Colegios ante el iceberg

Soy directora de un centro público de educación infantil y primaria. Voy a hablar desde el corazón, sin pararme a pensar quién pueda leer esto. Estoy tan cansada y tan preocupada que este artículo es una llamada de auxilio a quien pueda poner un poco de luz a nuestra realidad, la cual es muy negra. La situación en los centros escolares de Galicia es límite y aún no hemos ni recibido al alumnado. Esta foto es todo el material que nos ha mandado la Xunta para protegernos contra el Covid-19. Ah, no, perdón, también han mandado 10 mascarillas higiénicas infantiles. Qué generosos. Para ellos, es toda la protección que necesita un centro como el nuestro para todo un trimestre.

No nos han aumentado presupuesto, pero hemos gastado 2000€ en una dotación de seguridad inicial de verdad: gel hidroalcohólico, líquidos desinfectantes, papeleras con tapa y todo lo que nos han pedido desde la Xunta a cargo del presupuesto del centro (creedme cuando o digo que ya de por sí es muy ajustado). Los equipos Covid, formados por maestros, no tenemos más formación que un curso online basado en 8h de videos pregrabados y un test para que comprueben que estuvimos escuchando.

Llevamos días carretando muebles de pequeñas y grandes dimensiones de las aulas, la sala de profesorado, juguetes, libros... quitando todo aquello no esencial y buscando la forma de cuadrar el círculo de un despropósito de protocolo que habla de distancias sentados pero dan por sentado que el alumnado se teletransporta de un lugar a otro. Si os hablo de las distancias y de las suposiciones de lo que es un niño para la administración, empiezo a llorar. No creo que ninguno de los que lo han escrito se acuerden de lo que es un aula.

Llevamos días sin dormir porque el papeleo es interminable y al principio del curso escolar que ya de por si es muy tenso y con muchísimas cosas por organizar, este año hemos tenido que repensar toda la vida del centro. ¡Y cuando digo toda es que realmente no se me ocurre qué hemos dejado sin tocar!

Ese protocolo nos carga a los equipos directivos con funciones que van muchísimo más allá de lo que nos corresponde, no nos da herramientas y tampoco soluciones. Pero eh, soy la directora: paciencia, mucha moral y prepara la espalda, porque te van a caer de todas partes. De arriba, cerca y lejos. Mi claustro es maravilloso y las familias del centro increíbles, no puedo estar mejor arropada, lo digo como lo siento. El problema viene cuando la tensión, la incertidumbre y la sensación de que vamos hacia un iceberg de forma inevitable cala y yo como capitana no puedo ofrecerles más que escritos y pataletas. Vaya miseria.

El jueves tenemos convocada una huelga contra el protocolo a la que yo no puedo asistir. No soy una trabajadora, soy servicios mínimos. Además está vez los han aumentado a una maestra por grupo que empiece ese día, es decir: que no hay huelga. 

La administración piensa que los profesores aguantamos con todo y no le falta razón, porque la triste realidad es que al final por nuestro alumnado llegamos a sacrificarnos (no hablo de ese 1% del que se habla siempre en meneame, sino de la inmensísima mayoría de docentes que me he encontrado en los coles), sólo pensamos en cómo proteger a nuestro alumnado y hacemos lo imposible para que a pesar de toda la marejada de estupideces, las pequeñas personas que entren en nuestras aulas se encuentren seguras y se sientan queridas.

Si me preguntáis qué quiero ser os voy a decir que maestra, ahora y siempre. Pero necesito que entendáis que estamos rotos de cansancio, que estamos remando a contracorriente y que si pasa algo malo nos vamos a quemar intentando solucionarlo como sea, pero que estamos sólos: desde arriba no van a hacer nada.