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Las “revoluciones del 68”

Los acontecimientos que jalonaron el año 1968 expresaban, y no por casual coincidencia, que la trayectoria de la modernidad, aparentemente recompuesta tras la II Guerra Mundial y la derrota del nazismo, entraba en una nueva etapa que iría a desembocar, como sabemos a posteriori, en la crisis de la modernidad en la que estamos inmersos.

| etiquetas: revolución del 68 , revolución , soberanía
  1. Cuando la izquierda caviar se separó de la lucha obrera. El 15M del siglo XX.

    Así era en el caso, por ejemplo, de la democracia con partidos anquilosados y con sindicatos un tanto paralizados en medio de circunstancias nuevas, incapaces de ofrecer ya entonces alternativas a problemáticas inéditas y, sobre todo, a demandas de una ciudadanía que formulaba nuevas exigencias, ya de participación democrática, ya de nuevas políticas encaminadas a “cambiar la vida”, como Rimbaud puso sobre el horizonte tiempo atrás. Lemas que quedaron impresos en las calles de París, como “la imaginación al poder” o la invitación a pedir lo imposible, ya que bajo los adoquines asomaba la playa de una utopía libre de mediatizaciones ya padecidas, fueron exponente de una nueva manera de situarse ante lo político.

    Desde todos esos contextos, en definitiva, se configuraron corrientes encaminadas a formas de transformación social, con el acento puesto, como después lo formulara Foucault, en nuevos procesos de subjetivación y, por tanto, de construcción de identidades. Las críticas del etnocentrismo, del olvido del cuerpo, de la marginación del otro, de la razón instrumental, del patriarcado, del progreso…, se abrieron paso, incluso de la mano de la crítica a un humanismo atrapado en los mecanismos ideológicos o deudor de una metafísica insostenible –cuestión ya planteada anteriormente por Heidegger, aunque fuera desde su poltrona eurocéntrica.

    El “prohibido prohibir” fue el enunciado callejero de esa crítica a la autoridad sobre la que algunos, como Luc Ferry, llamaron la atención, la cual preparaba el terreno para lo que al cabo Gilles Lipovetsky diagnosticaría como “ética indolora”. No surtió todo el efecto pretendido el agudo análisis de Marcuse sobre la falsa ilusión que siguió portando la “tolerancia represiva”.
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