Los incidentes ocurridos al final de las Marchas de la Dignidad cubrieron de “ignominia planeada” una auténtica jornada de gloria popular que será recordada por la Historia como el “principio del fin” del corrupto, oligárquico y antidemocrático Régimen de la Transición.
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¡Claro que si campeón!
La consecuencia previsible de estos comportamientos previos y el diseño del dispositivo policial, es que acabará en una ‘batalla campal’.
(…)Es entonces cuando se producen las cargas policiales que en ningún momento quieren ser disuasorias, no se disimula.
Se va directamente contra los manifestantes, que ya son considerados vándalos, y se les ataca con suficiente velocidad para que no dé tiempo a la fuga y se provoque el enfrentamiento físico. En ese estadio, los manifestantes atacan a la policía con todo lo que tienen y que les ha dejado tener, realmente se están defendiendo, pero no lo parece. Han sido acorralados. La violencia entre agentes y manifestantes de desata, se personaliza y se descontrola. Es lo que se quiere. Comienzan a aparecer víctimas inocentes –daños colaterales se dice ahora. Los que han rehuido el enfrentamiento, se encuentran con el resto de las unidades policiales que les cierran el paso y que no hacen ‘detenidos-prisioneros’, la dispersión no es voluntaria, es a golpe de defensa (porra) y cualquier atisbo de resistencia es contestada con contundencia exagerada y con detenciones masivas”. >>