Ocio, entretenimiento y humor

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Los préstamos bibliotecarios más largos de la historia

Dice un refrán popular que «quien presta dinero a un amigo pierde el dinero y pierde el amigo». Sin embargo, los lectores empedernidos sabemos que este mismo dicho puede aplicarse también a los libros. Para curarse en salud muchas bibliotecas suelen incluir en un lugar bien visible aquella advertencia cuya versión más conocida es la salmantina: «Hay excomunión reservada a su Santidad contra cualesquiera personas que quitaren, distrajeren, o de otro cualquier modo enajenaren algún libro, pergamino o papel de esta biblioteca».
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El bibliotecario impresentable

El oficio de bibliotecario goza de una cierta aureola de prestigio, quizá por la cantidad de brillantes escritores que lo fueron en algún momento de su vida. Tiene algo de vocacional, de amor a los libros, de celo en la defensa de la transmisión de cultura. En muchas ocasiones son la primera y la última, la única, línea de combate frente a la incultura. Hasta que te encuentras con uno que ejerce de "funcionario", que representa a la perfección todos los tópicos peyorativos del trabajador público, acuñados a fuerza de que son individuos como...
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La brigada de bibliotecarios que hacía su trabajo a caballo

En los años posteriores a la Gran Depresión, el Presidente Roosevelt promulgó el New Deal para ayudar a las capas más pobres de la población, reformar los mercados financieros y redinamizar la economía estadounidense. Esta política intervencionista permitió llevar a cabo proyectos bastante ingeniosos y creativos. Uno de ellos fue el de la brigada de bibliotecarios a caballo que se puso en marcha en el este de Kentucky, una zona montañosa cuyos habitantes habían sido especialmente golpeados por la crisis financiera.
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El "Gran Pánico del Libro", cuando se pensaba que los libros podían propagar enfermedades mortales  

El 12 de septiembre de 1895 murió de tuberculosis en Nebraska una mujer llamada Jessie Allan. Allan trabajaba en la Biblioteca Pública de Omaha y se creyó que su enfermedad pudiera provenir de un libro. La muerte de Allan ocurrió durante lo que se conoció como el «gran pánico del libro». El propio Library Journal aconsejaba que aunque los bacilos acecharan en los lugares más insospechados, convenía no exagerar el peligro de los libros para que no cundiera el pánico. Pero el pánico sí cundió, especialmente entre bibliotecarios.
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Salvemos los libros del devastador fuego

No imitaron a los nazis cuando enviaron a la hoguera de la «vergüenza» miles y miles de libros requisados y calificados de obscenos y dañinos. Estos hombres y mujeres hicieron justo lo contrario: salvaron toneladas de ejemplares de la destrucción (el edificio conservaba medio millón de títulos entre libros y periódicos) cuando se embarcaron en el titánico esfuerzo por recuperarlos entre los restos de un incendio.

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