Javier Prieto, ingeniero de sistemas que cambió la ciudad por el pueblo, me cuenta: «La gente está muy mal, dicen unas ancianitas en un banco de la plaza del pueblo». No hay estadísticas de infectados por la peste de los malos modos y el desprecio a los semejantes, sin embargo, se notan los efectos. Las primeras víctimas son personas que trabajan de cara al público: cajeras de súper, empleados de atención al cliente, médicos… Profesionales que reciben las iras de los ciudadanos cabreados por los políticos y las instituciones.