Aún más miedo y asco en la Barcelona de Colau (II)

Después de un viaje agotador para volver a casa, a través de los vastos y mugrientos suburbios de Barcelona, los bloques de color pastel se elevan por encima del asfalto fracturado, más allá de una de las entradas a la Boquería. Las esteladas ondean orgullosas, como un amanecer que se niega a terminar, a lo largo de cada calle.

La situación de las docenas de edificios, algunos habitados, otros en reforma, es un shock en el revoltijo caótico del paisaje urbano. En medio de todo esto, existe un complejo residencial que está siendo construido por una empresa surcoreana, Hanwha, y existen planes ambiciosos para construir viviendas comunales para hasta 600.000 ciudadanos de clase C (españoles, principalmente) una vez que se complete su construcción.

Control de Seguridad en Hospitalet, Septiembre 2019

Una vez que paso por el control de seguridad, puedo ver a varios niños jugando en las áreas públicas, vigiladas por miembros de las mafias del Hindostán que aprovechan cualquier oportunidad para vender opioides a los viandantes. Las familias se sientan y conversan en sillas de plástico frente a un puesto de churros recién abierto, como si estuviesen ya acostumbradas a un paisaje tan desolador.

La violencia ha dominado la ciudad durante gran parte de los últimos años. Esto había disminuído hasta la llegada de Ada Colau, que trajo consigo un nuevo resurgimiento de la violencia cuando el Estado Islámico reclamó territorios en El Raval y el Gótico, a poca distancia del centro.

El desmantelamiento del autoproclamado califato de ISIS en esas zonas ha provocado que ciertas áreas de la ciudad se tomen un respiro de tranquilidad, a pesar de los continuos ataques de los catalanes al resto de españoles mediante redadas colectivas. Las bombas de los CDR explotan ocasionalmente y las tensiones persisten, pero Barcelona se ve más normal estos días, incluso vibrante, a pesar de los omnipresentes miembros de la policía, el ejército y la milicia revolucionaria.

En toda la ciudad, los muros de hormigón rodean edificios y barrios enteros. Colocados por las fuerzas militares para disminuir el derramamiento de sangre, permanecen como suturas en la ciudad, con puntos de control militares y mossos haciendo chequeos a todos aquellos que son de origen español o “no-catalán”.

Todo esto ha acelerado un proceso en marcha en el que se ve como la antigua Barcelona se está convirtiendo rápidamente en un recuerdo lejano.

Acabo de llegar a casa y todavía no he cerrado la puerta cuando un lejano “PER CATALUNYA!” me da las buenas noches.

Tengo miedo a no despertarme mañana. Tengo más miedo aún a hacerlo.