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Pepe Dámaso: “Aunque tienden a desaparecer, el humanismo y la cultura son los que nos salvarán de este declive del mundo”

"Desde Canarias, un artista puede ser universal si es un creador nato”, asegura el pintor
El pintor Pepe Dámaso

A diferencia de cada día normal, en los que mantiene la puerta abierta de su casa de La Isleta (“como ocurría antes en Canarias”) para que entre quien quiera (la vida, los piropos, las dudas…), Pepe se sienta en su silla de siempre para este intercambio telefónico, pero cierra el portón. No quiere interrupciones y su concentración se traduce en un manantial multicolor de ideas, experiencias, sapiencia y vitalidad. Una erupción tropical y archipielágica, en su idioma, en sus dedos, en sus inquietos pinceles de infinita creatividad. A sus 90 (quién llegara), trabaja en ocho proyectos y regala perlas como esta: “Aunque tienden a desaparecer, el humanismo y la cultura son los que nos salvarán de este declive del mundo”. He aquí Pepe Dámaso, eterno Pepe Dámaso.

-¿Cómo se encuentra?

“Pues tengo la gran satisfacción de la fantástica celebración de mi 90 cumpleaños, incluso con gente que vino de fuera, como una chica que hace una tesis sobre Manrique y mi posible influencia sobre él, o lo de la banda de Agaete… Estoy un poco saturado, cansado y los médicos me dicen que debo tener cuidado porque, encima, tengo piropos a todos los niveles y, claro, aparecen mis 90 y ya estuve en la UCI del Negrín, pero milagrosamente llegué aquí”.

-Y, con 90 o antes, ¿un artista no debería dejar un poco sus creaciones y enseñar su gran obra de arte de vivir tanto?

“Pero qué bonito eso, qué conceptual… Desde que mis padres echaron el polvo en la platanera de Agaete, ya me hicieron con este entusiasmo. Dicen los médicos que mi problema es que, al hablar, mi pasión es tan fuerte que enseguida me canso y me quedo sin voz, pero no puedo parar porque eso va unido genéticamente al sentimiento de la creación. Y, como me siento bien, aunque mi mano tiembla por las muchas pastillas que tomo, no por Parkinson, llevo ocho proyectos importantes porque tengo igual mi capacidad creativa de siempre. Por eso he hecho tantas obras y los proyectos me salen por una naturaleza especial y misteriosa porque eso es el arte”.

-¿Su entusiasmo contagia?

“Sí, pero, sobre todo, por ir bien vestido. Pasé por todo tipo de etapas, como la punk, en Nueva York con Manrique, cuando conocimos a Andy Warhol; estuve en La Habana, en Lisboa con Pessoa… Y, claro, he visto cómo premian a mayores que yo o de mi edad, pero van con una camisa, sin cuidarse, mientras que hacia mí, que aún tengo el pelo grande a lo Warhol, los piropos son de campeonato”.

-Ya que habla de premios: ¿antes de tenerlos, los anhelaba? ¿Debilitan o fortalecen?

“Claro que te fortalecen, y estoy encantado con ellos porque la gente me quiere en todo el Archipiélago. Es mi máxima: soy archipielágico. Nací en Agaete, pasé por Las Palmas y vivo en La Isleta, pero soy de Canarias y el mundo, aunque, más que nada, archipielágico, de todas las Islas… Bueno, podría tener una distinción con el padre Teide, que de Agaete se ve maravilloso y Tomás Morales lo cantó divinamente. Sin el Teide, no podría vivir porque vigila todas las Islas y es para mí como un dios. Siempre recuerdo la casa de mi amigo Isidoro Sánchez en La Orotava, con esas vistas magníficas al Teide y cuando llevé a alfombristas del Corpus orotavense que usan tierras de Las Cañadas al pabellón canario de la Expo del 92 que dirigí y reproducimos lo de Néstor Martín de la Torre”.

-Se define como archipielágico y cosmopolita, pero ¿se imagina no ser canario?

“No, qué va, niño… Otra de las cosas claves que tenemos es el sentido de la insularidad, que nos condiciona. Somos isleños, no de Valladolid o Finlandia, sino de un sitio tropical maravilloso y siempre recuerdo lo que decía Domingo Pérez Minik, gran maestro de las vanguardias: que el canario va a la orilla del mar queriendo salir, porque tenemos que salir, pero tropieza con el espejo del mar y no puede seguir tras esa pared, se vuelve hacia sí mismo y surge el surrealismo, viene a la mismidad, al aislamiento. Eso, a veces, es una ventaja. Una de las características de nuestro patrimonio espiritual y creativo es ser isleños”.

-Es lo que nos da esa condición, pero ¿qué nos quita?

“Nos quita cuando nos joden de Madrid y no nos hacen caso, como con la migración o en su día con la aduana. En los 60, hice una exposición en Madrid, en el Ateneo, y tuve que esconder un cuadro porque me los retuvieron y creo que siguen allí. Piensan que somos aplatanados y, sin embargo, nuestro pabellón de la Expo fue el primero que abrió. Los artistas de aquí son muy creativos. Nuestra desventaja es que no nos entienden, pero allá ellos porque pienso que, y esto es un hallazgo, así como Manrique fue un volcán en Lanzarote o el erotismo de Néstor en Gran Canaria y su arquitectura, honestamente mi aportación ha sido la tropicalidad, otra característica de Canarias que no hay sino en Colombia y otros pocos sitios bonitos. Eso nos hace diferentes por el clima, el sentimiento que tenemos con el Teide, el Nublo, el Dedo de Dios, que ya no está pero sí en espíritu, o los roques gomeros, la montaña del fuego… Viví 40 años con Manrique y lo vi por la noche, desnudo y caminando por la lava negra recogiendo la esencia del volcán, que es lo que era él, un volcán…”.

-Tan tropicales que ya no tenemos ni panza de burro con este cambio climático: ¿los colores se reavivan, aunque también están los perjuicios: lo nota?

“Claro, aunque me quedo más con lo negativo, porque, como diría el papa Francisco, al que admiro, ponemos al planeta en riesgo, la casa de todos. Por eso, no me puedo sustraer a los dragos, al de Icod y sus mil años, los de Gáldar del XVII o los que he pintado… Es otro elemento de la tropicalidad que metió el Bosco en el Jardín de las Delicias, nada menos… Y es que, desde el Plinio el Viejo, ya se hablaba del Jardín de las Hespérides, las rosas de Hércules… Esto lo tienen muchos canarios en el subconsciente, pero hace falta que lo reconozcamos y, en eso, los artistas hemos tenido una parte providencial”.

-Retomo un poco el guion: ¿Pepe Dámaso es feliz?

“Sí, pero tengo mis bajos por el dolor humano, el sufrimiento… Lo mío fue cáncer de colon. Luego, el corazón me llevó a la UCI y me hizo pensar mucho. Así como soy canario y tengo esa esencia, soy creyente y lo del dolor me origina mucho misterio sobre la creación”.

-¿Nunca dudó sobre su fe?

“Claro, y tengo dudas… ¿Qué católico que piense en la muerte, en el espíritu, el alma, que se haga esa pregunta eterna de qué somos y a dónde vamos, no se cuestiona cosas y duda? Si no, sería un santo, y yo lo soy porque, con 90, aún estoy aquí.

-¿Cuándo fue más feliz?

“Creo que siempre lo fui. La amistad, el respeto y admiración que sentía Manrique hacia mí, viviendo y viajando 40 años, se debió a mi entusiasmo, aún en los momentos más difíciles. Y esto me lo dio Canarias, el trópico, el patrimonio, la Rama de Agaete, las fiestas de San Ginés, los ventorrillos… Pero lo estamos perdiendo: la humanidad, Occidente está en declive, se suicida, el mundo entero con las guerras, la falta de educación…”.

-¿Vincula lo de Ucrania y Palestina a falta de educación?

“No, al mal. En Jerusalén, nació Jesús y no han tenido ni esa consideración; está Palestina que sufre, lo de Rusia en Ucrania, con muchos que han salido, o los que mueren al venir a Canarias y me da rabia que no nos hagan caso, aunque no podemos olvidarnos de cuando fuimos a Venezuela o Cuba… Es el problema de los tiempos que vienen, de la evolución humana y habrá que adaptarse. No obstante, y aunque el humanismo tiende a desaparecer, pienso que es el que, con la cultura, nos salvará de este declive del mundo: el espíritu, la armonía, la belleza… Ahí está esa educación para valorar lo más hermoso, pues somos deudores del creador (llámalo como quieras) que hizo la naturaleza. Los artistas, si somos auténticos, tenemos el privilegio de seguir lo que hizo ese ser en el cosmos. Tanto que, a mis 90, me pregunto si el artista debe tener fe para hacer arte espiritual. Aunque el arte, en sí, tiene espiritualidad y trasciende, y ese es el misterio, el problema es que ahora se hace mucho arte banal y los jóvenes, que tienen información y libertad, se copian miméticamente por internet. El arte espiritual es en el que se pone en el lienzo algo que ni el artista sabe y, de repente, un contemplador ve un caballo y yo le digo que dónde coño lo vio…”.

-¿Concluye que, sin fe, no se puede ser buen artista?

“No, pero me lo pregunto, no respecto al contemplador, que al ver una obra es como si le hiciera el amor buscando, hablo del creador. Por ejemplo, se dice que Fra Angélico, que tiene en el Prado La Anunciación más hermosa, rezaba al pintar; o todo el Renacimiento. El hombre ha ido buscando, pero ¿quién se atreve a buscar el rostro de Dios? Ahí está el misterio del arte. Por eso, lamento que los jóvenes, y tengo a 6 haciendo tesis sobre mí (una mexicana con una beca de 3 años y medio) u otros que vienen y son buenos pintores de mano, sin embargo ni leen ni se informan. Necesitan más cultura porque, si no se informan y preparan para saber conceptualmente las ideas de un cuadro, lo que hacen se queda en una cáscara”.

-Usted usa las redes sociales, pero ¿cree que están pervirtiendo a los nuevos artistas?

“No, sí critico las redes malas, pero estoy con wasap y otras. Y alabo la tecnología estupenda que usaron para mi cáncer. Esta búsqueda del hombre para salvarnos no podemos negarla, al contrario. Sí hay que controlar lo que dicen los expertos con los excesos con los móviles, lo de los colegios, los hijos… Ya apenas se escribe salvo por esos medios, no hay sentido de la información que no sea la inmediata”.

-Habla de Manrique, Domínguez… ¿nota una involución en los artistas canarios de ahora?

“No, no dudo y la opinión debe ser universal, porque no podemos pensar en un arte canario. Ellos, Néstor, Pedro González, Lola Massieu, yo… todos cogimos el contexto canario y por eso me quedé, porque sabía que ese elemento diferenciador me daría personalidad, aparte de que el isleño es muy creativo en todo (lo literario, musical…). Una de las claves de mi vida, siendo hijo único y sin dinero, fue ir a Madrid, al cuartel, y darme cuenta de que no podía dejar Canarias y su contexto tropical. Y si algo me quita las penas es que eso lo valora la gente y por eso me quiere. El artista, desde aquí, puede ser universal si es un creador nato. Manrique estuvo en Nueva York, me escribió la correspondencia que quiero publicar, y me decía que hice bien al quedarme, lo que me alabó Cirilo y todos”.

-¿Y su momento más duro?

“Quizás, al ver a mi madre gritar en la plaza de Agaete porque mi padre moría y dijo ‘Protéjanme’ y yo, que jugaba, le vi morir con cáncer de pulmón. O al llamarme porque mi madre moría; y, sin embargo, soy famoso por pintar mucho la muerte, pero, para los que me estudian y ahora en mi meditación, es misteriosa, para la vida, no como la mexicana, que ironizan, trivializan y juegan con ella”.

-¿Qué color tiene la muerte?

“O tiene todos o ninguno. Hablar de ella es hacerlo de lo otro, de lo que está más allá, no solo del espíritu, sino del lienzo; más allá del soporte en el que pones la pintura, la escultura, la música, la literatura, el ballet… Es todo eso porque creo que, desde ella, vamos a la vida”.

-¿Los humanos no viven muy pendientes de la muerte?

“No creo que la gente se pregunte mucho por ella salvo cuando se las ve negras, con el dolor, cuando se hace las preguntas existenciales y, claro, si uno no tiene preparación, puede pasarlo peor. Pero me gusta el hombre sin mucho conocimiento, el zorrocloco canario, el de la medianía, que se las sabe todas en su vejez, con una intuición estupenda y un misterio en la madurez que le lleva a dominar la esencia. Es una sabiduría del campo que no es intelectual”.

-Es telúrica, de tierra, raíz…

“Sí, me gusta eso y engancha con lo isleño. Mira el silbo gomero, tan interesante, la danza de La Rama para pedir lluvia o las vasijas aborígenes en cuevas como las de Gáldar, pinturas cubistas de las que surgió el indigenismo. Otra clave para que nos valoren y es una pena que no haya un museo indigenista que reconozca la escuela Luján Pérez. Es curioso que Eduardo Westerdhal, ese genio de Gaceta de Arte (la mayor vanguardia de España), lograse que viniera Breton, padre del surrealismo, y subiera al Teide. Se hizo en Tenerife la segunda exposición surrealista del mundo. Westerdahl admiraba el indigenismo, sin nada que ver con el expresionismo alemán o ruso. Ahora se arregla el Círculo de Bellas Artes donde se hizo esa muestra y donde se vendían cuadros de Picasso a mil pesetas, y de Miró y otros. Breton escribió El amor loco, que habla de tabaibas, el Teide… ¿Qué más podemos pedir para ser feliz?”.

Un “sacerdote de la cultura” con más de 6.000 creaciones

Dámaso nunca escondió su homosexualidad, aunque se presenta más como “un sacerdote de la cultura, un gurú. Con mis puertas abiertas, hay quien viene, me toca y llora”. En una charla coral, recordó “lo duro que fue el franquismo”. Por eso, y en un canto a la libertad, grita que “cabemos todos; hay que respetarse para, con ética, hacer lo que se quiera en libertad”. También buceó en el amor, “que nos da más vida que muerte. Siempre fui el perdedor, pero, en el desamor, está la opción del arreglo (como en el arte con el error) y, si no, usar la libertad, no sufrir y conectar con otro ser. La discusión y reflexión sirven a la perfección”. Admite su preferencia por algunas de sus más de 6.000 obras, “como los héroes atlánticos. Cuando casi solo había abstracción, los hice en época de Saavedra, un patriarca de la cultura y un político como jamás hubo”. También resalta a Juanita, “personaje de Agaete a la que perseguían los niños por bruja, pero la pinté, la puse en Madrid y es ya importante. Siempre me entregué a la creación, a desprenderme de la gracia personal que la vida me dio para darla; ahora me estoy vaciando y recogiendo ese fruto”.

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