La república es mejor, pero la monarquía se basa en una trampa ideológica jodidamente buena

Incluso aunque mañana mismo se consiguiera reformar la constitución y pasar a la república, la victoria no sería completa si no tuviéramos claras las razones técnicas por las que la república es mejor.

La trampa ideológica de la monarquía consiste en un conjunto de razonamientos cuyo objetivo es convencer al pueblo de que el hecho de que el gobernante no sea elegido democráticamente no es algo malo sino bueno; en particular, bueno para el desempeño de las funciones de gobernante. Así que esta trampa es peligrosa no tanto por la prohibición de la democracia que supone (que también), sino porque, encima, presenta esa no elegibilidad como algo bueno, no malo, para el buen desempeño del gobernante y por tanto para el pueblo. En suma, la trampa ideológica de la monarquía no solo prohíbe la democracia, hace esa prohibición algo bueno.

Puede parecer una burla al pueblo trabajador que se le intente convencer de que es bueno que no pueda elegir al mejor gobernante posible, pero, de hecho, esta trampa ideológica es realmente buena consiguiendo que la monarquía se haga inmensamente rica del sustento familiar del pueblo trabajador a cambio de nada con la propia connivencia de un pueblo trabajador cuyo nivel cultural se reduce a ser explotado desde la muerte de sus padres y a criar hijos para que sigan siendo explotados cuando ellos mueran.

En este artículo se presenta de forma simplificada (para destacar los rasgos importantes) cómo consigue la trampa ideológica monárquica convencer al pueblo trabajador de que es bueno que el gobernante no sea elegido democráticamente, y también se presenta simplificadamente de qué "tretas" conceptuales ocultas se sirve magistralmente para alcanzar sus propósitos. Como veremos, para desmontar esta trampa necesitaremos recurrir incluso a consideraciones científicas.

Entender esta trampa ideológica es importante porque de ella se sirven las monarquías parlamentarias modernas para perpetuarse en el poder, cobrando inmensas cantidades de dinero del pueblo sin trabajar ni desempeñar nada a cambio, pues las funciones, culpas y responsabilidades las asume a través del refrendo el Gobierno democráticamente elegido. Es decir, que encima, el pueblo tiene que agradecer a la monarquía que no haga nada a cambio de lo que gana y que sea el Gobierno democrático el que gobierne en su lugar.

Trampa ideológica de la monarquía (I): los ciudadanos no están suficientemente cualificados para elegir al mejor gobernante (politológicamente).

Una primera parte de la trampa ideológica de la monarquía consiste en que si un país tiene al mejor gobernante posible o que exista en ese país, entonces ese gobernante será la persona con una mejor o más alta formación en su área profesional (Politología o Ciencia Política) en todo ese país. La consecuencia es que cualquier otro ciudadano de ese país poseerá una formación profesional (politológica) inferior a la de ese mejor gobernante. Como todos los ciudadanos poseen una formación profesional (politológica) inferior a la de ese mejor gobernante, entonces desde esa inferioridad formativa o profesional los ciudadanos no están suficientemente cualificados para someter a evaluación electoral o elegir a ese mejor gobernante desde la perspectiva de la formación profesional (politológica).

Obviamente esto descansa en el principio general de que alguien con una cualificación o nivel formativo inferior no puede evaluar técnicamente a alguien con una cualificación o nivel formativo superior (sino que más bien será al contrario: la persona con superior nivel formativo puede evaluar a la persona con inferior nivel formativo, en la materia de que se trate). Así, por ejemplo, es el profesor el que puede evaluar cómo de bueno o de malo es el nivel formativo del alumno, no al contrario: un alumno no está todavía suficientemente formado para poder discernir si el profesor es bueno o malo, o cuál de entre dos profesores es mejor. También se ve claro en el ejemplo de que un ciudadano que posea una formación politológica completamente nula o casi nula no poseerá criterio técnico para discernir si un gobernante (es decir, un politólogo) es bueno o malo, o cuál de entre dos gobernantes es mejor.

Además cabe considerar otro aspecto. Cuando un ciudadano, desde el punto de vista del nivel formativo o profesional (politológico), evalúa electoralmente o somete a elección a un gobernante, está "co-gobernando" con dicho gobernante. Esto es así porque con su elección el ciudadano está censurando la forma de gobernar de los gobernantes no elegidos, y está aprobando y respaldando la forma de gobernar del gobernante sí elegido. Por tanto la elección "politológica" realizada por el ciudadano condiciona e influye en la forma en que gobierna el gobernante. Cuando los ciudadanos, desde el punto de vista del nivel formativo o profesional (politológico), eligen al gobernante, están actuando como "co-gobernantes".

Pero si, por nuestro razonamiento de partida, por definición todos los ciudadanos poseen una formación politológica de inferior nivel a la del mejor gobernante posible o existente para el país, entonces si se permite que los ciudadanos "co-gobiernen" el país por la vía de permitirles evaluar y elegir (politológicamente) al gobernante, ese "co-gobierno" ciudadano entorpecerá y empeorará la labor o desempeño profesional del mejor gobernante, y terminará determinando que quien ocupe el puesto de gobernante en ese país sea alguien con una formación profesional politológica deficiente o insuficiente, a la altura de la propia formación politológica de la ciudadanía electora.

Esta trampa ideológica es el origen de las prerrogativas monárquicas, que son básicamente la de la inelegibilidad democrática (de la que es una extensión o ampliación el carácter hereditario de la corona) y la de la inviolabilidad del monarca; prerrogativas monárquicas que, por las razones expuestas, tienen que ver tanto con el hecho de que los ciudadanos no estén formativamente capacitados para elegir al gobernante de mayor nivel formativo profesional (politológico), como con que la labor desempeñada por el gobernante (labor que ha de poseer diversas cualidades, tales como la de la neutralidad, etc) no se vea entorpecida, obstaculizada, condicionada negativamente ni empeorada por el "co-gobierno" electoral (o judicial) de los ciudadanos, pues los ciudadanos deben necesariamente poseer una formación politológica inferior a la del gobernante si ese gobernante es o ha de ser el mejor de todos los existentes en el país. Si gobierna él, debe gobernar solo él, no otros con él.

Trampa ideológica de la monarquía (II): precisamente porque los ciudadanos no están suficientemente cualificados para elegir al mejor gobernante no importa si el gobernante no es el mejor (politológicamente).

La pregunta es obvia e inmediata: si, por (necesariamente) poseer una formación politológica inferior, los ciudadanos no pueden elegir (politológicamente) al mejor gobernante posible, entonces ¿cómo diablos se determina quién es el mejor gobernante existente en un país?

Obsérvese que así como cuanto mejor sea un gobernante más merece ser quien gobierne el país, más merece ser también quien reciba conferidas las prerrogativas monárquicas (inelegibilidad e inviolabilidad) porque menos le importará al pueblo no poder elegirlo o procesarlo judicialmente (el pueblo querría poder elegirlo como gobernante de todas formas, por ser el mejor gobernante posible). Por contra, cuanto peor sea el gobernante menos merecerá recibir conferidas las prerrogativas monárquicas, hasta el punto de que si el gobernante posee un nivel formativo profesional (politológico) inferior al promedio del propio pueblo, el pueblo no querría conferirle en absoluto las prerrogativas monárquicas y desearía poder someterle a evaluación electoral para garantizar que el puesto de gobernante sea desempeñado por alguien con una formación profesional politológica como mínimo tan alta como pueda ser la promedio del pueblo.

En definitiva, si el pueblo puede elegir (desde el punto de vista de la formación profesional -politológica-), elegirá a un gobernante a la altura formativa del propio pueblo; si el gobernante es mejor que el pueblo, el pueblo lo cambiará por otro gobernante peor, que satisfaga los incualificados criterios del pueblo; mientras que si el gobernante es peor que el pueblo, el pueblo lo cambiará por otro mejor, que satisfaga esos mismos criterios.

El pueblo, pues, desde el punto de vista formativo profesional (politológico) sabe cambiar a un mal gobernante por otro que sea al menos tan bueno como el propio pueblo, pero no sabe elegir a un gobernante que sea mejor que el propio pueblo.

Y si no se confiere al pueblo el derecho de elegir democráticamente al gobernante, entonces el buen gobernante podría seguir siendo tan bueno como es, pero el mal gobernante también seguiría siendo tan malo como es.

Es decir: que el pueblo pueda elegir (politológicamente o formativo-profesionalmente) es malo de cara al buen gobernante, pero bueno de cara al mal gobernante. O dicho de otra forma: de cara al buen gobernante, lo mejor es que el pueblo no elija; de cara al mal gobernante, lo mejor es que el pueblo sí elija.

Lo que hace en este punto la trampa ideológica monárquica es asumir que en general la formación profesional politológica del pueblo es completamente nula, porque si alguien posee formación profesional politológica entonces no estará actuando como un ciudadano que desea elegir a un gobernante, sino que estará actuando como un ciudadano que ofrece su servicio como gobernante y presenta su candidatura para ello. Así quienes habrían de elegir gobernante y quienes no poseen ninguna formación profesional politológica se identifican e igualan.

Si se asume que en general el pueblo no posee ninguna formación profesional politológica, entonces es mejor que el pueblo no pueda elegir (politológicamente) al gobernante. Porque si pudiera elegirlo, elegiría a un mal gobernante o bien deterioraría completamente la labor de un buen gobernante. Pero si no puede elegirlo, entonces la labor del buen gobernante no queda deteriorada, y si el gobernante es malo da igual porque de todas formas el pueblo no entiende de politología y elegiría a un mal gobernante, y no se quejará de las malas políticas del mal gobernante.

Por estas razones la trampa ideológica de la monarquía nos lleva a concluir que es malo permitir a los ciudadanos el derecho de elegir democráticamente al gobernante del país.

Esta trampa en cierto modo puede resumirse así: da igual cuán bueno o malo sea quien gobierne, o si quien gobierna no es el mejor; el pueblo no entiende de politología y de todas formas no puede distinguir ni elegir entre un buen y un mal gobernante, ni entre una buena y una mala política o gobierno.

Así que desde la perspectiva de la nula cualificación politológica del pueblo, el gobernante "nunca puede fallar". La nula cualificación politológica del pueblo hace "bueno" hasta al mal gobernante.

La ciencia al rescate del país. La Ciencia Económica nos explica cuál es la cualificación electoral de los ciudadanos.

Como vemos esta trampa ideológica condena al pueblo a tener un gobernante corrupto sin que el pueblo pueda defenderse despidiéndole democráticamente por otro gobernante mejor. Pero el pueblo no debería querer, ni puede, salvarse de esta trampa por las bravas porque eso sería salvarse en falso, no de verdad, sino que debería basarse en razones teóricas adecuadas.

Y es que esta trampa ideológica esconde (intencionadamente y por necesidad, claro) un defecto conceptual gravísimo que la hace insostenible.

Un ejemplo puede ayudar a empezar a resaltar dónde se esconde este defecto. En vez de la profesión de gobernante o politólogo hablemos de otra profesión o actividad económica, por ejemplo la de fabricante de ordenadores o ingeniero electrónico (y lo que vamos a explicar a continuación valdría para cualquier otro tipo de actividad económica: fabricante de coches, fontanero, dentista, carpintero, etc). Y apliquemos a este caso del fabricante de ordenadores los razonamientos que hemos hecho más arriba sobre la profesión de gobernante.

Según los razonamientos anteriores, ni el mejor fabricante de ordenadores existente ni su producto, el mejor ordenador existente, podrían ser elegidos (desde el punto de vista del nivel formativo profesional del fabricante y de la construcción interna del ordenador) nunca por nadie, incluso aunque la demás gente también poseyese conocimientos técnicos sobre electrónica. El motivo es que el mejor fabricante de ordenadores existente, por definición, posee un nivel formativo profesional (como ingeniero electrónico) superior al nivel en esa materia de cualquier otra persona en la economía del país. La gente, desde su inferior nivel formativo profesional en Ingeniería Electrónica, carecería del suficiente criterio técnico para evaluar y elegir o seleccionar al mejor fabricante de ordenadores, y por tanto al mejor ordenador (desde el punto de vista de la construcción interna del ordenador). Esto se ve más claro cuando pensamos en el caso extremo de una persona que no posea ninguna formación en Ingeniería Electrónica, o bien una formación casi nula, nivel cuñado. Esta persona no poseería criterio técnico suficiente para distinguir o identificar, y por tanto seleccionar, al mejor fabricante de ordenadores, ni su producto, el mejor ordenador (desde el punto de vista de la construcción interna del ordenador).

Téngase en cuenta que la formación profesional de una persona es la que determina cómo debe ser construido o desarrollado internamente el bien o servicio que esa persona se dedique a producir. Por ejemplo, si una persona tiene como profesión la de fabricante de ordenadores, entonces su formación profesional se denomina "Ingeniería Electrónica" (o sea, un fabricante de ordenadores es un ingeniero electrónico); esa formación profesional de Ingeniería Electrónica es la que determina cómo deben ser construidos internamente los ordenadores producidos por esa persona. Otro ejemplo: si una persona tiene como profesión la de fontanero, entonces su formación profesional se denomina "Fontanería"; esta formación profesional de Fontanería es la que determina cómo esa persona debe ejecutar o desarrollar internamente su servicio de reparaciones de tuberías, desagües, etcétera. 

¿Qué falla, pues, en el razonamiento indicado? Lo que falla en el razonamiento indicado es la suposición de que si los bienes o servicios no pueden ser elegidos o seleccionados desde el punto de vista de cómo estén construidos o desarrollados internamente, entonces no pueden ser elegidos o seleccionados desde ningún otro punto de vista. Y esta suposición falla porque es falsa, según la ciencia.

Así, cuando la monarquía nos cuela el razonamiento de que la insuficiencia formativa politológica de los ciudadanos que les impide evaluar electoralmente al gobernante desde la perspectiva del nivel formativo politológico (que determina cómo el gobernante desarrolla o desempeña internamente su labor) ya es suficiente para negarles a los ciudadanos el derecho a elegir democráticamente al gobernante, nos está colando soterrada y maliciosamente la defectuosa y tramposa idea de que si al gobernante no se le puede evaluar y elegir por cómo desarrolle o desempeñe interna, politológicamente su labor o profesión, entonces no se le puede evaluar ni elegir de ninguna otra forma (es decir, no se le puede evaluar ni elegir desde la perspectiva de aspectos "no internos", sino más bien "externos").

Pero, de hecho, cuando la ciencia modeliza teóricamente el proceso por el que la gente toma decisiones de elección, esta elección no se basa en cómo estén construidos o desarrollados internamente los bienes y servicios, sino en cuál sea la utilidad externa de los bienes o servicios. Uno no necesita tener una titulación en Ingeniería Electrónica para poder elegir comprarse un buen ordenador, como tampoco necesita tener adicionalmente otra titulación en Ingeniería Mecánica para poder elegir comprarse un buen coche, como tampoco necesita tener también otra titulación adicional en Odontología para poder elegir a un buen dentista, y como tampoco necesita tener también otra titulación en Politología para poder elegir votar a un buen gobernante.

Por tanto, incluso admitiéndose que sea cierto que los bienes y servicios no puedan ser seleccionados (en cuanto a lo bueno de su calidad) desde el punto de vista de su construcción o desarrollo interno (y por tanto desde el punto de vista de las ramas de formación profesional relativas a esa construcción o desarrollo interno), todavía quedará otra posibilidad para seleccionarlos, a saber, desde el punto de vista de su rendimiento o utilidad externa.

Es de una irónica casualidad que precisamente la rama de la ciencia que se encarga de establecer el modelo teórico explicativo de la decisión de elección por el ser humano sea la de las Ciencias Sociales, rama que incluye a la propia Politología y a la ciencia que en particular recoge la teoría aplicable para describir y explicar la elección humana, la Ciencia Económica. Es decir, que la teoría científica que describe y explica cómo toma el ser humano sus decisiones de elección, denominada Teoría Económica, no viene de alguna rama científica alejada de lo social y lo político, sino que viene de las propias Ciencias Sociales. O dicho más vulgarmente: que es la propia y misma rama científica que nos habla de cosas como la monarquía la que nos dice que los seres humanos poseen una capacidad de elección que no depende ni necesita de tenerse una formación especializada acerca de los aspectos de construcción o desarrollo internos de la cosa sobre la que se elige, y por tanto los ciudadanos pueden perfectamente elegir a un buen gobernante sin necesidad de estar formados en Politología. Es la propia rama de las Ciencias Sociales la que desmonta a la monarquía y su trampa ideológica. A la monarquía se la vence en su terreno científico.

Toda la Teoría Económica es una modelización formal de los procesos por los que los agentes económicos eligen. Los consumidores finales eligen los bienes y servicios finales que llenarán sus cestas de la compra, y los productores y consumidores intermedios eligen sus factores de producción. Y el proceso teórico por el que se efectúan o toman esas decisiones de elección en ningún momento requiere que consumidores y productores conozcan la construcción o desarrollo interno de los bienes, servicios y factores productivos que eligen, ni que por tanto consumidores y productores estén titulados en todas las especializaciones profesionales relativas a esa construcción o desarrollo interno.

Así, la ciencia (en particular, la Ciencia Económica) nos dice que cuando un consumidor final elige los bienes y servicios finales que integrarán su cesta de la compra lo hace sin necesidad de conocer cómo están construidos o desarrollados internamente esos bienes y servicios, y por tanto sin necesidad de poseer todas las titulaciones académicas necesarias para conocer y evaluar esa construcción o desarrollo interno.

El consumidor final elige qué bienes o servicios finales comprará con el objetivo de maximizar su función de utilidad, y los bienes o servicios finales a comprar alimentan esa utilidad. Para esta maximización de utilidad el consumidor final no necesita saber cómo están fabricados o desarrollados internamente los bienes y servicios finales que elige comprar. En otras palabras, el consumidor final efectúa su elección desde la perspectiva de la utilidad externa de los bienes y servicios, no desde la perspectiva de la construcción o desarrollo interno.

Todos los años millones de personas acuden al mercado a comprar buenos ordenadores, buenos coches, y a contratar a buenos fontaneros o buenos dentistas sin necesidad de estar titulados en Ingeniería Electrónica más Ingeniería Mecánica más Fontanería más Odontología.

Análogamente la ciencia (es decir, la Ciencia Económica) también nos dice que cuando una persona, actuando como profesional o productor, decide cuánto producirá de su bien o servicio, lo hace eligiendo de entre los distintos factores de producción disponibles (bienes y servicios intermedios) sin necesidad de conocer cómo están construidos o desarrollados internamente esos factores de producción o bienes y servicios intermedios (y por tanto sin necesidad de poseer todas las titulaciones académicas necesarias para conocer y evaluar esa construcción o desarrollo interno).

El productor elige qué factores o bienes y servicios intermedios comprará con el objetivo de maximizar su beneficio, y los factores o bienes y servicios intermedios a comprar alimentan ese beneficio (y la función de producción). Para esta maximización de beneficio el productor no necesita saber cómo están fabricados o desarrollados internamente los factores productivos que elige comprar. En otras palabras, el productor o consumidor intermedio efectúa su elección desde la perspectiva de la utilidad o rendimiento externo de los bienes y servicios que constituyen sus factores de producción, no desde la perspectiva de la construcción o desarrollo interno.

Por ejemplo, un productor elegirá comprar un determinado coche porque gasta menos gasolina que otro, y para esto no necesita saber nada acerca de cómo está fabricado internamente ese coche, ni necesita tener el correspondiente título de Ingeniería Mecánica. Todos los años millones de productores acuden al mercado a comprar buenos bienes y servicios intermedios sin necesidad de estar titulados en todas las disciplinas técnicas relativas a la fabricación o desarrollo interno de dichos bienes y servicios.

Y, para la Ciencia Económica, la de "gobernante" es solo una actividad económica más, susceptible por tanto de ser evaluada desde un punto de vista externo (no de su desarrollo o ejecución interna politológica) por cómo impacte en las funciones de utilidad y en las funciones de producción y beneficio de los agentes economicos directamente afectados por ella o que la tengan a ella entre sus inputs económicos.

Por tanto los ciudadanos, desde el marco de sus respectivas formaciones profesionales y sin necesidad de poseer una titulación extra en Politología, están perfectamente capacitados para evaluar y elegir al mejor gobernante, conforme a los procesos de decisión o de elección modelizados por la Teoría Económica para consumidores finales y productores.

La monarquía es mala porque por su carácter antidemocrático es mala para la economía del país. Son las propias Ciencias Sociales las que refutan a la monarquía y su trampa ideológica desde el punto de vista económico.

El disparatado esperpento de ver a la monarquía refutarse y desmontarse a sí misma

Frente al argumento republicano de que si el pueblo no puede elegir ni enjuiciar al gobernante entonces no puede supervisar y controlar que ese gobernante sea bueno y no se corrompa ni se extralimite de sus funciones, la monarquía, a través de su trampa ideológica, alega que, por el contrario, las prerrogativas de inelegibilidad, carácter hereditario de la corona e inviolabilidad garantizan y aseguran que el gobernante hará una buena labor de gobierno, sin corromperse.

Esta tramposa idea monárquica ya no se la creen ni las Constituciones monárquicas modernas, que inventan el refrendo para trasladar los errores, culpas y responsabilidades del rey al Gobierno, y para que el Gobierno gobierne por el rey. Si las prerrogativas de inelegibilidad, consanguinidad e inviolabilidad hacen que el rey no se equivoque ni se corrompa y gobierne bien, ¿por qué inventar el instrumento del refrendo, cuya función es trasladar los errores y culpas del rey al Gobierno, y hacer que el Gobierno gobierne por el rey? (Y, por el contrario, si de todas formas es el Gobierno elegido democráticamente el que ha de asumir y desempeñar las funciones y responsabilidades de la Jefatura de Estado, entonces ¿qué problema puede haber con que a la Jefatura de Estado se la elija también democráticamente?)

Asistimos pues al disparatado esperpento de que hacer al rey inelegible, consanguíneo e inviolable no termina desembocando en que el rey gobierne bien y sin corromperse, sino que termina desembocando en que al rey se le tengan que retirar todas sus funciones y responsabilidades (de manera que él ya no tenga que hacer nada y sea imposible que se equivoque, y pueda así ocupar el cargo hasta el más inepto) y en que, a través del refrendo, quien tenga que gobernar por el rey sea un órgano elegido democráticamente, el Gobierno.

Lo cual reduce la monarquía a lo que en el fondo ha sido siempre desde el principio: un fraude económico por el que una determinada dinastía familiar se hace inmensamente rica sin trabajar y sin tener ninguna responsabilidad a cambio, pues la responsabilidad y las funciones son del Gobierno refrendante.

No sería descabellado pensar que los Borbón hubiesen estado detrás del golpe de Estado de Franco y de la guerra civil, con tal de volver al poder. Y una vez recuperada la corona, los Borbón ingeniaron la constitución de 1978 como una forma astuta de darse una posición más duradera en el poder, pues en vez del rey a través del refrendo gobernaría el Gobierno democráticamente elegido por el pueblo (lo cual, además de una descarga de responsabilidad y de trabajo para el rey, sería encima una concesión al pueblo que el pueblo tendría que agradecer), y así la dinastía borbónica podría limitarse a cobrar inmensas cantidades de millones de euros del pueblo español trabajador sin tener ninguna responsabilidad a cambio, pues las responsabilidades son del Gobierno refrendante, Gobierno refrendante que apuntalaría esa posición perpetua de la dinastía Borbónica en la mamandurria gratuita.

Así que hay que abolir la monarquía por 2 razones:

1ª) Porque en sí misma es un fraude económico que lastra la economía del país. Su único propósito es sacar dinero del sustento familiar del pueblo trabajador, sin dar ni hacer nada a cambio, utilizando la Jefatura de Estado como medio o instrumento.

2ª) Porque sus aberrantes y tramposas ideas obligan a redirigir la labor propia de la Jefatura de Estado, a través del refrendo, hacia otro órgano que es elegido democráticamente, el Gobierno (Gobierno democrático que puede así desempeñar funciones incluso de disolución de las Cámaras y otras que puedan tener relación con situaciones en las que de hecho no exista definido ningún Gobierno electo). Es decir, se está reconociendo que para que un cargo de gobierno pueda ser desempeñado diligente y competentemente, ha de ser elegido democráticamente.