Razones para regresar a la actividad

Continuando con el listado, o más bien censo, de las razones en uno y otro sentido que voy escuchando por ahí, paso ahora a enumerar las que aportan los partidarios de regresar cuanto antes a la actividad. Como en el caso anterior, no estoy de acuerdo con varias de ellas, pero no es de eso de lo que se trata. Aprovecho para dar las gracias a @Batko y @Gringogo por el empujón que me han dado para escribir esta lista.

Vamos allá:

(1) La gente tiene que comer. No todo el mundo pertenece a un sector que pueda teletrabajar o a uno donde el los ingresos están asegurados se trabaje o no. Para algunas personas, el virus es un problema o un riesgo menor, comparado con la indigencia o la destrucción de su plan de vida. Estas personas, por su situación, están dispuestas asumir otro nivel de riesgo, porque no asumirlo lleva a un daño cierto, conocido y presente. El listado y variedad de la gente que está en esta situación es demasiado variado como para abordarlo, y además soy poco amigo de particularismos.

(2) La salud física de la población se está yendo a la mierda. Sobrepeso, sedentarismos, y un largo etcétera de dolencias. No se trata de luchar contra la enfermedad, sino contra las enfermedades, y hay mucha gente que está viendo como su salud se deteriora a marchas forzadas, especialmente entre los que ya tenían dolencias previas. La lista de enfermedades que se agravan con la inactividad y el confinamiento es descomunal, y el número de personas que las padecen es también enorme.

(3) La salud mental de la población. En España, el número de suicidios es altísimo. El consumo de ansiolíticos y antidepresivos es realmente grande. El confinamiento daña a estas personas de un modo muy especial, y el alargamiento de la situación no hace sino empeorar, y mucho, la salud mental de toda la población en general y de estas personas en particular. La salud mental siempre ha sido arrinconada y no estamos ante una excepción.

(4) Daño a las empresas. Los empresarios, especialmente los exportadores, ven como sus clientes los están sustituyendo por empresas de países donde el confinamiento es menor. La cuota de mercado conseguida durante años desaparece a ojos vistas porque en otros países las cosas se gestionan de otro modo. Cada cliente que se marcha es posiblemente un cliente perdido, porque siente que lo has dejado tirado en el peor momento. Obviamente, estas empresas quieren volver a funcionar cuanto antes.

(5) Daño al patrimonio de todos. Los pueblos, las ciudades, los parques, los monumentos. Todo está sufriendo de la falta de mantenimiento y de lo necesarios cuidados. Eso no es de cuatro amigos: es nuestro, y se está perdiendo. Hay cosas que pueden esperar, pero otras, no tanto. ¿Tenéis una idea de cómo están las protectoras de animales en estos tiempos, por ejemplo? Pues me han contado historias de miedo. Lo mismo pasa con las maquinaria, empezando por nuestros coches. La maquinaria parada sufre daños. Los mantenimientos se están retrasando y con ellos, se reduce la seguridad y la duración de las máquinas. Es un daño económico y un peligro.

(6) Retroceso social y egoísmo. El confinamiento es un retroceso en la percepción de la sociedad. Es triste, pero los antisociales están ante su hora feliz. Los del refugio. Los acaparadores. Los del sálvese quien pueda. Los que decían que después de ellos, que viniera el diluvio y que había que prepararse para lo peor, y que dieran por culo al resto. El hecho de que estas personas vayan ganando ya es un problema en sí mismo y una razón para ponernos en marcha cuanto antes como sociedad, a pesar de los riesgos. Dejarles ganar la partida es un precedente perverso de consecuencias aún imprevisibles.

(7) Los malos hábitos. Si la cuarentena se prolonga, costará mucho tiempo y esfuerzo combatir los malos hábitos, tanto personales, laborales, sociales y económicos que estamos contrayendo. Como sociedad somos lo que somos y nuestra estructura está preparada para ello, pero si se consolidan los hábitos de aislamiento, de egoísmo, de falta de contacto y de individualismo exacerbado, nos va a costar mucho como sociedad salir de ese agujero.

(8) Pérdida de libertades. Hay quien confía en el Estado, quien ama a la autoridad y quien besa por las mañanas la foto de sus jefes. Otros, en cambio, no son partidarios de esa dinámica. Los que dijeron que iban a derogar la ley mordaza, la emplean con entusiasmo. De los hijos de puta que la crearon, mejor ni hablo. Si la situación sigue como está, los autoritarios se acostumbran a mandar, a pisotearnos, a ver cómo agachamos la cabeza, a multarnos porque ellos lo valen, y a aplicar el estado de excepción sin declararlo. Ceder libertades es un error, siempre, y cederlas por miedo a lo que sea, es un doble error. Si acostumbramos a los políticos a pisarnos la cabeza, le van a coger gusto y nunca nos libraremos de la condición de ovejas. No hay nada más repugnante que la docilidad.

(9) Imagen miserable ante los que asumen riesgos. La miseria moral no es un problema menor. Es difícil pedir que te ayuden, si no quieres asumir riesgos y pides ayudas al que sí los asume. El concepto de dignidad no es fijo en todo el mundo, ni invariable, y si nos perciben como cobardes no nos va a salir barato, ni a nivel económico ni a nivel humano. Levantar las manos y declarar ciudad abierta tu capital puede ser una opción sensata, pero no despierta simpatías entre los que tienen que mandar a tus soldados a libertarte. Con esto sucede algo similar: a muchos les cuesta ayudar a los que perciben como cobardes. Cuando la narrativa es importante, como en nuestros tiempos, hay que cuidar mucho esa narrativa.

(10) Incredulidad. Sí, aún hay gente que no se cree que esto sea real. Aún hay gente que cree que es un montaje para esquilarnos, para hacernos daño, para tenernos controlados y calladitos. No se lo creen, no lo aceptan, y piensan que hay que mandar al carajo cuanto antes este simulacro de encierro general para cuando de verdad vengan a por nosotros. Ni se creen que el virus sea tan grave, ni que las medidas que se toman sean tan necesarias.

(11) La vida convertida en cero. Esto lo escucho a los más jóvenes. Tenían una vida, una novia, una fiesta, unos amigos, unos estudios. Se esforzaban, trabajaban, besaban a su chico y se ponían guapos. Para ellos, la vida era futuro, diversión, esfuerzo y conflicto. La vida. Y de repente, se han encontrado sin estudios, sin novia, sin futuro, sin entorno y sin nada por lo que luchar, o nada al menos que les interese. Para esta gente, no vale la pena elegir el suicidio en vez de muerte. La dignidad, como ya dije, tiene muchas caras, y hay quien siente que regresar a casa ahora, a pasar la vida como un viejo, es peor que morirse, porque su vida, su verdadera vida, está en otra parte y se la han arrebatado. Su amor está en otra parte. Su futuro está en otra parte. Son los desterrados: ¿qué les importa a ellos el virus?