Erase una vez unos bisontes pintados sobre la roca de una cueva. Allí descansaban desde el magdaleniense lo menos, ajenos a glaciaciones y luchas por la supervivencia varias hasta que, un buen día de 1879, dicen que una niña de ocho años entró en la gruta, alzó la vista al techo y dijo “mira papá, bueyes”.

Las pinturas y los grabados de Altamira han sido objeto de polémica esta semana debido a que muchas personas han exigido que se retiren por considerar que hacen apología de la tortura animal. Diversos grupos opinan que estos ejemplos de arte rupestre perpetúan el maltrato animal y han hecho presión para que se borren. En las pinturas de la cueva se pueden ver dibujos de varios bisontes que los hombres del paleolítico pretendían cazar después. “Es una vergüenza que en pleno 2020 se le sigan riendo las gracias a esos retrógrados”.