Locos con botones rojos

“Buenas noches, mis conciudadanos.

Este gobierno, como prometió, ha mantenido la más estrecha vigilancia sobre la proliferación de individuos en posesión de impresoras biológicas y los archivos de instrucciones correspondientes, potencialmente capaces de representar una amenaza para la seguridad global.

En la última semana se ha demostrado de manera inequívoca que una serie de individuos en localizaciones alrededor del globo se están preparando para obtener dicha capacidad. El propósito de estos no puede ser otro que el de proporcionar la posibilidad de la destrucción total de la vida sobre la faz de la Tierra.” 

—Bruce, me tienes de los nervios, ¡no me contestas desde hace horas!

—Como comprenderás estaba ocupado, Alice. Te he llamado en cuanto he tenido un hueco, ahora que estamos en el coche.

—Ya me imagino. ¿Has redactado tú el discurso? ¿Qué está pasando? ¿Sabes lo que va a decir? Lo están poniendo ahora mismo. Espera un momento, ¿has dicho que vais en el coche? ¿A dónde vas?¡¿Dónde llevas a los niños?!

Bruce colgó y bloqueó las llamadas. Le daría un rato para que se calmara y luego le diría que hubo algún problema con la conexión o pondría alguna otra excusa. Cuando se ponía así, casi se alegraba de que le hubiera engañado con ese niñato imberbe de la compañía de teatro, forzando un divorcio que ambos deseaban desde hacía años, aunque se compadecía de que los niños todavía tuvieran que aguantarla. Pero esta vez no le faltaba razón para estar nerviosa, no podía culparla.

Volvió a activar el teléfono, y no tuvo tiempo ni de acabar la frase para activar la rellamada; ya estaba recibiendo la suya.

—Ni se te ocurra volver a colgarme.

—Ha debido ser el túnel que acabamos de pasar.

—Ya, claro. ¿A dónde vas?

—Alice, ya lo hemos hablado mil veces. Me toca el fin de semana con ellos, y no tengo por qué darte explicaciones.

—Esto es distinto, además ¿cuándo ha sido la última vez que te he molestado mientras estabas con ellos?

—¿Mi último fin de semana?¿La ley seca del ketchup? 

—Ja, ja, muy gracioso. Sabes que los dos están en riesgo de prediabetes. Pero no me cambies de tema. Esto es distinto, todo el mundo está asustado. ¿A dónde vas? ¿Por qué no te has quedado en casa? En todos los canales no paran de decir que evitemos salir si no es imprescindible.

—Ya sabes como son los tubers, tienen que llamar la atención, viven de eso. ¿No estás escuchando al presidente?

—Sí, pero está dándole muchas vueltas y no me entero de lo que quiere decir. ¿Por qué no me haces un resumen?

—Básicamente está proclamando la ley marcial y toques de queda indefinidos, con inspecciones domiciliarias globales.

—¿Como cuando los ciberataques? Al final solo fue un incordio y no pasó nada.

—Sí, más o menos. Aunque bueno, esta vez se ha proclamado a nivel mundial, no sólo para los aliados. Pero para nosotros sí, lo de siempre.

—¿Y cuánto va a durar?

—Semanas, puede que meses. Son muchos hogares y empresas que registrar.

—Pues deberías traer ya a los niños a casa, ya doblarás otro fin de semana.

—No cuela, Alice. Tú revisa las caducidades de los suministros del refugio y compra lo que te falte. No hay de qué preocuparse.

—¿Sabes qué? No me creo nada de tus amiguitos del gobierno. Son todos como tú, sólo quieren tenernos a todos controlados y manejarnos a su antojo. Y que compremos. Eso sí, todo el día comprando como si se fuera a acabar el mundo. Para luego tirarlo todo porque caduca. Eso cuando no declaran antipatriota alguna empresa de suministros y hay que renovar medio refugio. 

—Me alegra que te preocupes por los gastos que pago yo. Puedes darle los productos cancelados a tu artista de poca monta, seguro que se le ocurre alguna performance revolucionaria. Pero que tenga cuidado, que ahora mismo no está el horno para bollos.

—¿Tú te estás escuchando, amenazando a Jacques como si fueras un abusón de instituto? Deja de hacer el ridículo y supéralo de una vez. 

—No es una amenaza. Esta vez no nos vamos a andar con tonterías, el problema es serio.

—Pues antes decías que no había de qué preocuparse. ¿En qué quedamos?

—A ver, el peligro es real, pero si hacemos las cosas bien, no hay de qué preocuparse.

—Pues yo creo que no estáis haciendo las cosas bien. De hecho creo que las estáis haciendo fatal, y no nos vamos a librar gracias al gobierno, sino pese a él.

—Eso se lo has escuchado a un tuber, ¿o ahora te has convertido en analista de seguridad global?

—Por eso te dejé por Jacques. Él no me minusvalora como tú. Tengo ideas propias, ¿sabes? Vosotros creéis que el camino es controlarlos a todos, hacerles obedecer usando el miedo. Yo creo que el camino es otro, el camino siempre ha sido el amor.

—Lo que te gusta es llevar la contraria ¿Ahora eres más de zanahoria que de palo? No he notado que aplicaras ese método conmigo.

—No te enteras de nada. ¿Desde cuando el amor es lo opuesto al miedo? Lo ves todo en blanco o negro, y el mundo está lleno de grises, y lo que es más importante, de colores.

—¿Estás fumando otra vez?

—Te lo diré para que lo entiendas, estáis pensando en una dimensión cada vez, una linea en la que encajar el comportamiento de la gente. Derecha o izquierda, seguridad o libertad, palo o zanahoria, y las personas eligen su camino siguiendo muchas más dimensiones a la vez. Y el amor está en todas ellas, las rodea, las distorsiona, dobla todas esa líneas y las lleva a un único punto. El amor es lo único que puede hacer eso.

—Eso suena a religión o pseudociencia barata.

—A ver, ¿cuál es el problema ahora? Hay una maquinita que cualquiera puede tener en casa con la que crear un virus mortal que acabe con todo el mundo, ¿no? Todo el mundo tiene un botón rojo en casa con el que desatar el infierno.

—No es tan fácil como un botón, pero sí, desde que colgaron los diseños en internet, cualquiera podría hacerlo en unas semanas. 

—Y vosotros creéis que la solución es ir casa por casa, metiendo vuestros drones, vigilar cada movimiento y castigar a los que se salgan de vuestro guión. Reprimir, hostigar, acosar a todo el mundo hasta que se plieguen a vuestras exigencias. ¿No ves el problema?

—Ilústrame con tu sabiduría.

—¿Quién crees que haría algo así?¿Destruirse a sí mismo y a todos los demás?

—El problema es que cualquiera podría hacerlo si no los controlamos. Un fanático religioso, un criminal, un perturbado, ¡cualquier loco!

—Cualquier loco que no tenga nada que perder, Bruce. Nadie a quién amar. Los locos también aman, y lo que conseguís con vuestra actitud es que cada vez haya más odio y menos amor en este mundo. Pero como te he dicho antes, no superaremos esto gracias al gobierno, sino a pesar de él. El amor triunfará. Luego os apuntaréis el tanto, pero sabremos que la victoria ha sido nuestra. Nadie pulsará el botón rojo porque nadie querrá hacerlo, no porque lo hayáis impedido.

—Mira Alice, no tengo tiempo para tontiuearrrlliaasg.

—¿Qué?

—Perdona. Niños. ¡Niños! Meteos lo que os ha dado el agente debajo de la lengua un segundo. Es para identificaros.

—¿Bruce?¿Están bien los niños?

—Escúchame. El presidente me espera. Vamos a entrar en el búnker. 

—¡¿Cómo que en el búnker?!

—Si tienes razón, los volverás a ver en unas semanas, y serán tuyos para siempre. Puedes denunciarme. No pelearé por la custodia, aunque sabes que podría hacerlo y ganaría. 

—Eres un bastardo hijo de la gran…

—Aunque no me creas, me encantaría que tuvieras razón. Yo tampoco pienso que sea posible controlar a todo el mundo. Adiós Alice, entramos en la madriguera de conejo.

“El camino que hemos elegido para el presente está lleno de peligros, como todos los caminos; pero es el más coherente con nuestro carácter y coraje como nación y con nuestros compromisos en todo el mundo. El coste de la libertad siempre es alto, pero los estadounidenses siempre lo han pagado. Hay un camino que nunca elegiremos, y ese es el de la rendición o la sumisión.

Nuestra meta no es la victoria del poder, sino la reivindicación de nuestros derechos; no la paz a expensas de la libertad, sino tanto la paz como la libertad, tanto en este hemisferio como en todo el mundo. Si Dios quiere, esa meta se alcanzará.

Gracias y buenas noches.”