Gracias a las victorias de Midway y el Golfo de Leyte los Estados Unidos habían barrido a la marina japonesa del Pacífico, y en marzo de 1945 los marines lograron capturar la estratégica isla de Iwo Jima, poniendo finalmente a Japón al alcance de los bombarderos.
Sin apenas barcos en los que moverse, a los japoneses solo les quedaba la opción de fortificarse en las islas que todavía controlaban, empezando por las de su territorio nacional, y sería en una de estas últimas donde el enemigo descargaría su siguiente golpe: la invasión de Okinawa.
La línea shuri
Como parte del archipiélago japonés la isla contaba con una formidable guarnición de 76.000 soldados reforzados por 40.000 conscriptos reclutados de entre la población civil. Sabedor de que los americanos reunirían una fuerza muy superior, su comandante Mitsuru Ushijima descartó defenderla toda y concentró a sus efectivos en una serie de líneas fortificadas levantadas en el sur de Okinawa lejos de las playas de desembarco.
Así cuando los 183.000 americanos del 10º ejército desembarcaron el 1 de abril quedaron sorprendidos al no encontrar resistencia en la costa ni en los aeródromos del centro de la isla. Sin embargo, la ilusión de una rápida victoria quedó disipada cuando se toparon con la línea Shuri, una formidable barrera de búnkeres, cuevas y trincheras excavados de costa a costa.
Empezó pues un largo y sangriento combate en el que los estadounidenses debían abrirse paso a través de cordilleras fortificadas como la de Kazaku o la apodada “cactus”, desde donde los japoneses podían barrer el terreno apoyados por la artillería situada detrás. El comandante del 10º Simon Bolívar Buckner concentró entonces todos los cañones de la flota y más de 650 bombarderos contra estos bastiones, pero al refugiarse en una serie de túneles y cuevas en la roca volcánica de las colinas, los japoneses lograron capear el temporal.
Fue entonces, con la atención de los americanos centrada en tierra, que los japoneses lanzaron una verdadera oleada de ataques kamikazes contra la armada enemiga que hundieron 28 naves y dañaron gravemente al portaaviones Bunker Hill. El acorazado japonés Yamato, el más grande de la época se unió a esta contraofensiva, pero fue hundido por los torpedos antes de alcanzar Okinawa.
Dadas las dificultas de atravesar la línea Shuri los subordinados de Buckner intentaron convencerle de que lanzara un segundo ataque sobre las playas del sur de la isla, y abrir de este modo un segundo frente en la retaguardia japonesa, pero falto de experiencia el general decidió continuar lanzando asaltos frontales que se cobraban cientos de vidas al día.
Con el avance americano detenido, los japoneses lanzaron una serie de contraataques las noches del 12 al 14 de abril que lograron recuperar parte del terreno conquistado, pero la constante llegada de refuerzos enemigos a Okinawa hacía del todo imposible ganar lo que se había convertido en una guerra de desgaste.
Resistir hasta el fin
Sin ningún tipo de respeto por la vida de la población civil, los japoneses la emplearon para recoger municiones y agua de la tierra de nadie. Antes de la invasión los civiles habían sido además sometidos a un fuerte adoctrinamiento que les hacía creer que en caso de rendirse serían torturados y violados por los americanos, de modo que muchos se arrojaban por barrancos o se hacían volar por los aires entre los americanos aparentando rendirse, quienes respondían abriendo fuego indiscriminadamente contra los no combatientes.
Pese a todo este fanático heroísmo, los japoneses no lograron mantener la línea, y el 29 de abril los estadounidenses tomaron el castillo de Shuri rompiendo las líneas de defensa. 30.000 japoneses retrocedieron entonces hasta su último bastión en la península de Oroku, donde aguantaron la embestida enemiga hasta el 2 de septiembre.
Tanto por la férrea defensa japonesa como por la obstinación de Buckner, la conquista de Okinawa fue la más sangrienta de todo el teatro Pacífico, con 89.000 soldados muertos (77.000 de ellos japoneses) a los que se les añadieron cerca de 100.000 civiles.
Se había capturado la primera isla de Japón, pero el gran número de bajas sufridas hacía pensar en otras opciones para terminar la guerra, y así el 6 de agosto los americanos lanzaron la bomba H contra Hiroshima, en una terrible matanza que obligó al gobierno nipón a suplicar la paz.