La oscuridad en Anika

Anika estaba emocionada y, en cierto sentido, también asustada. Era la primera vez que sus padres le dejaban asistir a La Ceremonia. Sabía que se trataba de un evento importante y había escuchado hablar de ella toda su vida, pero en su cabeza era incapaz de imaginar cómo era realmente, pues todo el mundo hablaba de ella de manera vaga y, en ocasiones, pomposa. Sabía que la ceremonia involucraba una enorme hoguera, o quizás no tan enorme, cada cual le daba el tamaño que quería según quien lo contara. La hoguera debía prenderse con leña de árboles muertos y ciertas sustancias inflamables que eran un secreto que sólo Los Ancianos conocían.

Bajando por el sendero que conducía al claro del bosque, se agarraba con fuerza a la mano de su madre, girándose cada poco tiempo para comprobar que su padre las seguía de cerca. Conforme avanzaban, la inquietud que sentía iba aumentando, en parte por saber que a cada paso estaban más cerca, en parte por el silencio sepulcral roto solamente por las pisadas de sus vecinos en el suelo desnudo del bosque. Su madre le lanzaba miradas de vez en cuando, tratando de dibujar una sonrisa en su rostro, pero Anika sabía que en aquella expresión había más preocupación que otra cosa.

Una vez llegaron al claro, a Anika le sorprendió ver que era la única niña en la reunión. Durante el camino había dado por hecho que otros pequeños de la aldea también asistirían, aunque ahora que lo pensaba, no recordaba que ningún niño hubiera acudido alguna vez a La Ceremonia. Los Ancianos se encontraban ya en el claro y habían iniciado la hoguera. Una pila de maderos más grande que ella comenzaba a arder lentamente mientras los vecinos se iban situando en torno a ella a cierta distancia. Los Ancianos, cinco en total, se acercaron al fuego y cada uno lanzó una sustancia distinta. Algunos lanzaron algo parecido a un polvo y otros algún tipo de líquido que avivaron las llamas en una explosión de luz y calor que envolvió la pila de maderos hasta arriba.

—En estas llamas se concentran los recuerdos y la sabiduría de nuestros ancestros— comenzaron a recitar Los Ancianos al unísono, como si se tratasen de una sola entidad.— Cada llamarada es un pensamiento y un sentimiento; una emoción que sintieron en algún momento de su vida. Por eso nos reunimos aquí una vez al año, para rendir homenaje a su existencia, a sus vidas, sus decisiones y sus errores, pues todo lo que hicieron a lo largo del camino que recorrieron les llevó a ser quienes eran. Sus consejos marcarán nuestro futuro, pues sus almas han trascendido el tiempo y el espacio y son capaces de ver aquello que aún está por acontecer. Con su ayuda, mantendremos la luz a nuestro lado y alejaremos las sombras que nos acechan.

Al decir esas últimas palabras, la mirada de unos de los Ancianos pasó sobre Anika, quien se dio cuenta y se aferró a la pierna de su madre. Con cada palabra de Los Ancianos, el miedo iba ganando a la emoción. A pesar de que la hoguera era el doble de alta que su padre, todo estaba envuelto en sombras. Era como si en lugar de proyectar luz, la absorbiera. Notó como su madre le apretaba cada vez más fuerte contra su pierna y como su padre se acercaba a ella. Escuchó una voz que decía su nombre, casi un susurro entrecortado. Alzó la mirada, pero no era su madre quien la llamaba, aquella voz no la había escuchado nunca. Bajó la cabeza y sus ojos se clavaron en el fuego por puro instinto. De nuevo aquella voz diciendo su nombre. Era la hoguera quien le hablaba, el propio fuego y su crepitar le susurraban desde el interior de su cabeza. Los Ancianos, con un mismo movimiento, fijaron la mirada en ella y alzaron dedos que la señalaban.

—¡La niña!— Gritaron todos a la vez.

—¡No!— Se escuchó a su madre al mismo tiempo que la apretaba aún con más fuerza contra su cuerpo.

Uno de los ancianos, seguido de los demás, se acercó y se detuvo ante Anika.

—La oscuridad habita en tu hija, las sombras le han hablado. Sabes lo que hay que hacer— dijo El Anciano a su madre.

Mientras esto ocurría, Anika, ajena a todo, continuaba escuchando la voz en su cabeza.

Quieren hacernos daños, a ti y a mi. Llevo miles de años atrapado y ahora quieren hacer lo mismo contigo. No nos comprenden, no nos quieren entender, creen que lo saben todo, pero no saben nada ¡Corre! ¡Huye de aquí!—. El grito la había sacado de su ensimismamiento y devuelto al mundo real. Su madre la agarraba con fuerza y su padre tenía agarrado por detrás al Anciano, apretando con fuerza un cuchillo contra su garganta. El resto de vecinos habían dado un paso atrás cuando no huido directamente.

¡Corre!, gritó de nuevo la voz. ¡Corre!, una vez más, esta vez mezclada con la voz de su madre, que tiraba de ella hacia atrás, hacia el bosque. Los Ancianos y varios vecinos se les echaron encima. El padre de Anika empujó al Anciano contra la hoguera, desparramando madera y llamas en todas direcciones mientras blandía el cuchillo en el aire para que nadie se acercara, pero varios hombres se les echaron encima. Anika fue arrastrada por su madre entre los árboles, allí donde no había sendero ni camino definido.

—Tienes que huir, cariño, Los Ancianos te quieren hacer daño. Corre y no vuelvas más. ¡Vete!— ¡Vete! Gritó al mismo tiempo la voz en su cabeza.

Anika no entendía nada, pero su instinto le decía que tenía que correr. Abrazó a su madre por última vez y se internó en el bosque corriendo lo más rápido que pudo.

Has hecho bien, pequeña. Los Ancianos son malvados, con su falsa magia mantienen al pueblo asustado y sometido a sus deseos, pero ahora que me has liberado, con tu ayuda podremos acabar con ellos.

La voz continuaba hablando mientras Anika corría sin darse cuenta de que su velocidad era imposible para ningún ser humano. Se movía y esquivaba los árboles como una racha de viento, como una sombra que apenas durase un suspiro. No sabía adonde se dirigía pero algo en su interior le marcaba el camino. Horas más tarde, cuando ya había anochecido, Anika yacía sobre el follaje de un pequeño claro, sumida en profundos sueños, pesadillas en las que veía como sus padres y hermanos eran torturados y asesinados y su casa reducida a cenizas. A su alrededor comenzaron a congregarse sombras y murmullos. Ahora que tenían un cuerpo, que una niña albergaba la oscuridad y se habían podido hacer con ella, las sombras resurgirían, abandonarían su destierro y se harían de nuevo con las tierras que hace tanto les habían sido arrebatadas.