Te pones a ver la tele y a meter ruido y resulta que no dejas dormir al pobre gato. Atentos a la mirada de entre odio y desprecio que echa el gato a su dueño cuando pasa.
Una hermosura de conejito blanco, blandito y peludito, como si fuera algodón, bebe leche con un frenesí conmovedor. Te hará decir "oyoyoyoy" hasta que no puedas más.
