El campo económico es un buen ejemplo, ya que nuestras últimas décadas se han caracterizado por una sorprendente dejación de funciones. Hacíamos lo que había que hacer: desde la última época de Felipe y la primera de Aznar, se privatizaron las grandes empresas públicas, seguimos las instrucciones europeas y recogimos los fondos, después nos arrojamos al ladrillo y a las inversiones extranjeras. Como todo iba bien, al menos en lo que se refiere a los grandes números, nos convertimos en un país gregario.
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"En este instante, justo cuando más necesaria resulta una estrategia clara y definida para afrontar la situación, nos encontramos con propuestas no solo enfrentadas, sino demasiado conocidas. Los caminos de salida propuestos prolongan el enfrentamiento en las viejas élites y las nuevas: pueden resumirse como la pelea entre el mundo antiguo, el rentista, el del ladrillo, sol y playa, y el que apuesta por la tecnología, la digitalización y las energías renovables.
La pandemia ha aumentado la tensión entre las dos posturas, ya que, al menos temporalmente, habrá dinero para invertir en la recuperación, y unos pretenden que se destine a que las empresas más importantes solventen sus dificultades y asienten su posición, y otros prefieren que se emplee en la reinvención nacional, de modo que España sea más productiva y moderna y genere trabajos de mayor añadido. Los primeros insisten en que su visión es la más pragmática, los segundos, en que la suya es mucho más necesaria. Pero bien podría responderse que la primera opción no contiene un plan y simplemente prolonga la parálisis, y la segunda puede no ser más que otro brindis al sol. Ambas posiciones tienen más relación de la conveniente con un mal contemporáneo, el de una mediocridad que viene envuelta en un ropaje diferente."