En pocas ocasiones se dieron condiciones tan favorables para la democratización de la creatividad en el mundo de los videojuegos como en los años ochenta. Surgió una industria amateur, desbordante de talento adolescente que encontraba sus musas inspiradoras en el cine ochentero, la explosión musical del momento, los cómics, etc… Todo valía, y teniendo en cuenta que los creadores apenas rondaban los veinte años de edad podéis imaginaros que tenían en su cabeza aquellos «adolescentes descerebrados».
