A finales de la década de 1950, un hombre de barba poblada vestido algo desaliñado con ropa del ejército de Estados Unidos, acudía todas las mañanas al mismo sitio. Equipado con una libreta y sus gafas de sol, el tipo caminaba por el paseo que finalizaba en la entrada a las dunas de arena cerca de Florence, Oregón. Su periplo diario finalizaba en mitad de la inmensidad de aquella maravilla de la naturaleza, sentado, tomando notas y analizando lo que tenía alrededor. Ese hombre se llamaba Frank Herbert, por entonces escritor independiente con un fuerte sentimiento por la ecología. No lo sabía todavía, pero de aquellas notas iba a salir el germen de una de las obras de literatura más fascinantes del género. Aquel fue el inicio de Dune, aunque le iba a costar un mundo que viera la luz.

De hecho, la obra acabó siendo publicada en una imprenta conocida por publicar manuales de reparación de automóviles.

Las dunas de Oregón antes de Arrakis

A principios del siglo XX, la ciudad costera de Florence, Oregón, parecía estar bajo una amenaza de la naturaleza. Los medios presagiaban que, de seguir así, la urbe sería consumida por las dunas cercanas que los vientos costeros azotaban sobre las estructuras. Se hablaba de forma catastrófica del fin de carreteras, vías de ferrocarril e incluso casas. De hecho, algunas fueron devoradas por el viento de arena. 

Dunas en Florence.
Foto: Dominio Público

Pasaron los años, y a partir de la década de 1950, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos llevó a cabo un programa para intentar estabilizar las dunas. El plan:  plantar pasto de playa europeo con la esperanza de que sus densas raíces mantuvieran la arena en su lugar y evitaran que enterrara “la vida” de Florence.

Más o menos por aquellas fechas Herbert llegó a la ciudad. Era 1957, y el escritor acudió después de la publicación de su novela The Dragon in the Sea para investigar y escribir un artículo para una revista sobre el innovador programa del Departamento de Agricultura. Herbert pensó que no había mejor forma para comenzar su investigación que viendo el mapa completo de las dunas. Así, alquiló una avioneta Cessna para inspeccionar la escena desde el aire. Sobre todo, le intrigaba la loca idea de que fuera posible diseñar un ecosistema, reverdecer un paisaje desértico hostil. 

Herbert.
Foto: MOHAI 

Por tanto, estaba allí para escribir un artículo que documentara esa batalla entre el hombre y la naturaleza, y quedó tan asombrado por el poder de la arena del desierto que soplaba que, sin saberlo, Dune empezaba a tomar forma en su cabeza. Como escribió en una carta: “Estas olas pueden ser tan devastadoras como un maremoto en términos de daños a la propiedad”.

Herbert terminó su artículo sobre Florence, pero lo cierto es que nunca se publicó. En cambio, comenzó a profundizar en los ecosistemas desérticos y las interacciones humanas con la naturaleza. “La experiencia de ver las dunas aquí, y la interacción entre la gente y el entorno en el que vivían, realmente se convirtió en el centro de Dune y Arrakis“, contó hace años Meg Spencer, directora de distrito de la biblioteca pública de Siuslaw. Lo sabía porque la Biblioteca Pública de Siuslaw alberga un archivo de muchos de los materiales originales que Herbert recopiló para investigar Dune.

Herbert también estaba interesado en la idea de la mística de los superhéroes y los mesías. Creía que el feudalismo era una condición natural en la que caían los humanos, donde algunos lideraban y otros renunciaban a la responsabilidad de tomar decisiones y simplemente seguían órdenes. Además, encontró que históricamente los ambientes desérticos han dado lugar a varias religiones importantes con impulsos mesiánicos. Con todo este batiburrillo de ideas, decidió unir sus intereses para poder enfrentar ideas religiosas y ecológicas.

Por último, hubo otra fuente importante de inspiración para Dune: las experiencias de Herbert con la psilocibina y su pasatiempo de cultivar hongos, según el relato del micólogo Paul Stamets sobre su encuentro con el escritor en la década de 1980:

Frank continuó contándome que gran parte de la premisa de Dune: la especia mágica (esporas) que permitía doblar el espacio (tropezar), los gusanos de arena gigantes (gusanos que digieren hongos), los ojos de los Fremen (el azul cerúleo de Hongos Psilocybe), el misticismo de las guerreras espirituales, las Bene Gesserit (influenciadas por los cuentos de María Sabina y los cultos de los hongos sagrados de México), provino de su percepción del ciclo de vida de los hongos, y su imaginación se estimuló a través de sus experiencias con el uso de setas mágicas.

Aquella investigación no publicada sobre las dunas se convirtió en otra sobre los desiertos y sus ecosistemas. Pasó los siguientes cinco años investigando, escribiendo y revisando. Basó los primeros borradores de la investigación original sobre el heroísmo de los hombres del USDA (el título propuesto “They Stopped the Moving Sands”) y finalmente se convirtió en dos novelas cortas de ciencia ficción, publicadas por entregas en Analog Science Fact & Fiction, una de las revistas de género más prestigiosas.

Insatisfecho, Herbert reelaboró laboriosamente sus dos historias en una sola epopeya gigante. Sin embargo, la sabiduría editorial predominante en la época decía que a los lectores de ciencia ficción les gustaban historias breves (y su tamaño era demasiado caro para que las editoriales imprimieran como un solo libro). Así, Dune (400 páginas en su primera edición de tapa dura, casi 900 en la edición de bolsillo) fue rechazada por más de 20 casas antes de ser aceptada por Chilton Books.

Dune, los libros

Se publicó inicialmente por entregas con los títulos Dune World y The Prophet of Dune. Aunque Sterling E. Lanier, editor de Chilton Books, una editorial de no ficción conocida por sus manuales sobre reparación de automóviles, no parecía el lugar idóneo para los escritos, se produjo una conexión que facilitaría la andadura de Dune. Lanier también era autor de ciencia ficción, además de gran fan de Dune World. Incluso antes de que se completara toda la serie, el editor se acercó al agente de Herbert para ofrecerle publicar un libro completo en Chilton Books.

Por supuesto, el escritor aceptó, y unos meses después, en 1965, y contra todo pronóstico, la publicación de libros de reparaciones de automóviles publicó su primera novela de ficción, Dune. De esta parte de la historia su hijo Brian recordó años más tarde que Herbert solía decír que Chilton podría haber cambiado el título a Cómo reparar tu ornitóptero (como título alternativo no tiene desperdicio).

Herbert con el actor Kyle MacLachlan durante el rodaje de la Dune de Lynch.
Foto: Universal.

Sea como fuere, y a pesar del contrato editorial, el éxito inicial de Dune fue más bien lento. Chilton fijó el precio de la novela de 412 páginas en la friolera de 5,95 dólares, lo que hoy superaría los 50 dólares. Además, de la primera edición se imprimieron apenas 2.200 ejemplares. Las ventas fueron tan malas que el bueno de Sterling Lanier terminó siendo despedido de Chilton después del primer año de publicación. 

Lo cierto es que, aunque tarde, el tiempo le daría la razón a Chilton. Dune terminó ganando los premios Nebula y Hugo, los dos premios de ciencia ficción más prestigiosos. Fue en un momento de la historia donde los críticos hablaban del libro de Herbert como un sub género de la ciencia ficción, New Wave, en esencia, una referencia que trataba de etiquetar la ciencia ficción de la saga como “suave”, o si se quiere también, como ciencia ficción que se centraba en la narración y menos en la tecnología. 

También es cierto que Herbert logró situar su ópera espacial New Wave en manos del público cuando la demanda de ciencia ficción nueva y diferente estaba ganando impulso. Su base de fans creció durante los años 60 y 70, circulando en cualquier lugar donde la idea de una transformación global pareciera atractiva. Casi 60 años después, muchos la consideran la mejor novela del canon de ciencia ficción, una monumental obra que ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo.

Además de los elogios de la crítica, no pasó mucho tiempo antes de que la revista medioambiental Whole Earth Catalog elogiara a Dune y vendiera grandes cantidades de la novela a menos de 100 centavos cada una. Con el favor de la crítica y los numerosos elogios (junto a una impresión más asequible), el número de lectores se multiplicó, lo que aumentó enormemente las ventas. 

Después de la publicación de Dune, Herbert, ya un consumado profesional independiente, escribió sobre educación para el Seattle Post-Intelligencer y dio conferencias en la Universidad de Washington. En 1972 trabajó en Vietnam, como parte de un proyecto llamado “Land to the Tiller”, destinado a reducir el reclutamiento del Viet Cong mediante la promulgación de una reforma agraria. También se construyó una casa familiar que consideró un “proyecto de demostración ecológica”. Incluso se hizo su propio colector solar, planta eólica y generador de combustible de metano. 

En una entrevista se describió a sí mismo como un “tecnocampesino”, y durante la década de 1970, cuando el culto a Dune ya era una realidad en todo el mundo, escribió una serie de secuelas (cada vez más complicadas), donde se seguía a los descendientes de Paul mientras cumplían el destino cósmico del linaje Atreides.

Tras su muerte en 1986, se han escrito otros 13 libros sobre la saga.

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