Antes de abordar la crítica, permítanme un inserto. Cuando hace unos días se me propuso reseñar Cama Incendiada (Warner Music, 2015), supuse de alguna forma que era parte de un ritual de iniciación, una tortura por la que uno depura su deseo inicial hacia su devoción verdadera, ese morar solitariamente en el templo en lo alto de la montaña frente a lluvias torrenciales y escasez de alimentos para demostrar un nosequé de actitud y castidad. Esto propicia dos corrientes: el odio cerval que algunos lectores profesan por tamaño despropósito y la...