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La guerra de las galaxias en la meseta castellana: así diseñó Juan Villa su fantasía espacial
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La guerra de las galaxias en la meseta castellana: así diseñó Juan Villa su fantasía espacial

Cerca de la localidad vallisoletana de Valoria la Buena, se levanta un museo peculiar, lleno de criaturas alienígenas y pilotos interestelares

Foto: Juan Villa, la cabeza pensante detrás del Puerto Espacial de Valoria la Buena (Valladolid). (Foto: Enrique Lavigne)
Juan Villa, la cabeza pensante detrás del Puerto Espacial de Valoria la Buena (Valladolid). (Foto: Enrique Lavigne)

Después de kilómetros y kilómetros de llanura, pasando el cauce culebreante del río Pisuerga antes de llegar a Valladolid, en la recta que desemboca en Valoria la Buena, un pueblecito castellano de apenas seiscientos habitantes, de pronto aparece una anomalía cósmica, un fallo en la Matrix, una muestra de que es imposible constreñir, mutilar la aleatoriedad humana, de que el caos siempre se acaba imponiendo al orden, de que el estado natural de las cosas es el salvaje, de que la rebelarse contra la burocratización del mundo es todavía posible, de que lo milagroso nace de lo inexplicable.

Detrás de un muro que rodea un capricho arquitectónico de alguien que quiso construirse, en algún momento del siglo XX, su propio castillo castellano -otra anomalía cósmica-, se levanta Puerto Espacial, la fantasía de Juan Villa, un escultor que ha reconstruido en plena estepa vallisoletana el universo de La guerra de las galaxias, con su mercado con puestecillos de venta de criaturas alienígenas crudas, con su cantina espaciopuerto de Chalmun, con sus chatarrerías de droides despiezados y, lo más impresionante, su hangar repleto de naves. Aguarda, quieto, incluso un tauntaun de las nieves. Y en el patio, un X-Wing algo renegrido por el uso.

El Puerto Espacial de Juan Villa entra dentro de la categoría de empeños demenciales que se han convertido en una prueba de que, a veces, la voluntad humana es indoblegable. Lugares que se convierten en mecas de peregrinación por lo irracional de la empresa, ya sea construir una catedral con materiales reciclados como la de Justo Gallego en Mejorada del Campo, la aldea medieval que está esculpiendo Félix Yáñez en Quintanilla del Agua (Burgos), bautizada como Territorio Artlanza, según él la escultura más grande del mundo, o la Graceland -la mansión de Elvis- que replicó al doble de su tamaño real el danés Henrik Knudsen en las afueras de Randers, a unos 240 kilómetros al oeste de Copenague.

placeholder Una imagen del X Wing
Una imagen del X Wing

Pero Puerto Espacial no es la obra de un loco. La atención al detalle y la calidad de las figuras demuestran la habilidad de un artesano, de alguien que domina los entresijos del oficio. Y aquí llega la pregunta obvia, ¿quién es Juan Villa y por qué ha construido su propio mundo galáctico a las puertas de su casa? Villa es e responsable de las figuras que aparecen en el plató de Cuarto Milenio para ilustrar las narraciones de Íker Jiménez.

- ¿La Nefertiti del otro día es tuya?

- Sí, todas las réplicas de atrezo que utiliza el programa las hacemos en mi taller.

Con Cuarto Milenio lleva colaborando dieciséis años. Fue en una exposición en Zamora sobre crimen y arte, en la que trabajaron con la Policía Criminalística, cuando los responsables del programa conocieron a Villa y se interesaron por su trabajo. "Cuando trabajas para tele o para cine, el tiempo que tardas es el tiempo que te dan, porque si no lo haces tú, lo hará otro. En tele, para una figura, nos dan tres o cuatro días de margen. Si hay suerte, una semana completa. Pero luego, a dos días de rodaje, te cambian todo lo que has hecho. La televisión tiene un ritmo muy rápico. En cine también me he encontrado ese ritmo, pero a lo bestia. Me ha resultado muy complicado hacer tele todas las semanas y compaginarlo a veces con el cine", admite.

La primera película que vio en pantalla grande fue La historia interminable. La segunda, probablemente, E.T. A Luarca (Asturias), de donde es oriundo, "las películas llegaban seis o siete años más tarde". Ahí nació su pasión por el cine de cienciaficción. "Yo ya me he quitado la espinita que tenía de pequeño con las cuatro películas en las que hemos participado en el taller -hay dos que no sabemos aún cuáles son, porque nos piden, mandamos las figuras y no sabemos adónde van-. Pasa mucho también en cine que, a lo mejor, te matas a trabajar para una cosa y al final no sale en plano. En España tenemos a Rut Villamagna, que se dedica a pintar props de atrezo, que ha trabajado, por ejemplo, en Harry Potter. Y también cuenta que te matas para acabar el trabajo a la carrera y a veces no sale en plano. Es un poco agridulce"

placeholder Otro rincón de la exposición Puerto Espacial. (E. L)
Otro rincón de la exposición Puerto Espacial. (E. L)

Su empresa, Prometeo Escultura, se dedica desde 1998 a fabricar elementos de atrezo para cine, teatro, televisión y lo que surja. Es un taller pequeñito, en el que trabajan tres personas y una cuarta gestionando números y demás. Todo lo que sabe se lo debe, según él, a los profesores que, desde pequeño, le ayudaron a conducir su vocación. Cuando llegamos al lugar, precisamente, lo está visitando un antiguo profesor suyo del Colegio de los Maristas de Valladolid. "Ya en BUP todo lo que hacíamos de trabajos de decorar la clase lo hacía el amigo Juan".

"Nunca he hecho otra cosa", reconoce. "Desde crío, en Luarca, me apuntaron a clase de dibujo y lo que dibujaba eran marcianitos, naves espaciales y cosas así, un poco raras. Luego a los ocho años me vine a vivir a Valladolid y esa afición fue creciendo. Yo era muy de cómics de Batman, Spiderman y Superman, que me encantaban. Ya en los Maristas de Valladolid, mis profesores de Plástica eran, sobre todo, ceramistas. Me dio clases [el pintor y escultor leonés] Antonio Merayo (Albares de la Ribera, 1953) y [el hermano marista] José Santamarta, que eran artistas que enseñaban. Yo quería hacer Bellas Artes, porque parecía que era lo único que estaba un poco relacionado. En Castilla y León sólo podía hacerlo en Salamanca. Pero fui a ver los talleres y me desinflé un poco, porque yo quería aprender a hacer las cosas. Me gustaba el mundo del cine, replicar los personajes y los decorados. Un conocido mío había estudiado en las Escuelas de Artes y Oficios. Yo no sabía lo que era eso. Pero cuando entré en los talleres vi que allí se hacían cosas: se modelaba, hacían moldes, era meterse en el barro. Los profesores eran todos profesionales, muchos de ellos escultores, que, además, daban clase".

El punto de inflexión ocurrió cuando le hablaron del taller que impartía Colin Arthur -maquillador de efectos especiales de 2001: Una odisea en el espacio y las películas de Harryhausen, entre muchas otras- en Paracuellos del Jarama. Otra anomalía cósmica. "Hice la mochila y me planté allí, sin saber ni dónde me iba a quedar a dormir. Siempre había sido para mí una referencia. Cualquiera que trabaje aquí en España de esto pasó alguna vez por el taller de Colin. Aquí no había nada y que un técnico de efectos especiales tan prestigioso tuviese el taller en Paracuellos del Jarama era sorprendente. Al margen de enseñarme técnicas y materiales, Colin Arthur me enseñó lo que era dedicarse a un oficio. Una profesión cuya limitación es la imaginación: la posibilidad de utilizar materiales pensados, a lo mejor, para un uso industrial, se puede usar para cine o para tele".

placeholder Jabba The Hut en otra de las salas del Puerto Espacial. (E.L.)
Jabba The Hut en otra de las salas del Puerto Espacial. (E.L.)

Pasó de la escuela a decorar bares en Valladolid y, después, a trabajar para museos temáticos. "Imagínate: Museo del pan. Me puse a hacer réplicas de panes, de espigas, de cómo eran los molinos antiguos. Si era de la Prehistoria, sobre un yacimiento arqueológico, me iba marcha atrás y reconstruía los restos. Hablaba con el arqueólogo, con los historiadores, etc. Si era para un centro de interpretación de la naturaleza, hacía unos buitres. Ese tipo de trabajo", enumera. Y luego llegó la televisión.

En un negocio tan centralizado en Madrid y Barcelona como es el audiovisual, abrir un taller en Cubillas de Santa Marta (Valladolid) fue un obstáculo para abrirse camino, reconoce Villa. "Vivir en la periferia era un problema. Al principio era todo presencial y para ver muestras les chocaba tener que venir a Valladolid. Tuve la suerte también de conocer a Julio Luzán, que tiene un taller de decorados a lo bestia en un pueblito de Huesca llamado Loporzano, quien me dijo que no importaba donde estuviera mientras tuviera un sello personal y destacase. Mi sello personal son las criaturas de fantasía".

Más tarde llegaron los musicales. "Empezamos a trabajar para el musical de Billy Elliot, para el de Michael Jackson. Ahora acabamos de entregar unas piezas para una producción del Teatro Real. También nos surgieron proyectos de cine de la mano de Arturo Balseiro [maquillador que ha trabajado en Exodus, de Ridley Scott, o Toro, de Kike Maíllo, entre muchas otras producciones], como La promesa, una ficción ambientada internacional en el Imperio Otomano con Christian Bale y Oscar Isaac, o La piel fría, de Xavier Gens".

placeholder Juan Villa con su Rancor. (E.L)
Juan Villa con su Rancor. (E.L)

Más tarde, cuando ya contaban con centenares de figuras en su currículum, llegó la idea de exponer al público algunas de ellas. "Empezamos a hacer giras con nuestras piezas de Cuarto Milenio por España. Era como irse de feriantes con la maleta debajo del brazo. Pasamos por Barcelona, Canarias, Palma de Mallorca… El grupito básico que somos Sergio Fernández de Pinedo, el diseñador gráfico y mano derecha de Íker Jiménez. Nosotros empezamos a diseñar las luces y la música y a gestionar volúmenes de gente muy importantes. En la exposición que hicimos en Cibeles en Madrid venían 200 y 300 personas cada hora".

Cuatro años atrás contactó con Pedro Pérez, el alcalde de Trigueros del Valle, un pueblo vallisoletano de menos de trescientos habitantes que disponía de un castillo del siglo XV prácticamente en ruinas. El pueblo les ofreció el edificio y Villa lo llenó de sus esculturas. "En una ocasión, en Halloween, llegaron a visitarnos 8.000 personas. El pueblo estaba colapsado. Los coches no podían aparcar. La cola se salía de Trigueros. Una locura".

Pero, ¿y esto que tiene que ver con Puerto Espacial? Cuando llegó la pandemia, la empresa de Villa se quedó sin trabajo. Sin ingresos. Sin nada que hacer. Villa propuso a sus compañeros aprovechar el tiempo muerto para dar forma a ese universo que había imaginado de pequeño: traería el mundo de La guerra de las galaxias hasta la puerta de su casa. Durante un año se dedicaron exclusivamente a crear las esculturas -hay cientos de ellas por todos los rincones- y, el segundo, buscaron el edificio para alojarlas. "Siento que es una exposición que llevo preparando toda la vida, porque hay una pieza que, aunque no es de las más lucidas, le tengo mucho cariño, porque la hice cuando estudiaba en la Escuela de Artes. La guerra de las galaxias la vi en VHS cuando era pequeño y siempre me gustó mucho. Recuerdo que, en una revista, vi anunciado que vendían a Han Solo congelado en carbonita. Me emperré en la Escuela de Artes, en primer año de escultura, en sacar adelante esa pieza sin tener ni idea de escultura. Mide casi dos metros".

placeholder El hangar de Puerto Espacial. (E.L.)
El hangar de Puerto Espacial. (E.L.)

"No nos lo propusimos como un hobby, sino como un encargo. Entre la compra del edificio y la obra, se acerca a los 500.000 euros de inversión. Pero abrimos un sábado un domingo y vienen hasta 300 personas. Viene gente desde todas las puntas de España", admite. "Entre materiales, mano de obra y tiempo -porque hay figuras con las que podemos pasarnos un mes, que necesitan de un trabajo muy minucioso-, hay figuras en la exposición que han podido costar más de 10.000 euros, como es el caso del rancor. Ha requerido un modelado digital, despiece, fresado automático, proyección de resina, pintado con pintura de coches -para que aguante en el exterior-, estructura metálica, zapatas de hormigón para que se sujete…".

Porque sí, hay un rancor de cuatro metros de altura en el jardín. "Está hecho de poliestireno con resina por encima y pintura de coches. Con estre proyecto nos hemos dado cuenta de que el universo de La guerra de las galaxias tiene alrededor muchos artesanos o artistas de todo el planeta a los que nos ha marcado la saga y que han hecho comunidad; hemos replicado muchos modelos digitales que hemos comprado a otros compañeros. Hay millones de personas. Con el mundo de la impresión 3D no te puedes imaginar la cantidad de gente que hay en su casa imprimiendo droides, máscaras, espadas y de todo, porque lo disfrutan, porque es a lo que les hubiese gustado dedicarse y no han podido".

Para esculpir utilizan técnicas muy diversas, desde las más tradicionales a las más actuales."En los años en los que estudiaba en la Escuela de Artes, cuando modelábamos en barro y, a través de un molde lo pasábamos a otros materiales más ligeros o más resistentes, llevamos cinco años con impresoras 3D y fresado automático. En el taller puedes encontrarnos modelando en barro, en plastilina profesional o modelando digital. Algunas de las piezas las diseñamos nosotros en 3D y, a partir de ahí, imprimimos o bien en pequeño o en gigante. Otras las haces prototipos con una impresión 3D y unos moldes de silicona con los que haces proceso de moldeado y vaciado tradicional con las que puedes conseguir muchas más copias. En un mes haces el prototipo y, a partir de ahí, puedes sacar muchas más figuras".

Parte de la inversión la ha afrontado Feroca, que patrocina los materiales de la exposición, que nos han cedido los materiales durante un año". También recurren a chatarra de segunda mano. Y colaboran con gente cercana, artesanos del pueblo, como el herrero que les construye todas las estructuras metálicas o la costurera, ya jubilada, que les sigue confeccionando los trajes para Han Solo, Luke Skywalker y lo que se tercie. Una muestra, también, de que existe otra forma de entender la economía, a pequeña escala, de cercanía, sostenible y que no sólo trae dinero a zonas más deprimidas, sino que sirve de referente para chavales como el que fue Villa.

Después de kilómetros y kilómetros de llanura, pasando el cauce culebreante del río Pisuerga antes de llegar a Valladolid, en la recta que desemboca en Valoria la Buena, un pueblecito castellano de apenas seiscientos habitantes, de pronto aparece una anomalía cósmica, un fallo en la Matrix, una muestra de que es imposible constreñir, mutilar la aleatoriedad humana, de que el caos siempre se acaba imponiendo al orden, de que el estado natural de las cosas es el salvaje, de que la rebelarse contra la burocratización del mundo es todavía posible, de que lo milagroso nace de lo inexplicable.

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