Hermann Schreiber es octogenario como su esposa, Teresa Domínguez. Los dos sufren alzhéimer. Ella, gallega, dominaba el alemán, pero ya no. Ni siquiera habla. Él, oriundo del país germano, no recuerda apenas el español que tanto controlaba. Pero de lo que no se olvida es de tocar su inseparable armónica. Aprendió la técnica a los cinco años y ahora, cada día, cuando la gente aplaude a los sanitarios desde sus balcones, él acude presto a su ventana, en la ciudad de Vigo. Cree que esos vecinos de las casas de al lado son su público.
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Mi abuela hizo lo que pudo pero trabajaba todo el día en un bar, el padrecde mi primo era un alcohólico maltratador que murió prematuramente y su madre una viuda alegre que pasaba. A los 10 ya esnifaba pegamento. Su muerte le habría roto el corazón a mi abuela, era como un hijo más, su nieto mayor al que cuido mucho más que su madre. Pero estaba de un alzheimer tan avanzado que no se enteró de nada. Fue al funeral y cuando al final del entierro los amigos de mi primo aplaudieron en su honor, mi abuela se giró y les dijo con una sonrisa "gracias a todos, me alegro de verles, si quieren les canto una canción..." (siempre le gustó cantar y lo hacía muy bien). En aquel momento agradecí que estuviera enferma.
((Y sí, a mi me parece importante que un periodista sepa manejar sus instrumentos de trabajo))
(P. D.: Hay que reconocer que, aún en períodos de crisis, la gente no pierde el humor)