Son nuestros asesinos

"Es inhumano que a una persona con cáncer se le permita pasar por este calvario. El no ha matado a nadie, como si lo han hecho otros que han recibido permisos que ahora a él se le niegan" estas eran las palabras que Javier Maroto dedicaba a la situación de Eduardo Zaplana en febrero de 2019.

Ha pasado un año y medio y Zaplana hace ya tiempo que está en la calle, gracias a ese permiso que Maroto reclamaba. Solo tiene que comparecer ante el juez los lunes, pero la defensa argumenta que, dado que el ex – president está enfermo de leucemia, puede contagiarse de COVID19 y que deberían liberarlo de tal obligación. Mientras tanto, Zaplana sigue acudiendo a actos públicos de alto nivel y se ejercita, varias veces a la semana, en un gimnasio exclusivo.

Pero, más allá de que el enfermo parezca estar ahora más sano que muchos de nosotros, analicemos esta visión del bien y del mal que defendía Maroto para sacar a Zaplana de la cárcel, porque no sólo es profundamente errónea, sino que expone, involuntariamente, el principio de todos los males que asola a este país: la incapacidad de entender las consecuencias reales de la corrupción.

Por ir al ejemplo, Zaplana recortaba en sanidad en su amada Comunidad Valenciana mientras se forraba con mordidas. En toda la provincia de Alicante únicamente existía un hospital que pudiera dispensar radioterapia y, por si esto fuera poco, su falta de recursos provocaba que los enfermos oncológicos con la enfermedad muy avanzaba tenían que esperar hasta tres meses y medio para recibir el tratamiento. Expertos sanitarios a nivel regional y nacional alertaron de esta situación, produciéndose el hecho de que la Comunidad Valenciana, durante los años del PP, bajó hasta las 21 camas por millón de habitantes, una de las más bajas de la UE, cuando la OMS recomienda 75. Las muertes por cáncer durante el mandato de Zaplana se incrementaron un 65% en solo 3 años. A Zaplana esto le importó tres mierdas, y mientras tanto, intentó comprar el puerto de Altea y gastó auténticas millonadas en infraestructuras, especialmente fechadas en periodos pre-electorales de nula utilidad social. En 2019 Zaplana pedía y se le dio, la piedad que jamás tuvo con aquellos a los que gobernaba.

La corrupción no es sólo robar, no es sólo dinero, es todos los derechos que se pierden y todas las muertes sutiles e indirectas que esta pérdida provoca y que pueden llegar a ser mucho más elevadas que los accidentes de tráfico, el coronavirus o el terrorismo, principales focos de atención mediática. La corrupción deriva en maltrato machista, en suicidios por desahucios o por una situación precaria motivada por el desempleo o un sueldo mísero, en las 38000 personas que mueren al año por no recibir las ayudas de la dependencia, en las 800 personas que han muerto el pasado año languideciendo en listas de espera, los miles de ancianos que han muerto en residencias de concursos otorgados a dedo.

 La corrupción no es solo un Jaguar en un garaje, un safari en Kenia o un volquete de putas. La corrupción mata, claro que mata, y este señor, como Rato, como Correa, como Bárcenas, como Chaves, como Cospedal, como Griñán, como Rajoy, no son menos asesinos que un etarra o un yihadista por llevar corbata. 

Como dijo Sorogoyen en una entrevista tras el estreno de El Reino: "Esto es como aquello que dicen de nuestro hijo de puta...son asesinos, pero como llevan un traje de 3000 euros, son nuestros asesinos".