¿Se puede ser fan de Hitler, Mussolini, Franco o José Antonio Primo de Rivera; alabar el Holocausto, la expulsión de inmigrantes; defender el discurso de la violencia; ejercer la violencia sobre otros por pertenecer a otras confesiones religiosas, a otras razas o a otras opciones sexuales y, sin embargo, ser un defensor a ultranza de los derechos de los animales? Por contrariante que pudiera resultar, al parecer sí. La nueva extrema derecha, esa que viene pisando fuerza y que se intenta abrir un hueco entre el desencanto, la desafección a las