«Esa idea es una basura, y nos dejamos ya de tonterías». Hay que decirlo más.

Ya en un artículo anterior de hace unas semanas cambié un poco mi doctrina tradicional al soltar un poco de bilis, y la verdad es que no sólo he podido hablar de un tema que, de haber sido abordado con evasivas y eufemismos, se hubiera quedado en nada, o en un éter inconexo por el que no vale la pena escribir lo más mínimo, sino que además fue bastante más entretenido.

Pues bien, al poco de acabar aquel artículo ya tenía muy claro de qué iba a escribir próximamente: ideas que he visto exponer -o que me han presentado- y que son una putísima mierda. Aunque eso sí, os maravillé antes de eso con una tediosa explicación de aeronáutica para alternar temáticas, y para no convertir el blog en un volcán de cinismo.

Como no soy el rey de las anécdotas aquí viene una low cost. Tengo grabada en la cabeza una conversación con mi antiguo profesor (más por un azar de las cosas que han permanecido en mi memoria a largo plazo que por el impacto que me ocasionó aquella conversación en su momento) con quien llevaba mi proyecto final, mientras él lo revisaba; y que no consiste en ninguna frase memorable, sino que como cualquier pequeña revelación, consiste en una tontería. Me dijo simplemente: «Esto está muy bien escrito» -Ni que fuera idiota. Quiero decir, es normal en un proyecto de fin de carrera, ¿No?- «Pues no te creas. He visto tesis doctorales peor escritas que esto».

Y muy recientemente me autoinvité a resumir algún proyecto de IA cuando alguien me preguntó qué había estudiado, a lo que la persona que estaba conmigo me pregunta al acabar ¿Eso de Inteligencia Artificial qué es?

Todo esto forma parte del efecto Dunning-Kruger, que consiste en dar por sentado que una habilidad propia no tiene importancia o que algo que sabemos y nos parece fácil también lo será para los demás. Por el contrario, la gente imbécil se autoasigna unas cualidades que no tiene. Yo personalmente estoy mucho más afectado por este fenómeno social, porque para algunas cosas sigo teniendo doce años debido al hermetismo social absoluto (fue aprenderme los cuerpos del sistema solar el primer año de instituto y que ninguna chica me hablara hasta la universidad) y muchas veces doy por natural que algo que sé lo saben los demás, hasta que alguien me saca amablemente de mi error. Quiero pensar que soy adorable.

Ya a los diecinueve había desarrollado una estrategia militar para un juego de estrategia basada en un determinismo cíclico. Descubrí que, por pura lógica, una fuerza centralizada  enfrentada a una fuerza descentralizada tendería a hacerse más flexible y trasladar sus fuerzas, descentralizándose en el proceso. También podía centralizarse una fuerza descentralizada bajo la estimulación correcta, y por lo tanto, hacer que luego se re-descentralizara, y atrapar al enemigo así en un bucle de fases en el que uno siempre puede llevar ventaja, aunque el enemigo posea una fuerza mayor, siempre que uno sepa en qué fase se encuentra el conflicto y cómo responder en cada momento, independientemente del efecto a corto plazo de una batalla reciente. Por tanto, la guerra de fases consituía una situación cíclica, algo así como los ciclos de Kondatriev, claro que yo no sabía nada de eso. El caso es que durante años nunca conseguí que alguien entendiera mi estrategia lo más mínimo. En cambio cualquier estúpido me venía con la táctica más gilipollas que se le pudiese ocurrir, y si le corregías no veas. Lo único que concluí era que la gente que jugaba a ese juego, y sólo a ese juego, era por alguna razón retrasada mental. Ahora me estoy riendo de mi lógica deductiva juvenil de aquel entonces.

Por este mismo fenómeno, muchas malas ideas no se expondrían de no ser por una elevada sobrevaloración de uno mismo. «He tenido una idea revolucionaria y le va a encantar a todo el mundo, pero debo de tener cuidado de a quién se la cuento». No, las ideas son buenas porque tú le has visto un potencial que otros no ven y estás dispuesto a superar unas dificultades que otros no se molestarían en vencer. Si no, no vale. De hecho, he compartido ideas y diseños. Jamás que yo sepa me han plagiado. Os invito a hacer la prueba. La gente no ve nada del otro mundo ni percibe el valor, salvo cuando ya está todo hecho y trabajado. Entonces todo es «Ojalá se me hubiera ocurrido a mí» o incluso -la mayoría de las veces- siguen pasando del tema, es decir, ni siquiera tienes que preocuparte de que surjan competidores locales, es más probable que surja algo muy parecido desde China.

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¿Sabes esa idea genial que te ronda por la cabeza? Bueno pues deja que siga ahí, que ese es su sitio.

Si la idea es fácil y es una idea perfecta ¿Por qué no se ha hecho antes? ¿Es que tú eres un genio que no ha surgido en seis mil años de Historia? A menudo el que viene con una idea tonta lleva consigo un semblante de haber puesto el Sol en el cielo, o de que se le haya ocurrido algo que a nadie más se le ocurrió.

Y mientras que los motivados de turno no dejan de soltar sus ideas que según ellos va a ser un bombazo, las buenas ideas se ven ensombrecidas y sin apoyo. Si la persona lo vale y va con todo aún puede salir adelante. Pero hay proyectos que exigen un trabajo en grupo. Prototipos que exigen unir diversos campos. En ese caso más le vale al emprendedor que pueda permitirse subcontratar para completar parte del proceso en tareas que no sabe llevar a cabo él mismo.

Hoy quiero atacar esas ideas tontas con algunas anécdotas, espero, entretenidas.

El ¿Anillomóvil?

Permítanme extraer esta anécdota de un prólogo de un proyecto que ya escribí.

Creo que el joven ingeniero, carente tal vez de visión de venta, puede perder de vista aspectos económicos y objetivos al centrarse en la fantasía ecuacional y la perspectiva ingenieril. Nuestro peligro quizá sea pues el de caer en una región de esfuerzos inútiles, una calidad no percibida por el cliente, hasta el punto de llevar a cabo grandes esfuerzos sin responder o formular si quiera la pregunta esencial “¿Para qué?”.

Pero ocurre también todo lo contrario. Cuando personas pertenecientes a ramas o profesiones muy vinculadas a la venta, servicios o comunicación, y en esencia a la fase última de la cadena de un producto, (con la clara idea de venderte la idea pero no generar valor a la idea), esa inevitable falta de visión técnica a lo que suele dar lugar es a una visión profundamente sesgada, no por el hecho de carecer de formación específica para traducir un objetivo a un reto tecnológico, sino por la fascinante pretensión de querer embellecer un enorme vacío en lugar de desarrollar una investigación preliminar y el análisis pertinente.

El hecho recurrente que veo en grupos de trabajo con personas de campos fuera de la ingeniería, o en talleres de emprendimiento con  personas de comunicación o marketing, es que cuando aquellas personas poco entrenadas a la hora de razonar en causa y efecto o identificar las barreras inmediatas se introducen en el proceso de creación de ideas, suele verse presentaciones de ideas consistentes en meras ilusiones presentadas como idea de empresa, con diseños difusos y vacíos de información tan grandes que sencillamente parten de la idea de que ello podrá resolverse sin más, esperando a que alguna clase de Deus Ex Machina resuelva el problema. Presencié el caso de un hipotético taxi futurístico con cero emisiones de CO2, que consistía en un aparato toroidal, un anillo orientado verticalmente que queda futurista todo lo que tú quieras, aunque no entendí dónde cabían los pasajeros si no era en pedacitos. Explicación técnica de cómo se han planteado vagamente superar los retos tecnológicos: cero. Al parecer eso no era importante. Sólo vender la idea. Luego se fueron por ahí a buscar financiación. CON DOS COJONES. Francamente, asistir a un «taller de emprendimiento» es la mejor razón que existe para no volver a ir a un taller de emprendimiento.

«Homeless-funding». O mendicidad como método de financiación.

Estuve en un taller de emprendimiento de la iniciativa «Google Actívate» organizado en la Universidad de Málaga. Que tú dices «Oh, un evento organizado por google». Bueno, google delegó en una empresa subcontratada que se hacía llamar «Teamlabs», aunque por todas partes se veía el logotipo de «Google Actívate». Bueno, pues aquello era un disparate al más puro estilo de secta comercial. Todos tenían que hablar, tras lo cual había que aplaudir como un loco y tal. Perdíamos un montón de tiempo en procedimientos minuciosos de creación y desarrollo de ideas que rozaban la pseudociencia y la gente, encantadísima y súper realizada según ellos, se rallaban en minucias tan intrascendentes que ya empezaban a discutir sobre el sexo de los ángeles, sin generar valor concreto  a la idea y dando palos de ciego. Hasta aquí bien.

Llega la etapa de financiación de tu proyecto. Y no, no nos hablan de la entrincada legislación europea para la financiación de proyectos, del H2020, o de cómo opera la agencia de externalización andaluza (Extenda) o el sistema de ayudas de la Junta de Andalucía, o cómo presentar un Lean-Canvas, tal y como se hace en cursos reales como los impartidos por la UNIA (*). No, en esta parte del taller hay que salir a la calle a explicar tu proyecto y «buscar financiación».

(*) dicho sea de paso, la UNIA convoca a verdaderos expertos en materia para las ponencias y mesas redondas de sus cursos. En su último curso sobre energía en el siglo XXI tuve el placer de poder hablar con Manuel Lozano Leyva.

Y lo digo en serio. Había que conseguir dinero real presentando unas ideas de negocio y un desarrollo y estructura que eran una puta basura (el coche anillo que te hace carne picada formó parte de este taller, por cierto), y que yo no tomaba en serio; es decir, suponía que después del taller la gente se dispersaría, no creo que ningún grupo diera con una idea de la que posteriormente surgiera una empresa. Era sólo un ejercicio, y aquellas ideas no iban a ninguna parte. Pues llegaba la hora de salir a estafar a la gente vendiendo humo, mintiéndoles como si fuéramos a crear una empresa. Alguien preguntó a nuestro monitor de grupo que qué hacíamos con el dinero. Respondió alegremente con la mejor de las sonrisas «Pues nos lo fundimos en cañas». CON DOS COJONES. La frase del día.

Continuó,  presumiento: «En el anterior taller el grupo que dirigí consiguió sesenta euros». Y la gente maravillada. Me limité a decir que yo no iba a estafar a nadie y me fui. La verdad es que ni me olí la tostada, pero toda aquella gente con la que había almorzado y bromeado (*)  estaban encantadas de la vida de poder llevar a cabo una estafa. Todas ellas. Quedaos con el nombre si querés: Teamlabs

(*) y en cierto caso flirteado, con coqueteo devuelto satisfactoriamente, me aventuro a decir. Bueno, va. Tonterías a parte.

Creo que será obvio para todo el mundo -aunque visto lo visto no sé-, pero mendigando y estafando no construiréis algo que perdure. Espero que hasta aquí haya llegado todo el mundo, y que no reciba ningún mensaje de un sectario ofendido, alegando que no entiendo nada de la vida, que él empezó por lo bajo y que ahora gana una pasta y que lo que pasa es que no quiero esforzarme, y todas esas cosas sacadas del manual de locos.

A esto lo he llamado «Homeless-Funding», y es la idea de falso-emprendedor más gilipollas que he visto hasta la fecha.

Las malditas apps. Ahora, con más ninjas.

Un grupo de jóvenes expuso en cierta ocasión una idea sobre una aplicación (qué novedad) con la cual se proponía reducir el impacto del turismo y fomentar el “turismo ninja”. La idea era que los guiris se bajasen la aplicación, por tu cara bonita, y que otros usuarios, por tu cara bonita, delatasen las injurias etílicas y juergas pasadas de tono. Finalmente al turista bueno le daban una galletita o qué se yo y al malo pues no sé. Lo lapidaban. Era algo así como un juego con el que la gente supuestamente iba a estar encantada, incluso montaron una escena en la que un tío no dejaba de dar por culo, llegaban unos y le daban una paliza ¿PERO QUÉ COJONES? ¿Por qué me topo siempre con la gente más rara del planeta? ¿POR QUÉ?

Por dónde empezar. Métodos de control y corrección ya existen, se llaman multas (o calabozo, cuando hay cosas afiladas de por medio). Pero además lo único que se proponía aquí era delegar hacia las personas cuando no se les satisface ninguna necesidad. ¿Por qué tendría alguien que usar esa aplicación? ¿No tienen nada que hacer con sus vidas?

Las personas ni son colaborativas, ni se le dan bien percibir oportunidades a menos que sea un beneficio directo instantáneo. Así que, aunque desarrollar una red de colaboración para que la ciudad sea más limpia y tranquila pueda sonar bien, no se ha saciado ninguna necesidad directa de los usuarios en ningún momento. ¿Por qué el turista descarga la aplicación, por un descuento en una tienda o una cocacola gratis? Es más, ¿Por qué tendría que conocer la aplicación? ¿Por una iniciativa de la oficina de turismo, tal vez? Llego a una ciudad y resulta que hay una aplicación que no sé qu.. paso, me voy a mi hotel a dormir. Fin. Hay demasiados pasos sin resolver, y nunca entendí cómo pretendían llevar eso a delante.

Lo que creo es que la idea reinante era «vamos a hacer una aplicación sobre algo, que eso funciona fijo».

“Estoy desarrollando una aplicación…” Uh, miedo. Qué ganas de que explote esa burbuja, en serio.

Existen ideas buenas, cierto, pero por cada aplicación buena hay mil que se hicieron solamente porque “esto de las apps se vende”, o porque para llamar la atención y que te hagan caso tienes que desarrollar una aplicación sí o sí, porque el público está muy descerebrado y quieren a alguien con conocimientos de Android Studio y Java, aunque sea para arreglar una lavadora.

De hecho, estaba examinando las condiciones de participación para el concurso spin-off de LINK by UMA cuando se me ocurrió buscar las ideas ganadoras de otros años. El resultado… los tres últimos proyectos ganadores fueron en este orden: aplicación de móvil, hostelería, y aplicación de móvil para hostelería (Málaga es muy hostelera y nada industrial, y además ha calado muy hondo lo de las apps, de modo que si haces una app para hoteles o algo semejante, la gente se corre encima, así de claro).

Comparémoslo con los ganadores del concurso de emprendedores de la EOI y es como pasar de la idiocracia a la meritocracia. Recuerdo una propuesta de empresa dedicada a los nanomateriales que había sido desarrollada en un laboratorio, y esa idea fue tan sólo finalista de 2015. La ganadora de ese año había sido una empresa que había ideado una logística para vender trajes a medida low cost mediante importación. Así de simple, pero funcionaba muy bien.

Es decir, aquí ya estamos jugando con los adultos. Las apps son un mercado, sí, y cubren unas necesidades reales, también, pero me guardo las distancias de los que están haciendo una app “que va a ser un bombazo”, y de los eventos en los que tienes que desarrollar una aplicación para que te tomen en serio, como si el mundo empezara y acabara con android.

Es un mercado serio y real, pero no todo va a ser golpe de teclado y crear wallapop.

¿Error del sistema o voluntad de Dios? Deus Vult, zorra.

Conocí a un tipo que guardaba sus ideas en algo así como un cuaderno secreto, y me expuso algunas brevemente a medida que pasaba las páginas (qué gran honor). Muchas tonterías no las recuerdo, y otras ideas en cambio, aunque no iban a revolucionar el mercado, podían muy quizá (muy quizá, ¿eso existe?) llevarse a cabo. De estas últimas la que recuerdo fue un sistema electrónico para ir sellando al hacer la ruta del Camino de Santiago.

No era ninguna estupidez, se trataba sólo de automatizar, pero guardar la idea en un cuaderno y atesorarla, esperando vivir de la idea feliz algún día sí que era una estupidez. Se trataba de implantar tecnología que ya existía para un nuevo servicio de manera sencilla, y lo que había que hacer era ponerse en contacto con la gente. Ahora bien, tengamos en cuenta el perfil del destinatario: gente que a lo mejor no cree en la efectividad de los pararayos porque si te cae un rayo es porque Dios lo quiso. La fé no tiene que ir ligada a la tecnofobia o a remontarnos al medivo, pero tampoco es un foco de innovación (*).

(*) Cierto es que recientemente se han creado aplicaciones para localizar dónde confesarte o confesarse desde el móvil, pero eso es ya subierse a la ola. Hace seis o siete años sí hubiera sido innovador.

Tengamos en cuenta por último la red logística y eléctrica de esta ruta: zonas rurales, con ubicaciones muy apartadas de los puntos que pudieran ofrecer servicio técnico. Por último, ni los peregrinos querrían un sello con tinta de impresora, ni los albergues y cofradías más antiguas renunciar a una tradición. Por último, la red de albergues y lugares de acogida y peregrinación consituyen entidades separadas y descentralizadas, de modo que un sistema que automatice debería de estandarizarse de una manera muy complicada. Desde luego puede que se haga, y puede que se esté haciendo. Todo es ponerse.

De aquí qué se concluye: Que la idea se tiene que poner en movimiento y hablarlo con personas para examinar su viabilidad. Y que tengamos en cuenta ante todo quién es el destinatario o público objetivo. E imaginemos por qué habría de implantarse un sistema nuevo, si eso mejoraría la vida o se enfrentaría a una tradición.

¿Y si la máquina da error, llamas al servicio técnico o es voluntad de Dios?

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