¿Tiene algún sentido hablar de género no-binario?

Gracias al auge del postmodernismo, en los últimos años es posible observar cómo cada vez más personas cuestionan la existencia exclusiva de un binarismo de género. Este cuestionamiento se da desde un punto de vista filosófico y también desde uno experiencial (autopercibido), pero, ¿realmente es necesario la creación de nuevas categorías?

En primer lugar, debemos empezar aclarando los conceptos “sexo”, “género” “identidad de género”, “masculinidad y feminidad” y “no-binarismo”.

El “sexo” hace referencia a las características biológicas de los seres humanos, relativas a la reproducción, según las cuales se diferencian dos formas (dimorfismo sexual): hombres y mujeres. El sexo tiene diferentes acepciones según el nivel de análisis: cromosómico, gonadal, hormonal, genital, morfológico, social, legal, etc.

El “género se refiere al contenido social que regula los comportamientos de hombres y mujeres en cada momento histórico y el contenido psicológico, la identidad de género, propio de cada individuo. A partir del género se definen dos grandes constructos: la masculinidad y la feminidad.

La “identidad de género” es la identificación personal con los contenidos del género: experiencia subjetiva de ser un hombre o una mujer. Implica conciencia de uno mismo —como hombre-masculino o como mujer-femenina—, autoimagen y un modelo interior de masculinidad y feminidad, que recoge el contenido sociocultural del género. (…) Se construye —se aprende— durante el proceso de socialización.

La “masculinidad y feminidad” son constructos que refieren lo que es un hombre y lo que es una mujer, articulados como modelos ideales (arquetipos) del ser humano en función de su género.

Por último, el concepto de “no-binarismo” se refiere a la asunción de una identidad de género que se halla fuera del binarismo, dado que su identidad autodesignada no se percibe ni como del género masculino ni como del femenino. Pueden identificarse con un tercer género ajeno al binarismo (género disidente); con dos (bigénero), tres (trigénero) o más géneros (pangénero) simultáneamente; tener un género fluido que transicione entre dos o más géneros de forma perpetua o esporádica, o ser agénero si no se identifican con ningún género total o parcialmente.

Empecemos por los fundamentos: desde un punto de vista biológico, en el ser humano existen dos tipos de gametos, los espermatozoides, producidos en los testículos, y los óvulos, que se desarrollan en los ovarios. Estos gametos se encuentran en dos aparatos reproductores distintos: el sistema reproductor masculino, que incluye el pene y los testículos, y el sistema reproductor femenino, que consta de la vagina, los ovarios y el útero, entre otros órganos.

Por otro lado, los seres humanos observan que existen ciertas regularidades conductuales en cada uno de los sexos (no es importante si son debidas a factores biológicos o culturales). La percepción de estos patrones recurrentes ha hecho que el ser humano cree dos categorías: lo arquetípicamente masculino y lo arquetípicamente femenino. En la primera podemos hallar el sentarse en el metro con las piernas abiertas (el conocido manspreading), llevar el pelo corto, trabajar en la obra, la musculación... En la segunda podemos hallar el sentarse con las piernas cruzadas una sobre la otra, llevar el pelo largo, pintarse las uñas, llevar ropa ajustada, trabajar en una guardería… Por último, también existiría una tercera categoría que serían todas aquellas conductas que llamaríamos “neutras”, es decir, que no se le atribuyen a un solo sexo; p. ej., subir escaleras, ver la tele, tomar un taxi…

Nadie cumple al cien por cien el arquetipo de masculinidad ni el de feminidad (hay mujeres que llevan el pelo corto, hombres que lo llevan largo, mujeres a las que les gusta el fútbol, hombres (muchos metaleros) que se pintan las uñas, mujeres que se machacan en el gimnasio, hombres sensibles, mujeres duras, etc.), pero, normalmente, si observamos la conducta de un hombre y una mujer, grosso modo, nos tenderá a cuadrar con nuestro modelo de mundo.

Cuando no es así, cuando se da un caso de un chico que se comporta de una manera típicamente femenina, antiguamente tenderíamos a describirlo como un “chico afeminado” (es el caso de muchos gais). O al contrario, una chica con conductas típicamente masculinas, se la diría una "chica muy masculina” (o un marimacho, dicho despectivamente). O a una persona que exhibía características tanto masculinas como femeninas, o neutras, “andrógino”.

Fijémonos cómo en los casos anteriores no hemos creamos una nueva categoría, un tercer género, sino que simplemente asumimos que estamos ante un ser humano de cromosomas XY o XX, pero que se comporta de una manera que nos recuerda a una persona de cromosomas opuestos, o ambos a la vez.

En los tres casos el punto de medida es siempre el mismo: lo masculino o lo femenino o la ausencia de ello, bien sea hacia un exceso de lo primero, lo segundo, o a un equilibrio entre ambos. Estos dos conceptos, como todos los conceptos, son creaciones humanas, pero cuentan con un sustrato tangible que los hace más o menos coherentes: el sexo biológico, sustrato con el que no cuenta el no-binarismo.

¿Pero qué es este no-binarismo verdaderamente? ¿No es acaso personas que no se sienten identificadas con su estereotipo de género, personas que no se comportan como se espera que lo haga una persona de su género?

Hasta hace pocos años, el binarismo no era demasiado cuestionado. Podían existían gais (más o menos afeminados), lesbianas (más o menos masculinizadas), transexuales (hombres que se sentían mujeres o mujeres que se sentían hombres), andróginos (personas que se expresaban de manera neutra), pero nadie conocía a una persona que estuviese más allá de todo esto, en el mundo de lo no-binario.

Y es que, ¿qué aporta la categoría “no-binario” a la categorización ya existente? ¿La dota de algún elemento que faltase? ¿Hace al asunto más entendible? ¿Mejora nuestra compresión del mundo el saber que existen 37, 50 o 100 géneros más?

En resumen, las categorías clásicas (hombre/mujer, masculino/femenino), como si de un gradiente se tratase, han funcionado adecuadamente permitiendo a la gente categorizar las expresiones de los individuos como más masculinas, más femeninas, o más neutras. Por tanto, no es necesario crear categorías aparte basadas en la autopercepción; no, por supuesto, si no es más que una moda que permite a los chavales (y a algunos que ya no lo son tanto) expresar su identidad y crear tribus, como hicimos todos cuando éramos adolescentes. Desde este punto de vista, no hay ningún problema, este surge cuando se le quiere dar una pátina de cientificidad al asunto, y se quiere hacer pasar por el aro a toda la población.