Tradicionalmente, se ha visto al directivo como a aquel que lo da todo por su trabajo, haciendo de éste el centro de su vida las 24 horas del día. Viajes interminables, jornadas de trabajo maratonianas y casi un desprecio por la vida familiar, algo muy valorado a nivel socio-laboral. Pegado a un traje y una corbata, el directivo clásico tenía que darlo (y, casi, dejarlo) todo por su trabajo.Recientes estudios han demostrado que esta obsesión enfermiza por el trabajo y la empresa, a medio plazo, pasa factura a todos los niveles, incluido...