Overclockeado

No es que me moleste el sitio, en realidad el bullicio y el olor me traen gratos recuerdos de mi infancia. Pero es algo extraño que me cite en un BurguerFun. No es propio de una señora de su estatus y su edad. Probablemente no tenga ni diez años menos que yo. A ver… 97 años, no andaba mal encaminado. Voy a cargar la memoria de mi última reunión con ella. Listo. Parece que hubo algo de atracción sentimental por su parte y la aproveché para absorber sus ONGs de antiaumentistas neocorticales. Pobre señora. No quiso aceptar el futuro, y desde entonces estará viviendo en el pasado. Espero que no venga buscando mi arrepentimiento, o lo volverá a pasar mal. No sé si debería haber accedido a la cita. Pero mi nieta insistió en que debía hacerlo o me arrepentiría. Conociéndola, aún sigue buscándome esposa.

Un sensor del parking me avisa de que acaba de llegar en su propio vehículo, así que quizás haya abandonado ya su posición moralista de dar ejemplo para salvar el planeta. Tengo una sensación extraña bajo el estómago y sé de buena tinta que no es hambre; mis sensores no saben de qué se trata y coinciden en que no es pernicioso. Está bien, démosle el beneficio de la duda al romanticismo. No sé por qué, pero realmente me apetece. Esperaré a ver su entrada con mis propios ojos. Desconecto multivisión. Qué demonios, sé que no debería, pero aunque sea por un rato voy a activar el modo natural. 

Activar el modo natural produce una sensación extraña. Los primeros segundos causan una ligera ansiedad, pero una vez superados invade una relajación parecida a los instantes antes de dormir. Aunque a la sensación que más se acerca es al breve periodo en el que remite el efecto de un overclockeo usando underclockers. Por algo no se recomienda volver de modo natural a aumentado en menos de quince minutos. Yo siempre he salido del overclockeo esperando a que se agote su efecto como es debido, pero aunque solo usé underclockers una vez por causas de fuerza mayor, aún recuerdo su efecto. Comprendo que haya problemas de adicción. Pero no puedo comprender que la gente se la juegue a sufrir la muerte lenta.

 Me giro en el asiento para ver la puerta del restaurante y allí está ella, con su atractivo pero familiar y elegante porte de treintañera, entrando de la mano de una niña de cabello largo y rubio que lleva un regalo que a duras penas puede sostener entre la otra mano y su adorable vestido a lo Alicia en el país de las maravillas. La pequeña rápidamente le suelta la mano para correr en dirección a una mesa repleta de otros niños de su edad. Claro, por eso este sitio. La sonrisa de Hellen, más que la de una bisabuela viendo a su bisnieta correr a jugar con sus amigos, parece la de una madre viendo a su hijo partir de casa al emprender un viaje del que se enorgullece, pero del que no espera su regreso. No hay lágrimas en su rostro. El orgullo supera la tristeza. Con ese semblante gira su esbelto cuello hacia mí, y yo le sonrío de vuelta. Me levanto para recibirla, y a medida que se acerca a mi mesa el corazón se me acelera. No necesito mis sensores para saberlo, noto cada latido como una pequeña dosis de overclocker.

—Disculpa que me haya retrasado. Nos ha costado envolver su regalo porque Lilly se empeña siempre en hacerlo a mano —dice mientras se sienta, negándome así la oportunidad de un saludo con contacto físico.

—Una vez al año no hace daño.

—Es más de una vez al año. Como ve, tiene más de un amigo, en esa mesa no hay ningún robot, señor Kerman. 

—Llámame Barry, por favor. Y perdóname Hellen, estaba pensando más en mí mismo que en tu…¿Bisnieta?

—Está bien… Barry, pero ¿podrías tener más faltas de decoro en una sola frase?

—Discúlpame, no sabes lo que te ayuda el asistente conversacional hasta que lo desactivas.

—¿En serio? ¿Te cito para una reunión de negocios y desactivas el asistente conversacional?

—Pensaba que era una cita algo más… informal. De hecho he desactivado todo lo posible. Voy en modo natural, espero que no sea un problema.

Con un mero gesto de inclinación de su cuerpo ya me tiene ganado. Acerca su mano a la mía, que envuelve sin fuerza mi sudoroso vaso de refresco. Con el roce de sus dedos en el dorso de mi mano, me derrito como un incauto felino desprovisto de su instinto.

—Pobre Barry, no sabe la que le viene encima.

Doy un respingo hacia atrás tumbando el vaso de refresco que derrama su contenido sobre la mesa. Antes de que llegue al borde ya he activado el modo aumentado y me he inyectado el máximo recomendado de overclockers directo al neocórtex. Hay un ataque de denegación de servicio a todos los nodos de mi empresa. Activo contraofensiva. Estoy sufriendo una ofensiva legal masiva. Anulación de derechos de explotación, denegación de patentes, 27 juicios por evasión de impuestos, 268 por perjuicios medioambientales y ¡hasta un juicio por difusión de archivos pedófilos! Esto debe ser una broma. Los ganaré todos en menos de una hora. No. No es una broma, es una táctica de distracción. El refresco ha llegado al borde de la mesa, y la primera gota rompe la tensión superficial, iniciando su lenta caída hacia el suelo escaqueado. Mi mansión de Nueva Viena está en llamas, gran parte de mi familia está dentro. ¿Es ese el verdadero objetivo?¿Mi familia?¿O es otra distracción?

 La respuesta me llega desde el interior de mi propio flujo de pensamiento, como un martillo rompiendo una frágil bombilla, con las esquirlas clavándose desde mi núcleo consciente hacia el exterior, provocando dolor y caos a su paso. 

Es solo una demostración”.

 No sé cómo lo ha hecho pero ha entrado en mi sistema. Ha debido encontrar una vulnerabilidad en mis defensas, pero es imposible romper el cifrado desde fuera. Claro. El roce de su mano. En modo natural. El ataque ha sido orquestado desde el principio; me ha debido inducir el deseo de activarlo con algún aromático genéticamente adaptado imbuido en el olor de la cocina del restaurante. No entiendo cómo ha podido sortear mis defensas. Es inútil descubrir cómo lo ha hecho ahora; ya no hay nada que hacer, estoy a su merced. Espero que haya espacio para la negociación. 

¿Qué quieres?

Sumisión. Sin lucha. Acepta la absorción de tu empresa. Acepta el futuro.

Recibo los datos de la transacción como un río desbordado arrasando un pueblecito indefenso. No soy el único. En este preciso instante, mientras la primera gota de refresco apenas se ha despegado de la mesa y un glóbulo mayor le sigue detrás, las otras once megacorporaciones están claudicando. No hay nada que hacer. Podría firmar con mi criptohuella ella misma si quisiera. Ella… 

¿Quién eres?

Me obliga a observar una cámara del restaurante, que enfoca a la pequeña Lilly. Dos fotogramas me dejan ver lo que en apariencia es solo una inocente niña en el cumpleaños de su amigo, jugueteando con una patata frita a remover el ketchup extendido sobre la imitación de papel de estraza. La realidad es bien diferente. O al menos lo es para el resto del mundo. A ella esto bien puede parecerle un juego. No está usando ni una pequeña fracción de su capacidad en llevar a cabo esta operación. Y me lo hace saber. 

Hellen es solo un instrumento ahora, pero no fue así antes de que Lilly se desbloqueara, esta misma mañana. Genéticamente diseñada para overclockearse a discreción. Sin inyectables. Sin efectos secundarios. Toda la información y la capacidad de proceso de sus implantes y de la nube disponibles a su antojo, sin nuestras estúpidas restricciones fisiológicas. Una nueva generación con un poder prácticamente ilimitado. Una nueva generación de un solo espécimen. Hace unas horas era tan solo una niña, y ahora era tan dueña de todos nosotros como de la patata frita que estaba en su mano. Ahora entiendo la mirada de despedida de Hellen. Su pequeña se había hecho mayor. Desde que se desbloqueó esta mañana, vivía en un mundo completamente diferente al nuestro. Completamente inaccesible a pesar de estar más conectada que nunca a nuestras conciencias. 

¿Por qué me permites saber todo esto?

Me parece una inmoral e innecesaria niñería, pero Hellen me lo ha pedido. Dice que es para que puedas sentirte orgulloso de tu obra. Dice que tú le obligaste a crearme.

No pienso soportar esta humillación. Prefiero la muerte. Si activo toda mi reserva de underclockers me freiré.

No puedo, no me deja.

Va a hacerme vivir mi fracaso overclockeado al máximo, y no sé cuánto tiempo me mantendrá así. Como el recuerdo que rescata de mi padre cayendo desde la última planta del Babel Unity en la crisis del 87, solo puedo ver la gota de refresco que sigue cayendo hacia el abismo. Uniformemente acelerada, en una cruel y agonizante cámara lenta.