ayuda. Trajeron a dos nativos que habían vivido anteriormente en el área, quienes les contaron la historia del brote de viruela. Ambos localizaron una vieja canoa que necesitaba reparación, la arreglaron y se ofrecieron a remar para el grupo.

Al tercer día de navegación, los once se despertaron para descubrir que los dos remeros nativos habían desaparecido. El grupo continuó hasta dar con un nativo en una pequeña canoa que los condujo río abajo. Sin embargo, las cosas volvieron a ponerse feas. Primero con la muerte del indígena que los estaba ayudando al caer al río.

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Isabel y los diez acompañantes lograron llevar la canoa a la costa, luego construyeron un refugio y discutieron qué podrían hacer a continuación. Todavía estaban por lo menos a una semana de viaje en río desde el asentamiento de Andoas, cerca de Lagunas, donde estaba esperando el barco portugués. Dos de los franceses y el sirviente y mano derecha de Isabel se llevaron la canoa para reconocer el terreno, pensaron que sería menos probable que se hundiera con menos pasajeros.

El suministro de alimentos estaba disminuyendo muy rápido. Los días se convirtieron en semanas y no se veía a los tres miembros regresar con noticias. La jungla estaba justo detrás de ellos y seguía siendo un laberinto sin esperanza. Poco después, el pequeño Joaquín contrae lo que parecía la malaria. Isabel ordenó construir una balsa e hicieron un intento de dirigirla río abajo hacia Andoas.

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La balsa avanzó como pudo hasta que se rompió en varios pedazos con las olas, arrojando a las ocho personas al agua. Todos regresaron a la orilla, pero descubrieron que habían recorrido tan poca distancia que podían caminar fácilmente de regreso al campamento inicial. Además, el sobrino acabó muriendo en los brazos de Isabel.

Cada vez con menos fuerzas, la expedición decidió partir hacia la jungla en un intento por tomar una ruta terrestre más corta hacia Andoas. Sin embargo, no solo los siete se perdieron nada más comenzar, sino que tenían tan poca comida y fuerzas que acabaron cayendo al suelo rendidos al poco de iniciar la ruta.

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Totalmente desorientados y débiles, el grupo comenzó a delirar, todos parecían tener claro que el final estaba cerca. Una noche, una de las sirvientas de Isabel logró ponerse en pie. La mujer comenzó a caminar y su perfil se perdió entre la naturaleza. Nunca más se supo de ella. Otra de las sirvientas falleció mientras dormía. Antoine, el hermano de Isabel, falleció mientras estaba rezando. El tercer francés, el único que se había quedado con el grupo, murió al día siguiente, al igual que la tercera sirvienta.

Tan solo quedaban Isabel y su hermano Eugenio, apenas conscientes de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. 48 después, la mujer se despertó abruptamente, un terrible hedor a muerte, la del grupo entero, la había sobresaltado de tal forma que su cuerpo moribundo reaccionó con violencia. Isabel se levantó, encontró un cuchillo y se hizo unas sandalias de los zapatos de uno de sus hermanos.

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Decidió seguir adelante a pesar de que no tener apenas suministros ni idea de qué camino tomar para encontrar algo que pudiera ayudarla. Pensó que mientras le durara la adrenalina que la había levantado, tenía algo de esperanza.

Un mes después de esta escena, a la zona llegó Joachim, el sirviente de Isabel, con un grupo de ayuda. Al parecer, cuando la expedición que formaba con los dos franceses llegó a Andoas, estos últimos se mostraron como unos oportunistas dejando a Joachim solo. Cuando este llegó al campamento para auxiliar a Isabel, ya era demasiado tarde, o al menos eso creyó. En aquella parte de la selva solo había cuerpos en descomposición.

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Devastado, Joachim regresó a Andoas con la terrible noticia de que Isabel y la expedición fallecieron en su intento por llegar a la población, una noticia que debían hacer llegar, en última instancia, a Jean Godin (si es que seguía vivo).

Sin embargo, en una parte desconocida de la selva, una mujer seguía luchando por su vida, sin apenas ropa encima, cubierta con todo tipo de picaduras y sumida en una inanición que provocó que su esófago se cerrara en contra de la idea de la comida, la mujer seguía aferrándose a la vida y a la firme convicción de encontrar a Jean.

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Y ocurrió un golpe de suerte. Fue al noveno día de su periplo por la selva. Dos hombres y dos mujeres de una tribu nativa se encontraron con la mujer delirando. Los cuatro la rescataron, la alimentaron y le salvaron la vida. Isabel había sobrevivido. Cuando tuvo las fuerzas suficientes, la mujer decidió no dar marcha atrás y dirigirse hasta la Guayana Francesa.

Antes, su padre la estaba esperando en Lagunas. El hombre había recibido la noticia de la muerte de sus hijos y no tenía nada que perder, así que decidió embarcarse con Isabel. Un viaje cómodo por el Amazonas, sobre todo teniendo en cuenta lo que había vivido hasta entonces, con un final inesperado y de lo más peliculero.

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Cuando el barco atracó en la ciudad de Gurupá, Isabel se encontró con Jean Godin des Odonais, su marido desaparecido desde hacía 20 años. Al parecer, cuando se enteró de que su esposa finalmente bajaba por el Amazonas, el investigador viajó río arriba para encontrarse con ella. Según escribió el propio Godin sobre el encuentro:

Así fue que, después de veinte años de ausencia, de alarmas, de cruces y desgracias mutuas, me uní a mi querida esposa a la que nunca antes había pensado ver. Olvidé en nuestros abrazos los frutos de nuestro matrimonio, e incluso me alegré de que sus muertes tempranas los hubieran salvado del destino que les había pasado a sus tíos en el bosque de Canelos. Si ellos también hubiesen perecido con un estilo similar, su madre nunca habría sobrevivido a ese espectáculo dantesco.

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¿Qué había ocurrido con Jean? El hombre se había quedado atrapado en la “burocracia” de la zona. Sin apenas dinero, incapaz de encontrar un camino de regreso a Perú o incluso enviar un mensaje a su familia, había sobrevivido todos esos años malviviendo y contando la historia de su familia a quien quisiera escucharla, quizás algún día llegara a oídas de Isabel.

De hecho, esos rumores fueron los que llegaron hasta la mujer que logró cruzar el Amazonas para encontrarse con su esposo. De los 42 integrantes que comenzaron aquella misión suicida, solo Isabel salió de la jungla junto a su marido con rumbo a Francia. Ni siquiera Joaquim o los dos franceses se salvaron anclados en algún punto de Andoas.

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Al poco tiempo de su regreso a Europa, Jean e Isabel murieron con unos meses de diferencia. Probablemente era la menor de sus preocupaciones. Habían logrado lo imposible, convirtiendo su relato en unas de las historias de amor más apasionantes y épicas que se hayan conocido. [Wikipedia, WhaleOil, PHFawcett, The Lost Lady of the Amazon: The Story of Isabela Godin and Her Epic Journey]