A mediados de la primavera, hace apenas seis meses, Israel acaparaba elogios en la prensa internacional. Su tasa de contagios y fallecidos se mantenía por debajo de la de sus pares europeos, gracias a medidas tempranas, una aplicación de rastreo y la firme voluntad de su gobierno en aplacar la enfermedad. El relato cambió ya a mediados del verano: aquel control tan sólo fue momentáneo e ilusorio, y los casos comenzaron a subir drásticamente, más que en el pico de marzo.
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