En la segunda mitad del siglo XIV y durante todo el siglo XV, Europa vivió una sucesión de oleadas de peste, con una duración y un nivel de mortalidad muy variables. El episodio más devastador fue sin duda el primero, el de la epidemia que llegó al continente europeo en 1347, originada seguramente en un foco situado en Asia y que asoló la mayor parte de la cristiandad durante seis años.
Su impacto en los ámbitos demográfico, económico, político, social y cultural fue extraordinario. La sociedad europea se vio sorprendida ante aquella peste universal, muy diferente de los contagios anteriores, que habían tenido un alcance local o regional. Nadie había vivido ni oído nada parecido, y nadie estaba preparado para asumir las terribles consecuencias de aquella plaga.
La ira de Dios
Ante un mal para el que la medicina de la época no podía aportar ningún remedio eficaz, los hombres y las mujeres del siglo XIV buscaron respuestas en las creencias que sostenían su cultura. Aunque explicaron la peste por causas muy diversas, la primera fue Dios. Como todas las cosas creadas eran fruto de su voluntad, resultaba evidente que él era también la causa primera de la peste. Desde tiempos bíblicos se tenía la certeza de que existía una conexión entre el pecado y la enfermedad. Por eso se consideró que las epidemias eran producto de la ira divina, un castigo enviado para corregir las malas acciones de los cristianos.
Esta creencia no se daba únicamente en relación con la peste. Cualquier enfermedad era vista como un castigo divino por los pecados de los hombres. Esta conexión entre pecado y enfermedad hacía que las autoridades civiles velaran por evitar que se cometieran los pecados más graves y que más podían irritar a Dios, en particular por parte de grupos marginales como los judíos, las prostitutas y los proxenetas, los jugadores de naipes, los blasfemos y los sodomitas.
Por el mismo motivo, cuando se producía un brote de peste era fácil que estos mismos grupos se convirtieran en chivos expiatorios. Así, durante la peste de 1347-1353, numerosas juderías fueron asaltadas. Los judíos vieron con impotencia cómo sus bienes eran confiscados y destruidos, y muchos fueron asesinados de forma despiadada. El episodio más emblemático ocurrió en febrero de 1349 en Estrasburgo, donde cientos de hebreos fueron quemados vivos.
Explicaciones científicas
Aunque la creencia más extendida era que la peste tenía un origen divino, hubo un colectivo que se interrogó por las causas naturales de aquella calamidad. Eran los médicos. Como adeptos de la «filosofía natural», los médicos se dedicaban a estudiar las leyes de la naturaleza, las cuales constituían las «causas segundas» que regían el mundo al margen de la mano de Dios. Les correspondía, por tanto, estudiar los fenómenos que ocurrían sobre la Tierra y determinar las causas racionales que los provocaban. Así lo hicieron con la peste negra que se abatió sobre Europa en el siglo XIV.
Los médicos apoyaron su investigación en la consulta y reflexión sobre los textos clásicos de medicina y en la discusión entre los expertos, pero también trataron de obtener información sobre el origen del mal mediante un procedimiento más empírico: la apertura de cadáveres. Así, Jaume d’Agramont, un médico y profesor de la Facultad de Medicina de Lérida, en su obra Regiment de preservació a epidèmia o pestilència e mortaldats aconsejó a las autoridades la disección anatómica de cadáveres de apestados. El célebre médico Gui de Chauliac, durante la peste de 1348 en Aviñón, donde permanecía al servicio del papa, procedió de este mismo modo.
Aunque las disecciones eran escasas, se practicaron en el Occidente medieval sin ninguna oposición religiosa, en contra de lo que a menudo se piensa. Las muertes repentinas que se sucedían de un modo implacable debían estudiarse con detalle, y uno de los medios para hacerlo era la autopsia.
En la práctica, ni la especulación filosófica ni la indagación empírica permitían aproximarse a la comprensión de la verdadera naturaleza del mal, que quedaba fuera del alcance de los conocimientos científicos de la época medieval. Fue únicamente a finales del siglo XIX cuando, gracias a los análisis de laboratorio, se descubrió que el desencadenante de los estallidos de peste bubónica era la bacteria conocida como Yersinia pestis, la cual se transmitía por las pulgas de las ratas a otros animales,así como a los humanos. Las gentes del período medieval no tenían conciencia alguna de lo que era un microorganismo ni su relación con las enfermedades.
Falta de tratamiento
La insuficiencia de los conocimientos médicos para tratar la peste pronto se hizo evidente. Al principio, algunos médicos se mostraron fervorosamente convencidos de la eficacia de sus métodos, pero la gente moría irremediablemente. La falta de una experiencia previa con esta clase de contagio hizo que tardaran en darse cuenta de que, en realidad, no había gran cosa que hacer.
Durante las siguientes oleadas pestíferas se comprendió que la única manera segura de protegerse era huir de las zonas afectadas. Algunos de los más destacados médicos no dudaron en escapar ellos mismos, hasta el punto de que en algunos momentos hubo que prohibir que abandonaran las ciudades. Otros permanecían temerariamente en la cabecera de los lechos de sus pacientes, junto con barberos-cirujanos y otros practicantes de la medicina.
Las causas de la peste
Pese a la ineficacia de los remedios que ensayaron contra la epidemia pestífera, los médicos medievales no dejaron de reflexionar sobre las causas físicas o naturales que podían provocar la «pestilencia» o la «glánola», como llamaban también a la peste. Una de ellas era el influjo del movimiento de los planetas, cometas y astros sobre la salud de los hombres, de acuerdo con la creencia de que el macrocosmos, el universo físico, está en constante interacción con el microcosmos, el cuerpo humano. Las exhalaciones telúricas o hídricas –vapores que salen de la tierra o de las aguas– eran vistas también como posibles causas de las epidemias, en este caso de origen terrestre.
La causa más directa de la peste se localizaba en la corrupción del aire. En la visión medieval del mundo, el aire era uno de los cuatro elementos que constituían la materia, junto al fuego, la tierra y el agua. Cualquier cambio o corrupción que alterara su sustancia podía afectar la salud de los hombres y originar un episodio de peste. De acuerdo con esta creencia, los médicos trataban de identificar las señales de la corrupción del aire que marcaban el inicio de la peste.
Un síntoma inequívoco de corrupción y alteración del ambiente eran los malos olores, desde el provocado por las marismas hasta las pestilencias relacionadas con actividades artesanales urbanas o de las carnicerías y pescaderías de los mercados.
Por otra parte, los médicos de la época medieval creían que las personas no contraían una enfermedad por una única causa, sino por una suma de afecciones. Se enfermaba porque el aire corrompido incidía sobre unos cuerpos desequilibrados a causa de un régimen de vida inadecuado, debido al mal uso de la comida y la bebida, la mala higiene del sueño o del sexo, algún tipo de afecciones psicológicas, etcétera. Por eso los médicos recomendaban una dieta más equilibrada y unas costumbres más estrictas como remedio eficaz frente a los contagios.
En busca de chivos expiatorios
Las gentes de la Edad Media creían también que la peste podía ser propagada por individuos inspirados por el diablo, que intoxicaban los alimentos, las aguas y los lugares. El veneno cumplió así la función de dar una explicación a los brotes de peste que se declaraban en lugares concretos. Además, permitía a las personas creer que contra ese enemigo visible que había provocado el mortífero contagio sí se podía luchar. Los presuntos artífices del mal se convertían de este modo en el chivo expiatorio de una comunidad atenazada por el miedo ante una enfermedad incontrolable.
En general, los acusados de estos supuestos envenenamientos eran personas que se desplazaban por los caminos y no tenían una clara identificación. Encontramos varios ejemplos de este comportamiento en la Corona de Aragón durante los años de la peste negra. El 16 de mayo de 1348, el gobernador de Cataluña advirtió de que individuos disfrazados de religiosos y peregrinos envenenaban las aguas con pócimas que fabricaban. Unos clérigos que viajaban hacia Barcelona para celebrar un capítulo general de su orden fueron advertidos del peligro que corrían ante estos rumores. Del mismo modo, un esclavo musulmán de Mallorca fue acusado de bañarse en el mar, llenarse la boca con agua y escupirla en la puerta de las casas de Alcúdia. Tras ser detenido amenazó con matar a todos sus habitantes si no era liberado.
Aunque la acusación no prosperó en juicio, el episodio es una muestra del clima de miedo creado en la sociedad medieval por la enfermedad más mortífera que había conocido la humanidad desde hacía muchos siglos.
----
Este artículo pertenece al número 244 de la revista Historia National Geographic.